LAUREL
(Un
divertimento)
Laura -que
deriva de laurel: “victoriosa, triunfante”- es el nombre de mi hija.
A
su entusiasmo por inventar conmigo juegos de imágenes, palabras y un reloj de
arena
debo
este libro, escrito a sus doce y publicado ahora, seis años después.
Para
seguir alegrándonos de poesía.
“Por
juego, por simple juego”
Conrado
Nalé Roxlo
Vive
una enorme mujer
en
un hogar pequeñito,
y
asoma por el tejado
su
mirada de infinito.
Hay
una brecha en mi casa
por
donde pasan vecinos,
ciegos,
parientes difuntos
y,
cuando puedo, yo mismo.
Sacando
agua del pozo,
vio
acercarse por el llano
a
un jinete, a dos, a diez…
Cien
bebieron, endiablados.
En
época de sombreros
los
había que iban solos,
creando
sus propios dueños
limpios,
bonitos y cómodos.
Vagando
por Buenos Aires
va
un ciego con una silla.
Y
se sienta en donde debe,
según
su punto de vista.
Sólo
las ruedas llegaron
del
viejo sulky. Perdieron
demasiado
en ese viaje...
Pero
bueno, se lucieron.
Arribó
el explorador
al
sitio que más ansiaba.
Muy
solo, sin provisiones
y
jactándose por nada.
Saludaba
a su reflejo
en
vidrieras de cafés,
y
una imagen le repuso:
“¡Muy buenas! ¿Quién es usted?”
Las
escaleras trepaba
de
joven, y descendía
de
viejo, a la nochecita.
Nunca
al revés: se moría.
Alto
en la gran biblioteca,
ordena
libros el viejo.
No hay escalera visible,
ni
par de alas. Hay celo.
“¿Qué es lo mejor que puedo
hacer por mí?” En
un instante
dudó,
sonrió y se elevó
sobre
las nubes, el ángel.
Cuando
las inundaciones,
el
pintor impresionista
sale
a buscar más reflejos
con
su paleta altruista.
Como
yo no soy mis versos
a
mí nunca me publican;
no
me compran, ni me hojean
y
en las aulas no me explican.
Mi
estado mayor de búhos
reúno
al irme a dormir.
Y
les doy orden severa:
que
alejen el porvenir.
Como
hecha a la medida
de
los ensueños más leves,
ay
vejez... ¡una casita
donde
no quepa la muerte!
Las
pesas de mi balanza
no
bastan para medir
cuánto
me agobia esa luz
que
inventas al sonreír.
Mi
mano sabe la ciencia
de
tender conos de sombra.
La
vuelvo hacia a mí y descanso
del
mundo cuando me nombra.
¿Sale
fuego de ese frente
y
enciende el árbol contiguo?
¿O
es otra cosa, el antiguo
y
enrojecido poniente?
Conversando
con mis gatos
me
ronronearon que sí:
ellos
son dobles de riesgo
de
amigos que yo perdí.
Rabanitos
hay que crecen
suspendidos
en el viento.
Pero
el quintero, sensato,
les
manda bajar al huerto.
Aquel
velero fantasma
ya
no tiene tripulantes,
sólo
uniformes en pie
dejando
que el viento mande.
Hoy
soñé con papparazzi
que
trepaban por mi casa
para
llevarse el secreto
de
que a mí nada me pasa.
De
noche, por la ventana,
él remontaba un cometa
que
se encontraba con otro
bajo
la luna... ¡El de ella!
Ya
no se usan paraguas;
sí
en cambio una cerradura
que
abre la puerta de un aire
donde
no cae gota alguna.
Las
mariposas buscaron
el
rostro de un granadero,
y
allí mismo se obligaron
a
un descanso más severo.
Cuando
era San Valentín,
ramo
de flores en mano,
salió
un bobo al campo llano
a
buscar novia por fin.
Esa
triste senda de árboles
hasta
la casa vacía
donde
suspira una carta
de
amor fatal… no es la mía.
Cuando
él habla con la gente,
copia
sus gestos y hábitos,
voces,
frases, emociones…
Hoy
empezó con los pájaros.
Días iguales los días
que demoran en marcharse,
que siempre se olvidan de
algo
para poder desandarse.
Vaciamos nuestro galpón
de
todo lo estrafalario,
para
que sea refugio
de
algún dragón solitario.
En
la catedral de Burgos
se
dice que hay escondida
una
capillita agreste,
y
la buscan noche y día.
Tomé
una taza de tilo
releyendo
un papel viejo.
Y
aquí me ves, con mi furia
cautiva
de un lento espejo.
¡Máscaras,
máscaras, máscaras!
Y
la verdad sepultada.
Los
pies del baile la llaman,
ella
nunca dice nada.
A
veces los sentimientos
pasan
de largo por mí,
tal
como el viento lo haría
si
yo no estuviese aquí.
Como si usara unos lentes
de insólita graduación,
a las cosas de esta vida
las ve como nunca son.
Abrió la puerta al llamado
y nadie se presentó.
Cuando la hubo cerrado,
con nadie a solas charló.
Mi mente es la llavecita
que me libera y encierra,
que me encierra y me libera
hasta que no haya más
celda.
Las aves hoy no vinieron;
es que no tienen palabra.
Y yo con cuaderno y lápiz
para robarles un ala.
De aquel circo ni cenizas.
Por los caminos del humo
van artistas y animales
y yo también, que era el
público.
Sentados bajo la parra
que hubo una vez,
recordamos.
Y de oficio la cuadrícula
nos guía por la
nostalgia.
Ruega el llorón a la brisa
que se olvide de soplar;
airecito en sus pestañas
si no es el mar es la mar.
Banquero soy y me presto
monedas de ser feliz
que se vuelven moneditas,
brillos, nada y las perdí.
Sin el anillo famoso
que usaba el rey Salomón
hoy hablé con mi mesita
de luz, de una pasión.
¿Sabrán hacia dónde nadan
los peces de enciclopedia?
¿O la fama trae la duda
y la duda es cosa eterna?
Es temible su agudeza
como la de un alfiler,
estoque o punta de lanza.
No sabe hacerse querer.
Retirado en mis desiertos,
escribo planes de guerra
que el buen juicio de los
vientos
echa a volar por la tierra.
Acordaban algún tango
y empezaban a bailar.
Despacio, nada de música,
sintiéndose respirar.
De
todas las vanidades
hay
apagón general;
pero
que nadie se alarme…
Es
esta la Realidad.
Un
libro en papel laurel,
que
han editado en París,
se
hojea lento a sí mismo
con
sus manos de raíz.
Con
este dibujo borro
cierto
dibujo anterior
que
a su vez borraba otro.
¿Y
el primer dibujo? Yo.
La
mía es casa de pájaros
y
ya no cabe más nadie.
A
veces entre las sombras
se
lo ve al dueño, que es aire.
Tenía
una flor de oro
pero
el secreto guardó,
y
admirándola en silencio
todas
las manos ganó.
Laurel (Un
divertimento), libro inédito de Daniel Gayoso (Buenos Aires,
1957) / Fotos: jmp
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