viernes, 28 de abril de 2017

Baldomero Fernández Moreno, Es más fácil torcer el curso de un río que el de un verso


LA MARIPOSA Y LA VIGA

AIRE AFORÍSTICO

¿A qué otra cosa mejor que al paisaje, como el sol y la niebla, podría enredarse la poesía?

Al lado de cada grillo que canta se va formando un montoncito de oro, cernido, delicadísimo.

Algo aleteaba en el alambrado. Creí que era un pájaro. Era un harapo.

Ante la poesía, tanto da temblar como comprender.

Aquel poste del teléfono, caído al borde del camino, era una cruz que estaba esperando que alguien cargara con ella.

Aquella mujer procedía como los terremotos: ondulatoriamente.

Aun en plena tormenta los pájaros dan la sensación de que están construyendo nidos.

Aunque una jaula sea del tamaño del espacio, siempre será una jaula.

Cada estrella cobija el sueño de un pájaro.

Cada vez que el escritor se enoja con su mujer, se pone a arreglar la biblioteca.

Creemos vivir en la punta acabada del tiempo, en la punta definitiva del tiempo.

Cuando un rumor toma cuerpo no hay quién le gane en garbo.

¡Cuánto rocío! Exclamó un niño. Y era un charco.

Da una limosna si quieres; pero, por Dios, que no se te caiga la moneda al suelo.

Dentro de poco la ciudad será una vasta y uniforme llamarada de avisos. Habrá que inventar entonces el aviso que se vea menos.

Después de las películas en que llueve, habría que retorcer la tela y tenderla al sol.

Detrás de cada letra china podría abrirse cómodamente un jardín.

El cine va siendo tan necesario, si no como el pan, por lo menos como el postre.

El escritor no debe romper nada, ni el más insignificante apunte. En casa del literato debe estar abolida la pena de muerte. Años de reclusión y, hasta cadena perpetua, sí.

El fagot asoma, detrás del atril, su largo caño de escopeta furtiva.

El genio es una larga paciencia y una súbita impaciencia.

El hombre se conforma a veces con ponerle un rótulo a sus aspiraciones, ya que no puede realizarlas.

El mate atrae misteriosamente las lágrimas de los tristes.

El papel carbónico es la sombra hecha pliegues y puesta a la venta.

El poeta canta hasta el final, como el cirio alumbra mientras le quede un aro de cera alrededor.

El poeta, como el cazador pobre, a los que salga.

El poeta es un pensador con una flor en la mano.

El “Romancero Gitano” de García Lorca: un cañaveral reseco y ardiendo.

El siglo XX se enamoró del garbo de la M para sus tres poetas: Mendoza, Mena y Manrique.

El Virreinato del Río de la Plata era un canastillo de oro con cuatro manzanas de plata.

En el aire hay una eterna e inexplicable confabulación contra la poesía.

En el principio eran las especias, dice Stefan Zweig. En el principio eran los paladares.

En realidad, ninguna cita de amor ha fracasado nunca.

Enrique Larreta ha conseguido hacer, al firmar, algo así como la empuñadura de una espada con la inicial de su nombre.

Era rubia, dorada, decorativa, pomposa como un arpa.

Envejeció como los periódicos: de un día para el otro.

Era tan poca cosa aquel poste de teléfono que hacía un esfuerzo visible para sostener, además de los aisladores, un nido de horneros.

Es más fácil torcer el curso de un río que el de un verso.

Es más importante, a veces, detener un beso que un alud.

Gabriel y Galán es un puñado de hierba fresca. Antonio Machado la rosa centuplicada.

Galopar en el desierto es como galopar en sueños. El verdadero galope debe estar acompañado de estruendo.

Habría que tender una mano, en el aire, a la hoja seca que cae.

Hay demasiadas estrellas en el cielo. Hay demasiadas arenas en el mar. Hay demasiadas consonantes en el Diccionario de la Rima.

Hay dos modos de envejecer: como el olivo o como el sauce.

Hay libros de versos tan dulzones y pegajosos, que habría que venderlos con guantes de punto, como los merengues.

Hay pesadillas que se prolongan más allá del sueño, que se adhieren a uno como una sábana húmeda.

Hay plumas que crujen al escribir como si quisieran proclamar el secreto que se les está confiando.

Hay que ver a lo que llaman azar algunos críticos cuando dicen: “Si abrimos al azar este libro”…Y siempre dan de bruces en lo peor.

Hay tranvías que esperan solapadamente la noche para hacer todo el escándalo posible.

Jimena, Melibea, Dulcinea, Dorotea, se contestan a través de la literatura castellana, con la blanda asonancia de sus nombres.

José Mármol atraviesa la noche literaria argentina como un fantasma blanco y helado.

La adulación, como el engrudo, siempre chorrea.

La biblioteca, o es una cosa viva o no es nada. Habría que repasar los índices, por lo mens, todos los lunes.

La cabecita del ratón Mickey es igual al bonete de Doctor en Derecho de Rabelais.

La cara de Larra parecía invadida, roída, como por un musgo verdinegro de tumba vieja.

La distancia es una especie de posteridad.

La eternidad es un río de ébano con estrellas de oro.

La hiedra protege, defiende y aísla mejor que el granito.

La historia todo lo embalsama y lo petrifica: no podemos imaginar a Godofredo de Bouillon oyendo el canto de un ruiseñor.

La inspiración, la parte más aguda de la inspiración, habría que pasarla bien arropado y en cama.

La lámina de agua de la fuentecilla del monumento a Sáenz Peña es rectangular y flexible como una hoja de afeitar.

La mariposa es un librito que ha quedado reducido a las tapas.

La poesía es eso que flota sobre la pradera vaporosa de sol y mariposas. Pero se nos escapa y nos contentamos con recoger del suelo algunas hojas, algunas ramas secas.

La vejez es ese cansancio que no se nos quita al día siguiente, como creíamos ingenuamente al acostarnos.

Las dedicatorias, como los apretones de mano, breves y secas.

Las rimas no se dividen en ricas y pobres, como dicen los manuales, sino en dignas e indignas, como las personas.

Las últimas correcciones hay que hacerlas de pie, como a pincelazos.

Lo grotesco y lo trágico: un borracho haciendo eses, con una pata de palo, de noche, en una callejuela.

Lo menos que se puede pedir a un libro de versos es que se parezca a una aldea próspera: una torre erguida y un caserío rumoroso alrededor.

Los araucanos hicieron flautas con los huesos de Valdivia. Pero no les valió de nada, porque el conquistador les había arrancado previamente las orejas.

Los omóplatos de Greta Garbo nadan por su espalda como los delfines por el mar.

Los personajes de W. H. Hudson parecen enmascarados.

Los pieles rojas se pondrán una pluma en cualquier parte, menos detrás de la oreja, que es lo cásico.

Los ruiseñores quieren metáforas; la humanidad, parábolas.

Mariano Moreno murió en alta mar. En muy alta mar.

Nada como el pulgar y el índice para pulverizar un granito de sal o de fama.

Nada más certero que una bala perdida.

Nada se agarra más a un clavo ardiendo que la poesía.

No es que haya hijos favoritos: es que cada uno exige una diferente clase de ternura.

Para facilitar el tránsito habría que prohibir andar por la calle a los gordos, a los tontos y a los poetas.

Para puntería, Ponce de León: buscaba la Fuente de la Juventud y dió con una flecha envenenada.

Para todo requiere uno la cama: para morir y para dar con el epíteto.

Parece mentira que el pavo real pertenezca al orden de las gallináceas.

Parece mentira que sean los mismos hombres los que han inventado los diminutivos y la pena de muerte.

¡Qué gracia haber escrito “Las Mil y una Noches” con la cabeza rodeada por un turbante de seda, de pluma y de pedrería!

“Rumor de besos y batir de alas”. Mi querido Bécquer, los besos no suenan.

Según el último censo, la población de Buenos Aires alcanza a 2.338.645 habitantes. Menos mal. Puede ser que ahora se venda un libro más.

Si Jorge Manrique hubiera sido pelirrojo –el padre lo era- toda una estética se vendría abajo.

Toda la habilidad de un beso, más que en llegar a unos labios, estriba en saber retirarse de ellos.

Todo es anécdota: anécdota intelectual, aérea, creacionista, o anécdota de pan y queso. La poesía viene o no viene después.

Un perramus manoseado, con cuello y doble cuello y cinturón, es el traje más apropiado para ocultar la tristeza, la desesperación y la locura.

Un poeta nacional es un poeta universal que se ha ensañado con su país.

Una conversación equivale a borronear un par de cuartillas.

Unos versos que manuscritos no valen nada, parecen algo en una revista y hasta excelentes en las páginas de un libro impreso en Maestricht, por ejemplo.

¡Y pensar que Garcilaso murió a pedradas como un perro rabioso!

Ya iba a estrellarse la golondrina contra el muro, cuando éste improvisó un agujerito, por el que se perdió.

Ya que has de dejar propina, dala en la bandeja, para que resuene y parezca más.


AIRE CONFICENCIAL

Acabaré por quedarme a solas con mis erratas.

Algunos poetas me recuerdan a los trenes del puerto: o parados o en maniobras.

Antes, para soñar, apagaba la luz. Ahora lo hago con la lámpara encendida y hasta con los anteojos puestos.

Bartolomé Díaz llegó al cabo de Buena Esperanza en 1486. Cuatrocientos años después nacía yo en Buenos Aires.

Cada vez que abro el falso Quijote siento remordimientos. Me parece que algo le duele a don Miguel.

Creeré, cuando esté por morirme, que eso es sólo hasta el día siguiente.

Dadme un punto de apoyo y me echaré a dormir.

Estar un poco mal, un poco enfermo, me es más llevadero que estar demasiado bien.

Felizmente, hasta ahora, sólo he escrito sin pensar, casi con los dos dedos. Los versos se me escapan de entre ellos como hilillos de agua entre raíces.

Francamente, de lo que más me gusta hablar es del tiempo: desde el rocío hasta la eternidad.

Hay días en que pierdo la letra como otros pierden la voz.

Los asuntos más importantes del mundo los he oído tratar en las plataformas de ómnibus y tranvías.

Los autores de novelas de policía pueden contar con mi simpleza hasta la última palabra. Y aun más allá del Fin.

Me gustaría una novela argentina que empezara así: Daban las veinticuatro en la torre del Concejo Deliberante, cuando…

Me he hecho maestro en hacer picadillo mis borradores y darlos al viento.

Me paso la mitad de la vida juntando papeles sin importancia y la otra mitad tratando de deshacerme de ellos.

Mientras estoy leyendo a Homero, me está esperando un Manualillo de Cerrajería Práctica.

Mis propinas suelen ser generosas. Retribuyo el café y la meditación.

Nada me excita más, oh Heine, que una taza de tilo.

Ni yo ni mi estilográfica andamos bien al principio. Hemos de trotar unos cuantos renglones antes de entrar en calor.

No quiero vivir ni desaparecer. Lo que quiero es refugiarme en un tapiz.

¿Qué poema mío me gusta más? Ese que llevo a medias en la memoria y en el bolsillo.

Quiero ser poeta entre los hombres, no entre los ángeles.

Tengo que seguir escribiendo: hay que justificar la infancia.

Ya creo en todo, hasta en las dedicatorias.


70 AÑOS DE LA PRIMERA EDICIÓN DE LA MARIPOSA Y LA VIGA
Se cumplen 70 años de la primera edición de La mariposa y la viga. La observación instantánea, fotográfica, en textos brevísimos, agrupados en dos series: Aire aforístico y Aire confidencial. Escribe Baldomero en el “Prologuillo”: “Aforismos, aire de aforismos. Confidencias, aire de confidencias, para mayor vaguedad. Ocurrióseme aquél en una siesta, en una estancia, soledad y mugidos. Estaba yo boca arriba en la cama sin poder dormir cuando… vi una mariposa parda, vulgar, que movía sus alas recién venidas del sol. Allí estaba contrastando su levedad palpitante con la viga ponderosa y mal labrada. El madero parecía asumir todo el peso de la materia y de la vida ante el insecto insignificante, pero elegantísimo, lleno de belleza. Y me acordé del verso de Darío: Divina Psiquis, dulce mariposa invisible.”
En: La mariposa y la viga, Editora y Distribuidora del Plata, Buenos Aires, primera edición, abril de 1947.
Baldomero Fernández Moreno (San Telmo, Buenos Aires, 15 de noviembre de 1886 – 7 de junio de1950). Foto y selección de textos: Jmp. 

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