martes, 29 de junio de 2021

DANIEL GAYOSO Vive una enorme mujer en un hogar pequeñito




 

LAUREL

(Un divertimento)

 

 

Laura -que deriva de laurel: “victoriosa, triunfante”- es el nombre de mi hija.

A su entusiasmo por inventar conmigo juegos de imágenes, palabras y un reloj de arena

debo este libro, escrito a sus doce y publicado ahora, seis años después.

Para seguir alegrándonos de poesía.

 

“Por juego, por simple juego”

Conrado Nalé Roxlo

 

 

 

Vive una enorme mujer

en un hogar pequeñito,

y asoma por el tejado

su mirada de infinito.

 

 

 

Hay una brecha en mi casa

por donde pasan vecinos,

ciegos, parientes difuntos

y, cuando puedo, yo mismo.

 

 

 

Sacando agua del pozo,

vio acercarse por el llano

a un jinete, a dos, a diez…

Cien bebieron, endiablados.

 

 

 

En época de sombreros

los había que iban solos,

creando sus propios dueños

limpios, bonitos y cómodos.

 

 

 

Vagando por Buenos Aires

va un ciego con una silla.

Y se sienta en donde debe,

según su punto de vista.

 

 

 

Sólo las ruedas llegaron

del viejo sulky. Perdieron

demasiado en ese viaje...

Pero bueno, se lucieron.

 

 

 

Arribó el explorador

al sitio que más ansiaba.

Muy solo, sin provisiones

y jactándose por nada.

 

 

 

Saludaba a su reflejo

en vidrieras de cafés,

y una imagen le repuso:

¡Muy buenas! ¿Quién es usted?

 

 

 

Las escaleras trepaba

de joven, y descendía

de viejo, a la nochecita.

Nunca al revés: se moría.

 

 

 

Alto en la gran biblioteca,

ordena libros el viejo.

No hay escalera visible,

ni par de alas. Hay celo.

 

 

 

¿Qué es lo mejor que puedo

hacer por mí?” En un instante

dudó, sonrió y se elevó

sobre las nubes, el ángel.

 

 

 

Cuando las inundaciones,

el pintor impresionista

sale a buscar más reflejos

con su paleta altruista.

 

 

 

Como yo no soy mis versos

a mí nunca me publican;

no me compran, ni me hojean

y en las aulas no me explican.

 

 

 

Mi estado mayor de búhos

reúno al irme a dormir.

Y les doy orden severa:

que alejen el porvenir.

 

 

 

Como hecha a la medida

de los ensueños más leves,

ay vejez... ¡una casita

donde no quepa la muerte!

 

 

 

Las pesas de mi balanza

no bastan para medir

cuánto me agobia esa luz

que inventas al sonreír.

 

 

 

Mi mano sabe la ciencia

de tender conos de sombra.

La vuelvo hacia a mí y descanso

del mundo cuando me nombra.

 

 

 

¿Sale fuego de ese frente

y enciende el árbol contiguo?

¿O es otra cosa, el antiguo

y enrojecido poniente?

 

 

 

Conversando con mis gatos

me ronronearon que sí:

ellos son dobles de riesgo

de amigos que yo perdí.

 

 

 

Rabanitos hay que crecen

suspendidos en el viento.

Pero el quintero, sensato,

les manda bajar al huerto.

 

 

 

Aquel velero fantasma

ya no tiene tripulantes,

sólo uniformes en pie

dejando que el viento mande.

 

 

 

Hoy soñé con papparazzi

que trepaban por mi casa

para llevarse el secreto

de que a mí nada me pasa.

 

 

 

De noche, por la ventana,

él  remontaba un cometa

que se encontraba con otro

bajo la luna... ¡El de ella!

 

 

 

Ya no se usan paraguas;

sí en cambio una cerradura

que abre la puerta de un aire

donde no cae gota alguna.

 

 

 

Las mariposas buscaron

el rostro de un granadero,

y allí mismo se obligaron

a un descanso más severo.

 

 

 

Cuando era San Valentín,

ramo de flores en mano,

salió un bobo al campo llano

a buscar novia por fin.

 

 

 

Esa triste senda de árboles

hasta la casa vacía

donde suspira una carta

de amor fatal… no es la mía.

 

 

 

Cuando él habla con la gente,

copia sus gestos y hábitos,

voces, frases, emociones…

Hoy empezó con los pájaros.

 

 

 

Días iguales los días

que demoran en marcharse,

que siempre se olvidan de algo

para poder desandarse.

 

 

 

Vaciamos nuestro galpón

de todo lo estrafalario,

para que sea refugio

de algún dragón solitario.

 

 

 

En la catedral de Burgos

se dice que hay escondida

una capillita agreste,

y la buscan noche y día.

 

 

 

Tomé una taza de tilo

releyendo un papel viejo.

Y aquí me ves, con mi furia

cautiva de un lento espejo.

 

 

 

¡Máscaras, máscaras, máscaras!

Y la verdad sepultada.

Los pies del baile la llaman,

ella nunca dice nada.

 

 

 

A veces los sentimientos

pasan de largo por mí,

tal como el viento lo haría

si yo no estuviese aquí.

 

 

 

Como si usara unos lentes

de insólita graduación,

a las cosas de esta vida

las ve como nunca son.

 

 

 

Abrió la puerta al llamado

y nadie se presentó.

Cuando la hubo cerrado,

con nadie a solas charló.

 

 

 

Mi mente es la llavecita

que me libera y encierra,

que me encierra y me libera

hasta que no haya más celda.

 

 

 

Las aves hoy no vinieron;

es que no tienen palabra.

Y yo con cuaderno y lápiz

para robarles un ala.

 

 

 

De aquel circo ni cenizas.

Por los caminos del humo

van artistas y animales

y yo también, que era el público.

 

 

 

Sentados bajo la parra

que hubo una vez, recordamos.

Y de oficio la cuadrícula

nos guía por la nostalgia. 

 

 

 

Ruega el llorón a la brisa

que se olvide de soplar;

airecito en sus pestañas

si no es el mar es la mar.

 

 

 

Banquero soy y me presto

monedas de ser feliz

que se vuelven moneditas,

brillos, nada y las perdí.

 

 

 

Sin el anillo famoso

que usaba el rey Salomón

hoy hablé con mi mesita

de luz, de una pasión.

 

 

 

¿Sabrán hacia dónde nadan

los peces de enciclopedia?

¿O la fama trae la duda

y la duda es cosa eterna?

 

 

 

Es temible su agudeza

como la de un alfiler,

estoque o punta de lanza.

No sabe hacerse querer.

 

 

 

Retirado en mis desiertos,

escribo planes de guerra

que el buen juicio de los vientos

echa a volar por la tierra.

 

 

 

Acordaban algún tango

y empezaban a bailar.

Despacio, nada de música,

sintiéndose respirar.

 

 

 

De todas las vanidades

hay apagón general;

pero que nadie se alarme…

Es esta la Realidad.

 

 

 

Un libro en papel laurel,

que han editado en París,

se hojea lento a sí mismo

con sus manos de raíz.

 

 

 

Con este dibujo borro

cierto dibujo anterior

que a su vez borraba otro.

¿Y el primer dibujo? Yo.

 

 

 

La mía es casa de pájaros

y ya no cabe más nadie.

A veces entre las sombras

se lo ve al dueño, que es aire.

 

 

 

Tenía una flor de oro

pero el secreto guardó,

y admirándola en silencio

todas las manos ganó.

 

 

 

 

 

Laurel (Un divertimento), libro inédito de Daniel Gayoso (Buenos Aires, 1957) / Fotos: jmp

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