domingo, 31 de enero de 2016

Juan Carlos Moisés, Un puente viejo de madera abandonado en el río


UN PAPEL EN BLANCO

Hace varios días que no te escribo.
Estamos tan cerca, en la misma casa,
comemos en la misma mesa,
con los mismos cubiertos, dormimos
bajo el mismo techo y en la misma
cama, que a veces, por la fuerza de
la costumbre, aparte de mensajes
de texto utilitarios, me resulta muy
natural, y hasta gracioso, escribirte
lo que la convención puede llamar
carta o nota que dejo sobre la mesa
con algún tema de la rutina del día,
donde las palabras se cocinan con otro
hervor. Tal vez por eso mismo lo hago,
para tentar a los hechos con la risa y a
la risa con la versatilidad de las formas.
Pero la escritura hecha para vos no tiene
obligaciones formales ni el sentimiento
explícito es su patrimonio. Se diría
que tampoco los derechos exclusivos
sobre lo que hacemos o dejamos de
hacer son hijos de la premeditación.
Hablar no es sacarse lastre de encima.
Desoír no es taparse los oídos.
A veces tomo un papel en blanco,
lo doblo en dos mitades y lo dejo
sobre tu almohada para que,
cuando llegues rendida de dar clases
a los mocosos despabilados de la escuela,
puedas leer en él todo lo que no son
capaces de decirte mis palabras.


UNA CARTA DE AMOR

Un corte de energía nos ha dejado mudos
para el mundo desde la mañana,
y las pocas cuadras que nos separan
nos han incomunicado como si estuviéramos
a cien o a mil kilómetros de distancia.
Si me viera en la necesidad de hacerte llegar
un mensaje breve o quisiera tener el gusto
sólo de escribirte no podría ni sabría hacerlo
del modo instantáneo en que lo permiten
las maravillas tecnológicas que ya son
inseparables de la intimidad de nuestras vidas.

Debería provocar el momento ahora que todo
se ha detenido y se puede sentir lo que bombea
y fluye por el pulso, algo que en otro tiempo
no era la excepción sino la regla de los días.

Lo haría sólo para repetir lo que una vez
fue desafiar a la leyes del sentido común.
Una mañana te escribí una carta con
mi letra, que reconocerías al verla.
La escribí en el sobre. Quiero decir que
escribí la carta direc­tamente en el sobre,
hasta cubrirlo de ambos lados y de cabo
a rabo con palabras que eran para vos.
En un papelito escribí tu nombre y nuestra
dirección, y lo puse dentro del sobre.
Le pasé la lengua y lo pegué, lo mismo
hice con la estampilla antes de zambullir
la carta en el buzón siguiendo el rito perdido.
Me pareció un acto de justicia poética
que los otros, los empleados del correo,
el carte­ro, y todos los vecinos del pueblo
que fueran consultados para poder llevar
la carta a destino, leyeran mis palabras
para vos, supieran de qué estaba hecho
nuestro amor, pero no les fuera posible
conocer el remitente ni la des­ti­nata­ria.


EL PUENTE DE MADERA

Vuelvo a recordarte la noche clara
sobre el puente de madera, en el río,
donde habíamos parado el auto y oíamos,
en el silencio, el chapoteo del agua sobre
la que se veía el círculo de luz de la luna llena.
Lo que también vimos fue el caño de un fusil
que un muchacho con casco camuflado
bailando en su cabeza hizo llegar temblando
por la ventanilla hasta nuestras narices,
y otro, el que estaba a cargo del retén,
nos hizo bajar, disparó unas preguntas nada
amistosas y con olfato de perro gregario
requisó el interior del auto y el baúl.

Tantos años después, ahora que estoy
viendo desde el patio de casa un círculo
nítido de luz alrededor de la luna llena,
no me quiero olvidar de pedírtelo:
mi amor, siempre que te sea esquiva la alegría
quiero que recuerdes aquel momento, aquel
lugar, en una noche clara, estrellada,
sobre un puente viejo de madera
que ahora está abandonado en el río.


En: “El jugador de fútbol”, Ediciones La Carta de Oliver, 2015.
Juan Carlos Moisés (Sarmiento, Chubut, 1954).
Foto: En revista de poesía “El espiniyo”, número 4, otoño – invierno, 2006.

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