REVERBERACIÓN
Nuestras voces se cascan en las cacerolas. Se duplican con un eco latoso. Seguramente es el aire que entra por los postigos entreabiertos. Risueños con el efecto, echamos las palabras por la boca, como si sopláramos las sílabas frente a las paletas animadas de un ventilador de pie. Los rayos solares también penetran, con el viento, los orificios del mosquitero. Pero apenas alcanzan a entibiar nuestras voces, algo temblorosas, casi irreconocibles en las recónditas revoluciones de la sangre
LENTES
Manipulo con cuidado los pesados anteojos de carey. El abuelo se los dejó otra vez en la mecedora. Con el diario. Las grietas de la tierra, las rugosidades del porlan se acercan. También las hormigas. A una escala muy pequeña, las cosas se comportan diferente. Y si una nube cargada, como ahora, se mueve, los rayos del sol pueden filtrarse entre las hojas y racimos de la parra. ¡Calurosos juegos de la luz! No dejaré de mirar las cosas pequeñísimas. Casi invisibles. Hasta ver la verdad.
A PRIMERA VISTA
Puede parecer que tengamos una explicación física completa. Chupamos las raíces amargas de la razón, con una triste sonrisa, ilusionándonos con masticar sus dulces frutos. Después caemos en el error. Dicen que se puede vivir y no saber. Pero no. Nosotros necesitamos, como el mismo aire, nuestras ilusorias certezas.
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LA POSIBILIDAD
Camino por la plaza nocturna. Piso la gramilla, toco un banco despintado, miro las ramas entretejidas de los fresnos… Dios no puede estar, como algo más, entre las cosas del mundo. Perdido en la soledad de la plaza, lo busco. ¿Estará en las raíces invisibles? ¿En el abismo que se abrió cuando enterraron la cápsula del tiempo por los cien años del pueblo? No lo sé. Apenas puedo recordar ahora la insidiosa nulidad del día.
VÉRTIGO
No me soporto. Siento que soy algo demasiado para mí. Para colmo de males, la brisa de la tarde me insufla nuevas energías. Giro loco como el mundo. Me trepo a la cortitrilla que herrumbra en el baldío. A sus resortes incomprensibles. Sin pensar me dejo caer por el tobogán carcomido. Oscilo. Decaigo, pero no dejo de ser. Siempre queda un resto doloroso. Que tiene que vérselas con Dios.
SOBRENATURAL
Cada uno de nosotros, subido a los techos, pide más luz. Busca más altura trepando por la antena torcida de televisión. ¡Esperamos la comunicación invisible! Libre de interferencias. No bajaremos aunque nos amenacen con una paliza. Sabemos que los escalones de madera no resisten mucho peso. De la falta de límites. Del vacío en la cornisa, que nos trae una íntima sensación de calor.
BEBEMOS Y BEBEMOS
Sin miedo a morir. La gente habla y se saluda. Baila. Nosotros bebemos y bebemos. Hemos venido para eso, para beber hasta la muerte. Sin embargo, en los intervalos de nuestra ingesta, también hablamos, miramos, nos movemos. Alguien a mi lado espera. Lo hace desde hace mucho tiempo. Mucho antes de sentir este peso sobre la nuca. Una especie de caricia. Escucha silenciosamente. Espera que me desprenda por fin de todo este barullo vital. Seguramente seguirá esperándome.
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UN ÍDOLO MUERTO
Una paloma mecánica yace en la mesa de porlan. Es un juguete de la abuela. Lo guarda junto con sus muñecas antiguas. Una paloma de lata muerta que se arrastra si le damos cuerda. Pesadamente. ¡Qué fácil se descubren las honduras de nuestro ser! Ese caos de fuerzas ciegas. De locura. ¡Cuánto barullo en el pozo de nosotros mismos! Con apenas una sílaba, un sacudón de cabeza, podríamos despertar a un Dios dormido.
UN NIÑO QUE MAMA, UN NIÑO QUE ORINA
No es más que un animal impúdico. La tía dice que no hay que tener vergüenza. Yo la tengo, sin embargo. Me cuesta levantar la cabeza cuando nos sacan la foto grupal en la escuela. Miro hacia adelante, con el rostro inclinado. Preferiría no levantar la voz en público ni pasar al frente. La tía, en cambio, se cree libre de ata duras, de dogmas, de pecados. Se ve a sí misma como algo importante. Da órdenes, consigue el dinero, se hace valer. Solo a veces, con lágrimas en los ojos y lejos de su hija, me da a entender que no tiene tiempo para escuchar su corazón.
En Fotones que se enamoran de electrones / Ediciones op.cit., Buenos Aires, 2024 / Libro digital, PDF /
Diego Colomba nació en San Nicolás (Provincia de Buenos Aires) en 1972 y vive en Rosario desde 1990 / Es profesor y licenciado en Letras, y doctor en Humanidades y Artes, con mención en Literatura / Fotos: jmp /
Los autores y textos forman parte de estudio en ejercicios de taller, y su destino es solo para este objetivo.-