La hoja silenciosamente se
aleja
del árbol y gira en su caída.
del árbol y gira en su caída.
La
tierra sabe de ese peso.
Siempre ha sido ella.
Siempre ha sido ella.
Otras
formas de esperarse, de
acariciarse y combinar los días.
acariciarse y combinar los días.
Tal
vez secretamente de olvido.
La muerte goza cuando su labor
es lógica.
Ella sabe
del placer de acaparar la suma de hechos,
memorias,
recuerdos, equívocos,
de
logros y fracasos.
Los acuna,
y ellos entregan la nana que
a la
muerte aquieta.
Los sembrará
luego en algún lugar de su pueblo.
Deben brotar
y retornar para que
exista
la historia.
Cuando
el hombre llega a su encuentro
vacío
de recuerdos, sin ansia de perdón o premio,
olvidado
el miedo, la esperanza,
en
logro de carencia de palabras,
la
muerte advierte su profundo silencio.
Exhala
solo aliento.
Vedada
de matar, no puede generar lenguaje que
mengüe
esas heridas que el caos le produce.
Retornan
los otros. Los que
traen
aquella imagen, esa palabra.
Haber acumulado
faltante de instantes.
Un tiempo
de nadas.
La tarde
que fue ausencia sigue
presente
aún en la espera.
La ecuación
encierra a quien devora y es devorado.
Atreverse
a pasar de miembro.
A no
ser igual, ni equivalente.
Qué días
serán los que se irán conmigo.
Serán cenizas.
Hubo todo
un pueblo de días en memoria;
se fue
desvaneciendo junto al destino.
Las viejas fotos insisten en
mirar hacia el olvido.
Daniel Viola (Buenos Aires, 1958). Selección
de textos y foto: Jmp
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