viernes, 18 de diciembre de 2009

Juan Octavio Prenz - Diana



DIANA

Toque de clarín al amanecer para despertar a
la tropa

Punto céntrico de un blanco de tiro

Nombre de muchacha argentina


En: Cortar por lo sano, Libros de Tierra Firme, 1987
Juan Octavio Prenz nació en La Plata en 1932
Foto: Diana Teruggi con su hija Clara Anahí Mariani.


Gracias al periodista y amigo Lalo Painceira, que nos acercó este texto:

DIANA

Conocí a Diana Teruggi en uno de los momentos más fructíferos de mi vida docente. Con Miguel Olivera Giménez habíamos conformado un equipo de colaboradores que se proponía romper con la chatura convencional y el correctismo simplón que entonces caracterizaba los estudios gramaticales y lingüísticos.
Me place citar esto, porque existen aún personas de memoria débil y proclives al orden fácil, que veían una mera improvisación caótica en lo que, en realidad, era un cuestionamiento serio del estado de cosas existentes, dentro y fuera de la Universidad. Una de las colaboradoras más eficientes era esa muchacha entusiasta, de pensamiento rápido y de una actitud crítica poco comunes que se llamaba Diana Teruggi. Se trabajaba, entonces, en función de un proyecto común. Se desestimaban las verdades reveladas y el estudio crítico era la única moneda de cambio. Recuerdo que entonces las clases eran sólo un comienzo; las discusiones entre docentes y alumnos seguían en los pasillos y terminaban en algún café. A menudo, el debate excedía el campo meramente lingüístico para adentrarse en la teoría de la literatura. Cómo no recordar que los estudiantes, víctimas de una aproximación meramente impresionista a la literatura, escucharon, entonces, por primera vez, nombres como los de Víctor Shklovski o de Jan Mukarovsky y tomaron contactos con sus teorías. Cito, en particular, estos dos autores, porque Diana mostraba un particular interés por los mismos. No era necesario ejercer ninguna autoridad, porque la única forma de autoridad conocida era el respeto intelectual por el otro. Y esta circunstancia era también una liberación para el docente y la instauración de un diálogo verdadero, que es la premisa a todo conocimiento.

En Belgrado me enteré de las trágicas circunstancias de su muerte. Una vez más, una parte retrógrada del país mataba a sus mejores hijos sin haberlos jamás escuchado. Era mucho lo que ellos habían dicho y mucho más lo que les quedaba por decir.

El tiempo por fortuna nos hace conservar algunas imágenes, frívolas en su momento, que se nos aparecen ahora como el signo de una larga dulzura. De Diana me quedan su sonrisa permanente, sus ojos siempre vivaces, que parecían revelar un asombro continuo. La recuerdo con un abrigo gris oscuro, ese andar apurado y esa manera, casi busterkeateana, de ordenar sus papeles. Anotaba todas las cosas que le interesaban, que es como decir el mundo entero.

Era clara. No sé de algún otro adjetivo que pudiera definirla mejor.

Juan Octavio Prenz

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