EL SOÑADOR
Errante,
más allá de las fronteras
que
los jardines ponen al olvido;
más
allá de los mares que embellecen
las
delicadas orlas de la muerte,
el
soñador, el huésped del delirio
bebe
su lenta luna envenenada.
Coronados
los ojos por la noche
labrada
como un himno;
laceradas
las sienes por la música
que
las piedras arrancan del amor,
el
soñador contempla la batalla,
el
polvo azul de las espadas
cubriendo
la memoria y los palacios.
Su
canto más antiguo que estas piedras
pulidas
por la muerte;
más
hondos que estas pálidas cisternas
donde
el olvido entierra sus estatuas;
su
canto circular como la noche,
como
el cuervo lunar,
regresa
a las terrazas donde brillan
los
pórfidos del viejo paraíso.
Retorna
como un río
largamente
quejoso de la dicha,
murmurando
en la luz apasionada
de
una ribera portentosa
donde
las ruinas del amor levantan
sus
ónices cubiertos por la hiedra del sueño
y
las batallas.
Retorna
como el paso
de
un gran mendigo pródigo
viajero
en la carreta morada del otoño
que
trae la melodía de otra fiesta.
Con
los ojos quemados por el polvo nocturno,
por
la celeste sal de las estrellas,
el
soñador contempla el luminoso
ciervo
del cielo y en sus párpados
una
herrumbre de plata se endurece.
El
soñador descifra el bello rostro
de
la amada dormida bajo el alucinado hierro azul de la luna
y
el ruiseñor del mundo
mueve
una fuente oscura y un granado.
Más
allá del desierto que devora
las
lámparas y el rostro de los sueños;
más
allá de los muros que levantan
la
cal y la saliva de la muerte;
más
allá de las rocas donde embisten
con
sus hocicos de espumosa hiedra
los
caballos del mar, donde se hunde
el
trono majestuoso de la noche,
alguien
sueña
y
la antigua nostalgia de un granado
llena
de ruiseñor le quema el pecho,
para
que el ruido oscuro de una rosa
ate
un río de pájaros al mundo
y
una perdida música
cruzando
el paraíso
que
el mar arrasó con luz pesada,
descifre
otro jardín, otro relámpago.
La
corona desciende
como
un imperio calcinado y bello
sobre
la cabellera del que duerme
y
la quemada piedra de la noche
vuelca
sobre su río iluminado
una
copa de brasas amarillas.
PARA UNA TUMBA
DE FRANCISCO DE QUEVEDO
Este
tambor, oh muerte, esta esmeralda oscura
quemándose
en el polvo
terrenal,
insignias
son de un reino.
Y
si no es el gran resplandor del ángel
y
si la codiciada arena
el
espejo que brilla
sobre
el pecho de un hombre
devastado
por las rosas, por la memoria
de
la tierra,
alguien
sabrá decir el honor de ese día;
la
palidez de tus venas en la postrera sombre.
Amor,
tú que quemaste el palacio y la hiedra,
que
derramaste su médula de plata en el olvido;
tú
que elegiste delicadamente
la
niebla matinal de los amantes,
los
abanicos de la tarde, el tiempo;
amor,
amor tú que dormiste
en
sus sagradas sienes
como
un pájaro duerme sobre la gran ceniza del mar;
amor,
amor,
escucha
el tambor y el arpa del día
cayendo
sobre
el polvo.
POR LOS QUE EN
LA NOCHE ESPERAN…
Por
los que en la noche esperan en las terminales
el ómnibus que no saldrá nunca,
por los que duermen en las Salas de Espera
de las Terminales abrazados a sus muletas,
por el amante que se va en el de las 2.05,
por el amante que se queda,
por el que golpea en la puerta del bar
y el bar está cerrado,
por los que no pueden pagar un taxi
y caminan bajo las estrellas hasta el amanecer,
te pedimos, oh Sol, padre de las diligencias
que parten al alba,
que no salgas nunca más.
el ómnibus que no saldrá nunca,
por los que duermen en las Salas de Espera
de las Terminales abrazados a sus muletas,
por el amante que se va en el de las 2.05,
por el amante que se queda,
por el que golpea en la puerta del bar
y el bar está cerrado,
por los que no pueden pagar un taxi
y caminan bajo las estrellas hasta el amanecer,
te pedimos, oh Sol, padre de las diligencias
que parten al alba,
que no salgas nunca más.
MÚSICA ENTRE
PÉRGOLAS
¿Qué
son las pérgolas esdrújulas?
¿Jardines sin señoras, avellanas
en la mano de los pobres,
o sombreros flotando en un río de aire?
¿O solamente eso, las palabras, las pérgolas?
¿Jardines sin señoras, avellanas
en la mano de los pobres,
o sombreros flotando en un río de aire?
¿O solamente eso, las palabras, las pérgolas?
LOS
COMPLOTADOS
No
hablaron por teléfono, no dejaron la urna en la ventana,
sólo un dedal calzaba el dedo al inocente.
Ahora duermen un poco más abajo.
Sobre ellos caminan
las señoras, los jueces
y el luto y la copa de flores.
Ellos abajo con tierra entre los dientes
discuten en los pasillos del motín,
la explosión grande,
la lepra clara sobre el mundo.
sólo un dedal calzaba el dedo al inocente.
Ahora duermen un poco más abajo.
Sobre ellos caminan
las señoras, los jueces
y el luto y la copa de flores.
Ellos abajo con tierra entre los dientes
discuten en los pasillos del motín,
la explosión grande,
la lepra clara sobre el mundo.
HIJOS DEL
PUEBLO
(Fragmento)
Tal
vez nos pongamos de acuerdo
Si usted conoce algo eternamente calcinado,
Algo de Gog y Magog,
Algo del trono sepultado en el fondo del mar,
Si usted cree, como yo, que la poesía ha muerto
(rajá, turrito, rajá)
En la mierda sagrada de los citaristas.
Si usted cree que arremangándose y llorando
Puede aún rescatar en los pantanos de la belleza
Los huesos adorables de un soneto
Y con ellos levantar una casa escondida,
Un quilombo fantástico de ángeles.
Si usted conoce algo eternamente calcinado,
Algo de Gog y Magog,
Algo del trono sepultado en el fondo del mar,
Si usted cree, como yo, que la poesía ha muerto
(rajá, turrito, rajá)
En la mierda sagrada de los citaristas.
Si usted cree que arremangándose y llorando
Puede aún rescatar en los pantanos de la belleza
Los huesos adorables de un soneto
Y con ellos levantar una casa escondida,
Un quilombo fantástico de ángeles.
Si
usted cree, yo creo.
Y eso sí, compañero, hay que pisar las flores
Y sacarse la cera de Ulises, el de sucias orejas;
Porque ya las sirenas duermen en los castillos de los ojos del mar
Y el canto es, ahora, el aullido sin tregua de los hijos del pueblo.
Y eso sí, compañero, hay que pisar las flores
Y sacarse la cera de Ulises, el de sucias orejas;
Porque ya las sirenas duermen en los castillos de los ojos del mar
Y el canto es, ahora, el aullido sin tregua de los hijos del pueblo.
Los
dos primeros poemas en 40 años de poesía argentina,
Tomo segundo 1930/1950, Editorial Aldaba, Buenos Aires, pie de imprenta 10 de
mayo de 1963. (“El soñador” de Tres
poemas, 1958; “Para una tumba de Francisco de Quevedo”, de revista Azor, Mendoza,
1961). Los cuatro poemas restantes, no fechados e inéditos, en Radar Libros, Página
/ 12, domingo 15 de mayo de 2016. Fotos: Jmp y Página/12. Años 40, posiblemente
en casa de Oliverio Girondo. Primero de fila de arriba, poeta no identificado. Sentado
en el brazo del sillón, J. R. Wilcock. Arriba de izquierda a derecha: Miguel Domingo
Etchebarne, a su lado José María Castiñeira de Dios y José María Fernández Unsain.
Abajo de izquierda a derecha: Alfonso Sola
González, César Fernández Moreno, su pareja y Alberto Ponce de León.
Alfonso
Sola González (Entre Ríos, 1917 – Mendoza, 1975).
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