DESPUÉS DE UNA GUERRA
I
Nuestros
generales se aclaran la garganta: bombardearemos
el
monzón mismo, o los campos
nunca
se agostarán; los arrozales, aunque espesos
de
excremento, pescado muerto, nunca devolverán
todos
los cuerpos que hemos reclamado.
Quemaremos
la tierra hasta hacer de ella un desierto.
II
Principios
de abril. Se levantan vientos
en el
sudeste, remolinean. Rachas de lluvia
dispersan
las vainas de arroz. En aguas
donde
los muertos yacen camuflados
e inmóviles,
abril empieza en sílabas acuosas. Los ojos,
las
lenguas de los muertos se disuelven en las cuencas de sus cráneos.
III
Sí,
juntemos los restos:
del oeste,
un hueso de muñeca para tocar un tambor;
del
sur, unas costillas destempladas por un arado;
del
este, los afinados dientes de una mandíbula tañida
como
en una caja de música por bueyes que van y vienen;
del
norte, el curvo arco de un fémur.
IV
Después
de una guerra que nadie podría ganar, vayamos,
honremos
a los muertos asiáticos que exhumamos.
Permanezcamos
de pie, inclinadas las cabezas, solemnes,
frente
a un monumento de piedra envuelto en una bandera.
Oigamos
su música áspera, discorde,
hasta
que estén contados los muertos, o condenados.
Desde
ayer viernes el presidente norteamericano Donald Trump está descansado y con
sus "espolones" sanos en Vietnam. Las cicatrices y millones de muertos no
descansan.
En
revista Sur, nº 322-323, enero-abril de 1970. Joven literatura norteamericana. Traducción:
Enrique Pezzoni.
William Helmuth Heyen (Brooklyn,
Nueva York, EEUU, 1 de noviembre de 1940). Fotos: Jmp
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