EL HOMBRE QUE VENÍA
El politólogo Nicolás Casullo escribió esta nota en mayo de 2002, un año antes de que Néstor Kirchner llegara a la presidencia y antes incluso de que fuera realmente un candidato. El notable texto pinta el personaje que el gobernador patagónico podría llegar a ser y en muchos aspectos realmente fue.
Néstor Kirchner representa la nueva
versión de un espacio tan legendario y trágico como equívoco en la Argentina:
la izquierda peronista. En su rostro anguloso, en su aire desorientado como si
hubiese olvidado algo en la mesa del bar, Kirchner busca resucitar esa
izquierda sobre la castigada piel de un peronismo casi concluido después del
saqueo ideológico, cultural y ético menemista. Convocatoria kirchneriana por lo
tanto a los espíritus errantes de una vieja ala progresista que hace mucho
tiempo pensaba hazañas nacionales y populares de corte mayor.
Revolotean escuálidos los fantasmas de
antiguas Evitas, CGT Framinista, caños de la resistencia, Ongaro, la gloriosa
JP, la Tendencia, los comandos de la liberación, ahora sólo eso, voces en la
casa vacía. Por eso un Néstor Kirchner patagónico, atildado en su impermeable,
con algo de abogado bacán casado con la más linda del pueblo, debe lidiar con
la peor (que no es ella, inteligente, dura, a veces simpática) sino recomponer,
actualizar y modernizar el recuerdo de un protagonismo de la izquierda
peronista que en los ’70 se llenó de calles, revoluciones, fe en el General,
pero también de violencia, sangre, pólvora, desatinos y muertes a raudales, y
de la cual el propio justicialismo en todas sus instancias hegemónicas desde el
’76 en adelante, renegó, olvidó y dijo no conocer en los careos
historiográficos. De ahí que en las nuevas generaciones de jóvenes de los
últimos 20 años, las crecidas entre Luder y Menem, aquel “peronismo de
izquierda” no dejó datos ni rastros: las nuevas generaciones medias no alcanzan
a descifrar ese rótulo como algo digno de ser pensado. Por eso, como espacio
histórico dramático y fallido, lo de Kirchner tiene el signo de la nobleza, del
respeto a una generación vilipendiada con el mote de puro guerrillerismo. Es
fiel a una memoria fuerte del país que ningún peronista “referente” se animó a
aludir en la nueva democracia, y también signo de aquellos fatalismos. Larga es
la lista de enemigos internos y externos de esa izquierda nacional en el
movimiento desde 1953 hasta hoy: los “cobardes, entreguistas, traidores, claudicantes,
negociadores, burócratas, mariscales de la derrota, antipueblo” y finalmente
esa extraña y exitosa ecuación de modernización y renovación justicialista que
desembocó en el menemismo-liberal que enamoró a todos los poderes reales en la
Argentina. Lista de defecciones tan eterna y concreta que casi terminó siendo,
desde 1955, la historia real del peronismo. La de sus defecciones.
En esa temeraria pelea está inscripto hoy
el santacruceño. Según muchos, Kirchner asume la responsabilidad de una pieza
semiarqueológica: los militantes peronistas “setenteros”, ahora cincuentones,
quienes viven la biografía del movimiento del ’45 como sentados en una estación
abandonada y ventosa muy al sur del país por donde volver a pasar, aunque
todavía no se note, ni se crea, ni se oiga, aquel verdadero tren de la historia
que algún día podrá llenar de humo purificador la patria.
Sentados en el
andén vacío y destartalado, como a una hora señalada, los del grupo toman mate,
hacen muñequitos de madera con las navajas, parrillan corderitos en la estación
sin nadie, miran de soslayo por si se acerca alguien, y achican los ojos cada
tanto con las manos de visera en pos de un imaginario punto negro, lejano, que
se vaya agrandando sobre las vías con su silbato anunciador. La cuestión es no
dar demasiados datos de esa espera. Por eso Kirchner habla rápido, a veces
medio desprolijo, o deambula confusamente entre cámaras de noticiero tratando
de coincidir con la memoria de los mártires, con el subsuelo del tercer cordón
ex industrial, o con una histérica cacerolera de Belgrano R. Porque en realidad
está diciendo algo difícil, complejo, discutible, pero a lo mejor por eso
profundamente cierto en cuanto a por cuál sendero se sale realmente de este
entuerto, donde el país se desbarranca por la ladera, perdida toda idea de sí
mismo, toda imagen nacional.
Es posible que no sea candidato, o mejor
dicho que no le alcance el envión entre los sueños solapados del presidente
Duhalde, las encuestas optimistas de De la Sota, la coincidencia de los poderes
con Reutemann, las infinitas “re-reelecciones” de Menem, el caradurismo
simpático de Rodríguez Saá. Desgarbado, lungo, de palabra directa, está último
en esa lista, cuando cada tanto viene del sur para exigir elecciones ya. Para
decir que va por adentro o va por afuera pero no va a entrar en ninguna trenza.
Lo converso con mis amigos y el 80 por ciento no lo ubica, lo semitienen en
algún rincón de las imágenes del consciente pero no del todo. Les digo que es
el fantasma de la tendencia que vuelve volando sobre los techos y sonríen como
si les hablase de una película que no se va a estrenar nunca porque falta pagar
el master.
Si rompe con el peronismo corre el eterno
peligro de quedarse solo, ser simple izquierda, ser no “negocio”. Si se queda
adentro, ya nadie sabe en qué paraje en realidad se queda: corre el peligro de
no darse cuenta un día que él tampoco existe.
En ese maltrecho peronismo que vendió
todas las almas por depósitos bancarios, Kirchner es otra cosa: insiste en dar
cuenta de que ésta no fue toda la historia. Que hay una última narración
escondida en los mares del sur.
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