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las cosas que yo amo reservan un rincón de abrigo
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Juan Gelman: “(...) en los años `45 y `46, cuando termina la Guerra y Europa queda devastada y hambrienta, o bien en la América Latina de los años `60-`70, cuando se empiezan a desarrollar los grupos armados, fueron momentos en los que se le crearon a los intelectuales de izquierda varias disyuntivas. Algunas de sus expresiones, en el caso latinoamericano, fueron abordadas por Mario Benedetti en un libro de reportajes a varios poetas, publicado en 1972.
(...) (me refiero) a la disyuntiva de “escribís o militás”. Es así que hubo gente que decía “bueno, yo hago la revolución en la escritura”. Otros que decían “como yo milito, no escribo, porque las condiciones de la militancia son sumamente duras, de clandestinidad, de riesgo personal,, de peligros de muerte; así que todo esto me impide tener tiempo para escribir y renuncio a la literatura”.
A mi me parecen argumentos válidos en cada caso. Está el que no quiere militar porque su caracterología de escritor lo lleva a necesitar determinadas condiciones y viceversa, el que elige la militancia y abandona la escritura porque juzga más importante la lucha por la liberación.
Pero los ejemplos de Rodolfo Walsh y de Paco Urondo y también de Haroldo Conti demuestran claramente que la actividad literaria y la militancia revolucionaria no son necesariamente contradictorias. Que eso depende de cada uno y que, evidentemente, es respetable cada elección personal.
Paco lo dijo una vez: “Yo empuñé las armas porque busco la palabra justa.” Eran hombres que supieron aunar todo: no consideraban la escritura como fenómeno al margen de la vida de su pueblo ni la vida de su pueblo al margen de su literatura. Y no estoy hablando de novatos, sino de hombres de gran calidad literaria que con su ejemplo cuestionan toda una actitud política obrerista que ciertas dirigencias revolucionarias –en el poder o no– suelen tener frente a los intelectuales. Digamos la verdad, escritores del nivel de Rodolfo Walsh no hay muchos en América Latina o en lengua española, ni muchos Paco Urondo ni muchos Haroldo Conti.
El mismo rigor intelectual que tuvo Rodolfo Walsh como periodista, en sus análisis políticos y en su vida personal, campea en su escritura y por eso, como por tantas cosas, me parece un ejemplo.
(...) Aunque hay cosas que se deben señalar: ninguno de los tres fue suicida. Los tres, de modo distinto, contribuyeron a la lucha por la unidad nacional no sólo con sus escritos, que ya estaba bien, sino también como ciudadanos. Ellos supieron que morir era uno de los riesgos de esa lucha y creo que su grandeza consiste, entre otras cosas, en que esa conciencia no los amilanó. Esa es la grandeza de cualquiera, sea escritor o no, que sabe que resistir al imperialismo, que resistir a la oligarquía, resistir a los poderes que oprimen, conlleva el peligro de la muerte. Esa grandeza la tenían los obreros desconocidos del peronismo que fueron fusilados en José León Suárez, los que iban a parar las bombas de la Revolución Libertadora con sus cuchillos de matarifes en 1955, los caídos peleando contra la última dictadura. Esa es una grandeza común a mucha gente. En el caso especifico de Walsh, Urondo y Conti, ellos emprendieron ese camino sin importarles los prestigios literarios que bien se habían ganado. Fue así que plasmaron en un nudo de vida el problema de la creación y el de la lucha, cuando ya eran gente grande, con una vida hecha atrás, libros, hijos, hasta nietos. Y sin embargo no cejaron.
Lo que me parece importante, sobre todo... Pará la grabación, viejo.
Lo que me parece importante destacar es que ellos se murieron, pero todo lo que hicieron, desde sus actos hasta su literatura, fueron hechos de vida.
Hoy hay una cantidad de enanos que no les llegan ni a los talones desde ningún punto de vista, ni literario un mucho menos humano, que opinan que aquellos hombres se suicidaron. Hay quien, con más de 20 años de vivir en París, se permite perdonarles la muerte a Paco, a Rodolfo o Haroldo. Gente que me ha dicho: “Lo que nosotros no les podemos perdonar, porque los queríamos tanto, es que se hayan suicidado, ya que sabían que los estaban por matar”. Eso me parece una mezquindad humana extraordinaria.
(...) Creo que cuando esos argumentos se esgrimen en el país, se hace con un criterio eminentemente político. Este sacrificio que no es sólo de algunos escritores sino el de tantos miles de seres anónimos empeñados en cambiar las estructuras de opresión, pretende hacerse aparecer como un acto de suicidio. Y este concepto, como tantos otros que mencionaste y giran en el debate sobre los pecados originales de las organizaciones revolucionarias, siempre lleva a la parálisis.
(...) Creo que hay que dar testimonio; perder la vida es uno de los riesgos de esa tarea, pero nada más, nada más. También podés pasar por esta callecita y se te cae un piano desde el quinto piso y moriste. Esto tiene que ver con lo que hablábamos antes y no sólo referido al caso de Paco, Rodolfo y Conti, sino de tantos héroes anónimos de los cuales se hace cada vez más difícil escribir la historia. Sin ir más lejos, empecemos con la década del `30: hay una cantidad de luchas que protagoniza el Partido Comunista, los socialistas, los extranjeros, los anarquistas y otros que podían estar desfasados de la nación, pero no de la lucha de clases. Esa fue gente que sufrió la cárcel, la expulsión, la tortura en la Sección Especial, cuyos nombres no se conocen. Hay una larga línea de resistencia en nuestro país: está la Resistencia Peronista, la Resistencia de los años `70. hay un tejido permanente que está en la base de todo lo que proponen los grupos armados de la resistencia, cuyas conducciones no supieron vincular con la historia. Esa es la raíz de los errores cometidos.
(...) Te reitero una cosa: Rodolfo no decidió morir, Rodolfo decidió vivir de determinado modo que entrañaba un riesgo de muerte. La circunstancia de su muerte nace de una delación: él va a la cita, allí lo rodean. Rodolfo, al parecer, tenía una pistola 22 en la bragueta con la que sabía que era muy difícil hacerles frente, pero que por lo menos era algo. Cuando echó mano a eso para resistir, los emboscados tiraron y llevaron su cuerpo a la ESMA. Haroldo Conti, ni siquiera tuvo la 22 en la bragueta.
No creo que Rodolfo se sintiera solo cuando resolvió dejar la Organización, porque entonces creía, sentía y pensaba que era la Organización la que se había quedado sola de pueblo. Es la Organización la que se ha alejado tanto que se ha quedado aislada; pero no él que, aún viviendo clandestinamente siguió en comunicación con su gente. Es por todo eso que elige volver a su tarea periodística, que da testimonio, que cuenta lo que ocurre, que construye una memoria. Y esto significó llanamente el riesgo de la muerte; porque Walsh no se limita a escribir y a guardarse, sino que además publica y difunde. Y mirá vos, él cae el día en que está echando copias de su carta en distintos buzones. Esa carta primera de balance de la dictadura militar.
Digamos que Walsh nunca estuvo solo de lo esencial. La soledad en la que a hombres como Rodolfo puede dejarlo una organización es algo verdaderamente transitorio y, si vos querés, poco importante. Lo grave habría sido que Walsh hubiera estado solo de su pueblo. Algo que jamás sucedió, como creo que jamás el pueblo va a quedarse solo de él, de la belleza que él supo crear.
Las criticas a Montoneros que Rodolfo formuló antes de ser muerto, fueron similares a las que formuló (Juan Julio) Roqué y, aunque estamos hablando de dos hombres de origen diferente, ya que Roqué venía de las FAR y Walsh de las FAP, ambos coincidieron.
Walsh habló en sus documentos, sobre la relación que debe haber entre una organización de vanguardia y el pueblo. Señaló que la organización de vanguardia debe estar un pasito más adelante, es cierto, pero no alejarse tanto, porque entonces se convierte en una patrulla perdida en la neblina. Aquellos fueron los documentos que nosotros rescatamos y publicamos cuando rompimos con el Movimiento Peronista Montonero, sabiendo de la justeza de sus señalamientos: que todo ese abandono de espacios políticos que nadie ocupaba era una locura.
Ese espacio, repito, estuvo vacío: ningún partido político lo ocupó en términos de resistencia. Si la clase obrera que, pese a determinadas conducciones como la de Casildo Herrera –que se raja a Montevideo, saca una goma gigante y dice “yo me borré” – hicieron la vida imposible a la dictadura desde el mismo comienzo del régimen. Los obreros fueron los que le pasaron por encima a los líderes de esa burocracia, que se fueron avisados por los milicos de la inminencia del golpe. Y nada es casual: gente como Rodolfo o Paco o Haroldo, que podían haberse ido por cultura, por contactos o para salvar una obra, sin pasaje sacado con el dinero de alguna obra social, se quedaron a vivir lo que el pueblo viviera y a luchar contra la dictadura, aunque eso tuviera el precio de la muerte.
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(...) Empecemos por decir que, escritores o no, aquella generación se jugó porque creía en las posibilidades de cambio en el país. Creyó en la posibilidad de acceder a una sociedad más justa, en pocas palabras.
En cuanto a la crítica de esa literatura, si era demasiado testimonial o no, mirá, Mero, eso me recuerda una especie de repetición de la misma polémica que se da cada tanto sobre ejes que son siempre bastante zonzos. Y el eje de esa discusión es que aparentemente el tema de la obra de arte es el que determina su valor, lo cual es una zoncera antes, durante y después de ésta y de todas las épocas, fuera y dentro de la Argentina.
Yo sé que te voy a decir una verdad de Perogrullo: con el mismo tema se puede hacer una obra extraordinaria y se puede hacer una mierda. El tema no es lo que determina la calidad, de ningún modo. Con el tema del exilio se hicieron obras estupendas y también se hizo basura; lo mismo ocurrió con el de los militares, de las luchas populares, etcétera. Hay quienes pretenden que sólo temas que hacen a la esencia del hombre –como el amor– permite crear obras de “calidad”. Pero todos hemos leído novelas o visto obras de teatro y películas o leído poemas de amor que son una porquería y de ninguna manera llegan a la altura a la que llegó Safo hace 2600 años.
Ahora, si esta gente cree que la obra de un Haroldo Conti –para hablar concretamente– o de un Rodolfo Walsh se pueden descalificar por sus temas, me gustaría que me presentasen muchos, pero muchos escritores que alcanzaron el nivel literario en un mismo plano, sólo porque hablaron de otros temas. Los hay en nuestra literatura, desde luego; pero digamos que si están al mismo nivel no es porque usaron otros temas, sino porque son escritores de la misma excelencia que tuvieron Conti y Walsh.
En todo caso veo un tipo de critica tan sociologista como el que hace veinte años atrás existió, pero al revés: digamos que es una suerte de stalinismo crítico a la inversa.
Hace veinte años, si vos, en Argentina o en América Latina, escribías sobre el amor o temas, por así decirlo, inherentes a la esencia humana, en vez de hacer literatura testimonial o “de combate” te criticaban porque no respondías a la problemática de la sociedad. Y ahora resulta que la critica es a la inversa; pero en ambos casos se basan en un eje falso: considerar que la obra de arte deber ser juzgada por el tema. Hoy, que prevalece la critica contra la literatura llamada “política”, le harían la vida imposible a Dante, por ejemplo, o tirarían por la borda a Shakespeare que, entre otras cosas y como nadie, trató temas muy concretos de su época como las luchas por el poder...
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Textos extraídos de: “Conversaciones con Juan Gelman. Contraderrota. Montoneros y la revolución perdida.” Roberto Mero. Editorial Contrapunto, 1987. Capítulo 7: Walsh – Urondo: Los críticos de la patrulla perdida. Pág. 120-122. Capitulo 11: Las contraofensivas de Firmenich. Pág. 167-169. Fragmentos seleccionados por JMP.
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