I
NOCTURNO
La noche
trae como un vuelo
su
aire,
su perfume
distinto.
La noche
dilata libremente
sus
aspas de molino
abarcando
espacios, ríos inmemoriales,
donde
el ojo no sufre su derrota.
—Estrellas, giros, círculos—
Cuando
caen las espadas veloces de la sombra
diminutos
pájaros de plata
dormitan
en el brillo único del mar
aprisionado
en el vacío.
II
PENETRACIÓN
Tanto
y tanto se asemeja
la
mirada de la Esfinge
al
conocimiento dramático de la luz
que el
que mira fijamente
se
diluye interminablemente solo,
pasajero
de la noche de su cuerpo que huye,
ajeno
a la muerte que permanece
y se
distiende con su sola quemadura
expuesta
al sol, conjuro total que anonada
y hace
crecer de nuevo la sed
en el
desierto curvo que progresa
y se
distancia.
III
RASGOS
Las nubes
bajan o se convierten
en
escudos para el lento martirio.
Todo se
somete;
hierven
apeñuscadas raíces
en la
tierra seca.
El aliento
curvado de los hombres
carece
de excelsitud o memoria;
claros
días yacen como hojas aplastadas,
hay
humo en los papeles.
Tibias
señales giran en el viento
cuando
el horizonte arde.
V
QUÉ OLEAJES
Qué oleajes
pueden, de pronto,
de ti,
de mí,
iluminar
el sendero;
qué
vertientes remotas ascienden
entre los
graves vaivenes definitivos
y nos
inclinan
a los
rituales inalcanzables,
a las
profundas mordeduras
de lo
intangible?
VI
PAISAJE
Cae la
tarde,
un
profundo giro de luz enciende todas las alturas,
abre
fuentes, sobre la comba pesadumbre
de los
árboles.
Todo
regresa en lentitud. El tiempo se extiende.
El
nacer, el morir, se abren en la mirada,
los
destellos,
en una
suave cintura de horizontes derrumbados.
VII
LA POESÍA Y EL AIRE
El aire
viene, impregnado, riente, suelto
y las
leves orillas de su mundo se estremecen.
¿Quién
se sumerge en él sin rozar su altura,
el
bosque de iluminadas persianas hacia lo alto
que
irradia,
el
clima lúcido de danza en la fiesta perpetua
de sus
ondas,
lo que
anida de estelares anhelos
de
confusas perlas innominadas,
lo que
el hombre sabe más allá de su frente opaca,
atada
a la ciudad de muros grises,
de números y sigilos?
VIII
PEZ VOLADOR
En curva
ciega salta de la espectral profundidad,
del
verde alvéolo conmovido en la penumbra,
de la
floresta sanguínea en escalas refractantes
al
tenaz azul de la distancia, al miraje ondulado.
Surca el
submarino desvelo, ojo tenso, horadante,
impulsado
por el imán salino del aire, extraña red
de
otro mundo salvaje, de incendios amarillos y totales.
Con certero
ritmo inicia el arabesco, la danza
que
ocultos instrumentos armonizan, que oídos
de
infinito espiral pulsan en su equilibrio,
que
alertas de níveos Nijinskys increíbles inspiran.
Selección
de textos: Jmp. En: “Poemas. 1956 – 1964”, Editorial Biblioteca popular
Constancio C. Vigil, 1966.
Rubén
Sevlever (Rosario, 1932 – 2011).
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