QUIZÁS TAL VEZ
APENAS
“Y mi vida es un perfecto
borrador, bien borroneado, bien tachado,
vuelto a reescribir, nunca
completo, nunca terminado.”
Haroldo Conti
WIM WENDERS
ESQUINA / PETERHANDKE
Pasos. Pasos y casi nada de importancia
hasta sentarme y empezar a ver una tela de humo que hubiera sido golpeada por
una piedra invisible, yéndose hacia el fondo de la oscuridad de los ojos
cerrados. Fue en la ruta. Caía tanta agua que el vidrio estaba lleno de vapor.
No se hablaba, pero yo, de vez en cuando, le espiaba sus preocupaciones. De
dónde vienen. De abrazar el ánimo de un río. De guardarnos en los ojos muchos
regresos del viento. De tener el honor de que el cielo y la tierra nos hayan
elegido para el sacrificio en agradecimiento al sol. De un lugar que algunos de
los suyos apenas si lo encontraron, pero jamás trataron de descubrir. Cómo
decirte, de golpe vi un montón de movimiento que rajaba la pesadilla. Entonces
qué es lo que espera usted esencialmente. Con toda humildad, el resplandor de
lo ínfimo. Sí. Ahora, sentado afuera, me sigo diciendo qué se va a hacer, en
qué va a terminar este único lado de la vida, en el que ahora volví a verte y
anoto ese reflejo ennegrecido y diminuto de un poco de árbol, en tus ojos de
agua. El miedo de los escalones gastados en el mismo lugar. Sombras secretas
del diluvio de ser. Vegetación alerta. Ruidos, ruidos, ruidos. Gente toda
tapada durmiendo en la calle. Casi no hay espacio en lo que quiero decir. Si el
tiempo inunda lo que fue presente, y el sol aviva todo lo perdido ¿para qué
vuelvo a hundirme en lo vivido, si no se apaga lo que está latente? Lo eterno
arde, en este yo creciente, y que se sigue yendo sin haberse ido de la luz.
Brillo que lo nombra húmedo y suave, donde resplandece lo que se supone es casi
imposible de olvidar con la voz del sentimiento. Que la vida no fuese
imprevisible. O sea siempre voluntad de sueño. El río de una lágrima
insensible, que finja llamas, donde moja recuerdos. Bueno, ahora te dejo porque
vuelven las bombas en lo que estoy soñando. Cerré la puerta y empecé a ver una
semilla rompiendo su suerte y que estaba enterrada unos cuantos centímetros por
debajo de donde se había parado mi abuelo a mirar su trabajo, por culpa de
Bach, que retumbaba con todo en los vidrios. Me parece que sí. Todas las
presencias de la luz, valen la pena. Sí, una sombra. A veces la alegría, es una
sombra. Sí. En este momento, me ayuda la imagen, pero estoy muy lejos todavía.
No quiero apurar la idea. El cuerpo que traiga. Hay un sol hermoso, pero
difícil. Yo estoy difícil. El tiempo está difícil. Silencio en blanco. Difícil.
El aire es más rápido que todos mis esfuerzos. Nadie en mi papel. Sí. César.
César Vallejo. O Lluvia a secas, si lo prefiere. O Dolor al que un relámpago de
verso lo asista para un final que atrape la sangre, la voz de la vista, los
huesos del poema. Tragarse el asombro, y olvidar. No sé. Siempre tiene esa
especie de sueño que se le vacía. Las hojas. Pan de sonido en el aire. A ver si
toco bien el nervio cotidiano. El hombre sordo, de la historia invisible. Qué
discreto. Se refugia en sus detalles. Estiraba la gomera, como si hubiera
tratado de estirar el mundo. Tu sonido está en la vida. Mis palabras en las
horas. Raro. Lindo. Vos cenizas, yo cenizas, y nos podemos seguir pensando. Me
parece que sí. Porque además de todo, hablo en otro horario. De noche, en la
noche. En soledad. Con la señora Naturaleza. ¿Qué? La música quedó debajo de la
almohada. ¿Cómo? Miraba como quien abre un trapo con desesperación. Bueno.
Quiero que ahora me cuentes cómo empezó todo. Y, empecé a pensar en la primera
vez en la que alguien se haya dejado llevar acompañándose de la luna. En el
primer ruido solo. En los granos de arena que se deslizan sobre otros cuando ya
casi toda la lámina de agua empieza a escaparse más rápido de la espuma. En
cuánto hará que lloramos. Cuál habrá sido el primer balbuceo de un idioma. En
la sombra del primer abrazo. En eso, las gotas empezaron a pegarle fuerte a los
zapatos flamantes. Sí. Una lágrima cayó en mi cuello y yo sentí más amor
todavía. No te hagas problema. No lo vas a saber. La verdad es que el óxido
parece hasta una tristeza del tiempo. Y que tenga ese color y que esté tan
brotado. Parece que ni el tiempo lo quisiera. Como una hoja pegada a la pared.
Después de que la tormenta de a poquito de a poquito, va dejando serena a la
luz. ¿Y esa silla? No, ni se te ocurra. Esa silla es de mi memoria. Vos no la
pienses, y la ventana, tranquilamente es un ojo. No, no. Yo de chiquito miraba
y miraba nada más. Ahora de grande, pienso postergaciones. Don ¿no tiene una moneda?
Si te doy ¿seguro que la voy a pasar bien en el otro barrio? Mirame por favor,
mirame que si abro los ojos empiezo a escuchar otra cosa y te pierdo. ¿Pensás
en tus manos alguna vez? ¿Viste que cuando alguien se despierta, parece que las
pestañas se asustaran también? Sí. Por el espejo retrovisor todo se iba
haciendo una tela larga y un pasillo infinito y angosto y una soga y un hilo de
cosas que yo no podía llorar. Fue la única vez en que a la mitad del sol, que
era lo que se podía ver mientras se asomaba en el horizonte detrás del agua, le
alcancé a encontrar esa especie de moretones o humo fijo que latían como si de
adentro de eso quisiera salir una alegría o una burla. Después, cambié de
laburo. Sombritas de pájaros pasando tan ligeras, tan lindas, arriba de esta
inmundicia de saludos falsos. Yo la alzaba a upa, la llevaba hasta el subte, le
daba un beso, la veía irse adentro del arranque deslizado, y ahora qué estará
haciendo. Nombre de flor tenía, pero no me acuerdo cuál. Copien. Qué hermoso
caballo. Le daba mordisquitos al aire de una lado y del otro y levantaba la
cabeza al cielo como pidiendo permiso y como avergonzado y desconfiando de si
eso se podía hacer. ¿Creés en las imágenes vos? Según quién y cómo las cuide.
Y, un día es como una caja, en la que vos estás adentro ¿viste? mirando. No hay
otra manera. Bueno, y entonces cuándo supo usted definitivamente que iba a
escribir. Cuando vi que tenía que parecerme al susurro áspero y suave del trigo
inclinado sobre otro trigo, antes de volver al silencio; y cuando me enteré de
que para seguirme mientras me estaba buscando tenía que aligerarme como una
bolsa inflada que rueda y pega un poquito en el suelo y sigue avanzando por un
fin de semana vacío y bastante feo y refresca. Algunas veces, se acierta, se da
en el blanco, pero el arco puede quebrarse. Y llueve. Miro. Pienso. Me dejo
invitar por la imaginación. Sentimiento que interpreta la tarde de un vidrio,
permanentemente acechado por telones de agua. O si no, árboles que parecen
insistir en agotar su inocencia, con tal de que no quede mal saludado el cielo.
Hojas con hilos de diluvio. Ráfagas de olvido que arrasan con algunos
recuerdos. Cualquier clase de zozobras en lo que sigo afirmando. De lo que oigo
a lo que escucho, todo lo que veo, parece quedarse callado. Llueve. Simplemente
está lloviendo hubiera dicho, pero la fuerza tan reconocida del futuro, no deja
de traer abrazos ausentes y despedidas que no existen entre las ramas y el
silencio resoplado y como corporizándose en lo que estoy seguro de haber vuelto
a darle vida, casi como pude presentirlo. Sí, cuándo no las palabras, y su
momento de cristal. Entonces raspa. El viento raspa. Hay humo de luz en el
sueño y el otoño explota de hojas para que yo espere y asuma más el dolor del
árbol que se mueve apenas como agua de mi voz y yo vea escuchando a ese hilo de
rumor que hace un solo futuro de todas las ramas, y que la tijera del tiempo
muerde, hasta que el frío grita, mientras la aguja del lenguaje sigue, y trata
de hacer algo por la entretela de mi nostalgia, para que la pasión brille, se
hunda, avance, desaparezca y salga sin parar, hasta que el verso despierte. Sí.
Un solo silbido en una calle desierta vista desde un balcón. No hay caso. Yo.
Ricardo Eufemio Molinari. Casi cien años recurriendo al cielo. A los temblores
de la rosa, y al aire finísimo resoplando sobre el sueño de un pájaro. Esos
recodos de ríos que se enojaron y rieron mientras los miraba acariciar sus
costas de pastos intensos. Vientos impecables y llenos de ternura y llanto ante
el trabajo de mis sentimientos. Árboles compañeros de mi memoria siempre. Nubes
que desmenuzadas o espeluznantes decían en su mudanza como ninguna otra cosa lo
infinito. Silbos perfectos del vació rozando a una espina cualquiera.
Callamientos preciosos del día. Aquellos detalles abiertos y escritos gracias a
las líneas rosadas del aire madrugador sobre el rocío. El parecido a su
soledad, que volvía a sí mismo con respeto y ausente a cantarle a sus muertos,
mientras alguna emoción ligera de la brisa golpeaba algún mechón castigador y
amigo de mi frente. Mantas de hojas sagradas sobre el otoño colorado y ocre.
Lluvias anchísimas detrás de los vidrios llenos de quietudes buscadas para mis
ojos admiradores de los compases solitarios de las ramas del campo. Llanuras
dignas de un sueño gigante. Todas las edades invencibles de mis poetas más
amados. El indudable de sí mismo, mientras repasaba con los ojos las vetas tan
delicadas que hacen sobre el espacio la suavidad de algunos vuelos perfectos, o
esos remansos de agua que se extienden como dedos dormidos sobre la pampa, sin
resignarme a ser esta postrera vez de ahora. Hueso y barro metidos en la
oscuridad más fuerte de mi patria, esperando a que las nubes hablen y me
recuperen para lo que fui, pero no soy, mientras la nada continúe dejando cada
vez más fuerte al olvido adentro de todo, sin entender que mi fe sigue intacta.
Casi imposible de creer en que la vida no sea más sensible a mi voz. Aquella
animadora de una palabra acompañante de otra, cambiando a este nombre
agradecido de versos por lo que ellos fueron para mí, alguna vez en la que Dios
me haya escuchado. Después está la soledad de lo que hablás, de lo que sentís,
de lo que soñás a la noche, de lo que sabés, de lo que averiguás de todo, qué
sé yo. Para mí la memoria y el olvido son dos cosas salvajes, qué querés que te
diga. La nena levantaba bien despacito y apenas apenas los talones, y la
burbuja salía, y esa burbuja eras vos, yo, cualquiera. ¿Y el relámpago que a
veces se hace en el pensamiento? No sé. Las ideas se arremolinan y mirás, pero
no estás mirando. Ponés la vista en algún lado, pero la lluvia de tu voz no
para. Después el aire sigue viajando, vuelve, revoluciona las plantas, y se
hace trizas contra el futuro de la pared. Qué anotaste ahí. Hay un vaso sobre
una mesa. No hay nadie. La última luz de la tarde lo atraviesa y lo hace denso
y pesado. Alguien pasea con su perro y ve un pedazo de papel que se nota que
fue parte de una nota que dice “volvé pronto”. El ruido del frío ventoso que
hubo en todo el día, a pesar de un sol siempre fuerte, le devolvía la imagen de
un barco encallado. Las manos. Hoy estuve con la misma obsesión de mirarle las
manos a todo el mundo para imaginarme su historia. El color azul hielo de las
vías. La gente corría más despacio, cuando tenían que superar a ese hombre que
vive en la calle. Levantaba la vista y yo sé que se arrepentía. El colectivo
viejo, rugiendo como un león, y el auto muy nuevo, como el desgarro larguito y
perfecto de una tela. Me gustó hacerme a la idea de que los guiños de las luces
del semáforo estaban mandando un mensaje, igual y al mismo tiempo de lo que yo
había terminado de decirme. Cada vez que hacía otra vez el gesto con el brazo
para seguir discutiendo, me lo tapaba otro colectivo. El dolor cansado que
tenía esa puerta. El nene se levantaba y la sombra que proyectaba en el suelo
se parecía a la de una ola feliz. Las banderas se ondeaban bien rápido, como
sacándose de encima, algo muy repugnante. El humo del sahumerio se hace un hilo
bastante gruesito y se levanta y baja sinuoso, como si pudiera estar
disfrutando de una música que siempre lo alegrara y lo emocionara, como pocas
cosas. ¡Quién hubiera dicho, hoy a la mañana, me asustó una mariposa. Nadie se
ahorraba la pregunta ¿por qué te gusta sentarte en la silla floja? Dos
continentes me persiguen. La rutina y el pensamiento. ¡Qué lío bárbaro! Por qué
no le habré prestado atención a las señales que yo me había imaginado que me
daban las hojas, cuando caían llovidas sobre el camino. Uno se alivia, porque
como nada, se olvida de un mal recuerdo, y de repente, un silbido. Cómo se
puede creer que un zapato tirado en la calle, pueda cambiar el mundo, y sin
embargo. Hojas de diario tiradas en mi vereda. Todas llenas de pisadas
recientes. Hablaba, murmuraba. Siempre que lo veía, estaba hablando solo, y a
mí siempre me daba curiosidad, hasta que hoy hice que me ataba los cordones, y
entonces me quedé helado. Corrí, corrí, corrí. Puse cada vez más fuerza
apretando los pedales, entonces el mismo recorrido, tiene cosas nuevas, pero
esta vez fue demasiado. El día espléndido. Radiante. Ramas tiradas en la calle,
con forma de animal. El pedazo de afiche despegado y moviéndose en el aire,
como llamando. Marcas pesadas de dedos en un vidrio. Murmullo de río, confundido
con el de la lluvia. Un lápiz escribiendo delante de su sombra. Un perro
durmiendo como un chico ofendido. Una ventana doble y un descanso calentándose
al sol. Gotas largas de barro. Una lámpara encendida, detrás del pestañeo
despacioso. Dos dedos mayores, rozándose por accidente. El agua tan iluminada
dentro de una bolsa de nylon, como riéndose. El arrastre de las suelas como un
chasquido que se repite y se repite para encender la realidad, así está más a
la mano para cambiarla. Y ahí qué notaste. Brillo. Mucho calor. Aire opacado y
espeso. Puertas, rejas, veredas, eras, techos, casas, zumbido de autos. Pasta
de hojas cuando tomábamos velocidad, negocios, y cuando la ventanilla se detuvo
y los ojos dejaron de filmar, la película del siglo XXI había empezado con una
paloma blanca, muy inquieta porque la atacaban unos alambres cortitos de lluvia
muy angustiantes, y también llenos de terror. Sí. Confié. Dejé de estar
paralizado. Avancé y era cierto. Me había imaginado que la vida había terminado
de expresarse en el tallo y el peso de una flor que iban y volvían de parecerse
una y otra vez a un signo de preguntas que eran como para apretar los ojos.
Ahora por suerte ya casi no veo. Más que nada escucho en qué forma llueve.
Diluvia con preocupación. Caen gotas de pensar en el mañana. Y cómo se piensa
mejor. Tratando de echar a todas las respuestas, y tratando de que adentro de
vos se vaya abriendo una especie de río de ternura seria. Siesta fuerte.
Momento acuoso del cielo. La luz que atravesó el ventanal y dejó posada una
sensación de perla sobre la canilla. Pasa la brisa, y las pestañas se siguen
abrazando igual que siempre, mientras el silencio pesa bastante en el ánimo.
Atención. Salvación. Pájaro que hizo catapulta suave, de la rama leve. Decirle
que sí, a la fragancia de lo desconocido. Apurarme lentamente a entender lo que
siento. Le pido al papel, que tenga mis palabras. Que no me ausente. Una
pregunta para oponerse a otra y nada. No me ayudan ni el murmullo, ni el
temblor, ni las cosas volviendo. Tiras blancas de la ruta, tragadas por la
repetición. Memoria mojada. Preguntas al suelo. Respuestas que estallan y
corren. ¿Esa no es la ropa nueva? Sí, pero se me mojó con felicidad. Hoy me
escondí de todo lo que miraba para apreciarlo mejor. Entonces, una palabra por
día. Lluvia. Seguir. Retorno. Estrellas. Universo. Detalle. Luces. Años.
Distancia. Ojos. Vidrio. Viaje. Agua. Velocidad. Quietud. Silencio. Preguntas.
Qué dijo. Que hay una suerte de inteligencia en el espacio que nosotros no
sabemos ni siquiera empezar a preguntárnosla. Qué. Claro. ¿Y si esa gota que
bajó rozando la corteza, lo dijo todo? No entiendo. Aquellas sombras leves de
varitas con hojas moviéndose todavía en esa mañana de hace mucho, para borrar
los pasos. Cómo. El día en que las certezas empiecen a abrirse. ¿Entonces
todavía soñás despierto con aquellos pétalos que se aterran o se duermen según
cómo te sientas? ¿Y el espejo? Del lado de él, parece que todo estuviera
aturdido y cansado. ¿Qué no es perjudicial? Cruzar las sendas peatonales medio
que saltándole encima a las franjas como si pudieran ser las teclas de un piano
revolucionario. Atención. Atención. Luces que reaccionan, según cómo las mire.
Después de nadie, de nada, una piedra de papel me golpeó los pasos. Las ramas
se movían girando en su propio eje y de arriba abajo como si un dedo gigante
hubiera estado hundiendo su venganza. A cada uno lo suyo. Cuando se es joven,
la casa es la respuesta a las preguntas, y hay que salir. Pero si se va a la
guerra, el sentimiento que va ofreciendo el camino, seguro que debe ser
semejante al de empezar a sentirse parte de una partida de polen a la que en
cualquier instante la puede soplar un infierno. Entonces la guerra deja de ser
política y femenina, y se reemplaza alta, grande y ciega. Cuando se tiene
experiencia en crear a este monstruo, no hay apuro. El prestigio todo lo flota
recónditamente, y no cuesta demasiado librarle una guerra a un puño mesiánico
por ejemplo. Y cuanto menos usado esté ese puño, a la guerra se la agiliza, y
se la prepara cómodamente para los demás, y se escribe más cantidad de
violencia y de miedo para el vecino más pobre, para el menos escuchado, para el
menos nacido en el lugar de ese puño, y para el enemigo. Es raro. El sol tan
fuerte igual deja que se hagan imágenes sin que el polvo pegado a los vidrios
no desaparezca, y que las pelusas se muevan y golpeen un poco como asintiendo.
Lo único que atrasa al mar que aparece delante en mi cocina lejana del mar, es
el trasfondo de lo que me salvé, mientras la guerra ya tiene sus años, y no
puedo imaginarme cuánto ruido se le envejeció, porque no tengo que hacer nada
para volver a lo no vivido. La ciega me busca los gritos, las angustias, los
temblores anónimos que quedaron contra las piedras, entre los yuyos, y en los
cuerpos, ocupando un poco las fechas, los aniversarios. Lo primero que hay que
sacarle a la palabra guerra, es que pierde la cabeza. Al contrario. Se la están
cuidando en la jarra con agua, y en el papel apurado con signos que hacen los
cuellos con discursos, ayudándola para que crezca alta, grande, ciega,
necesaria. Sí. En la parte inferior de la ciega, hubo menos alcohol en las
carnes heridas que en las prepotencias, y pensarlo me paraliza la cara, porque
desde esta posición, atravesado por las notas horribles del agua, las pelusas
ya son más que cualquier otra cosa desesperación, porque hasta me acuerdo de
que las últimas ciegas más grandes, ya tenían armas letales, y de que en el
caso de la de mi cocina, al ritmo de su alcurnia, la parte superior de la ciega
pagaba el doble por cada cabeza cortada durante el weekend. Por otro lado, al
desprestigio del alcohol no le importó si la carne combatiente flotaba o no.
Eso es recónditamente. Entonces, la parte más fuerte de la ciega, aprovechó a
tocarle mal la música al agua. El agua de una guerra suena pero no sana. Por lo
tanto las reliquias, los recuerdos, los amuletos, quedan a la deriva de la
memoria invadida por el paso incalculable de la ciega, toda la vida. ¿Será así
mi lágrima inexistente? ¿Será así mi nombre imaginariamente solo? ¿Cómo será
despertarse sobre el aire de la cama por una bomba que vuelve a caer? No sé,
seguro que ni las cartas, ni las fotos, ni el alejamiento de todo lo sufrido,
deben estar capacitados para hacer que se callen o se eviten, las costuras del
terror. En fin. ¿Cuánto hará que alguien, no presiente la voz silenciosa del
mundo? En fin. Era tan suave, lo que nunca vuelve. El color tornasolado de las
burbujas girando y girando. El sufrimiento de los papeles encendidos. Un pedazo
de barrera rota. Astillas. Todo el que pasa, va como asustado. Comprendido sólo
por el aire. ¿Sabe cuál debe ser el peor pecado contra el olvido, me dijo, el
hombre más tiempo del mundo. La justificación de cualquier misterio que nos
entusiasme… porque… al fin de cuentas… ¿Alguien podría negarnos que ahora
mismo, no hayamos poseído sobre el revés de nuestras manos…Un instante
excepcional del Universo…¡Por favor, discúlpeme esta falta de discreción… pero,
le confieso que, bastante seguido, me resulta absurdo saber a lo mejor quién
soy…La verdad ofrecida por la duda, o su insistencia, me parece que conmueven
tanto por sí mismas ya…Y si no, fíjese… la fantasía… que es una realidad que
protagonizamos durante toda nuestra permanencia en la vida, según creo…de
repente, puede intervenir y convencernos de que…el oleaje breve de una rama y
sus hojas, podríamos decir… sometidas a la antigüedad de la brisa …pueden haber
estado encendiendo un sonido…casi de nobleza para nuestros sentidos…hasta que,
algo así como…un aire renovador de nuestro pensamiento, empieza a enunciar…¡por
qué no…la prudencia de un temblor que se queda digamos, nada más que en lo
recóndito de nuestro ser, de la soledad de nuestro ser digamos, gracias a un
sueño o al recuerdo, y entonces…para qué…comprometer con exageraciones… yo
diría…hasta imprudentes, a este episodio anhelante o conocido que ya somos y
que tendemos a comprender o por los menos a escuchar…Nada ni nadie, me perece,
puede tener la culpa de que a un árbol, se lo pueda sentir tímidamente furioso,
cuando está quieto ¿no? Bueno. ¿Cómo están las estrellas? ¿Sería posible que
hoy las compartas de nuevo conmigo? Le paso la mano a lo que alcancé a
escribir, y no me recupero. No me alcanzo. La antena se mueve, y deja nada. A
veces somos otros, y a veces átomos. Los pétalos caen y traen sombras. Yo, soy
sombras. Solamente el tiempo ahoga para otra vez. Mi propia nada, danza y es
fresca. Es música de nadie. No podría decir cómo pero en este instante siento
la concentración de todo el mundo, en una sola palabra. Es que te veo como al
mar. Emblema para hacerse a sus pasiones que vuelven al agua y hacen más agua
fervorosa y sincera, debajo del estruendo de las preocupaciones. El mar.
Pedazos de levedad y hundimiento a expensas de rondar por el consumo líquido de
todo su concierto quebrado. De esta otra manera creo que no traiciono ni agrego
nada. Simplemente trato de alcanzar cierta lozanía y cierto inmenso, con
palabras. Todo depende de la calidad del detalle con que le busque la curva
perfecta a la suposición de la esperanza. Los acentos de lo que nombre tienen
que caer amplios y existidos a vientos de reforma, hacia un inconfundible corazón
azul para dar batalla a lo que todavía no haya sido encontrado. Una vez
enseñada y aprendida, la palabra espera, levanta o desguarnece el ánimo.
Emociona, estabiliza, estalla. ¿Pero se le puede tener temor a la palabra?
¿Puedo tenerle temor a la palabra aun a riesgo de que en ella y sobre ella
misma me excuse apasionadamente? Ah, sí. Aquel consejo en la respiración. La
brisa sigue y ya no puedo ver en serio, de qué furia venía. Monstruos difíciles
que abren y cierran la boca, en nombre de todo lo que vive. Pero el agua es
demasiado rápida así, y los ríos, solamente nombres. Esto que terminé de
descubrir, no es más que un ovillo de polvo que gira iluminado casi entre
naranja y azul. De golpe, con toda su vida, el viento habla el sol, y los
pétalos se iluminan y responden. Gritan como manos fanáticas. Sí. Y cuando esa
cosa que quería decir sale, y hace un silbido de queja ¿adónde se golpea la
verdad? ¿Adónde da? ¿Qué hace el silencio entre las ramas? La vida es tan
ansiosa que no me pertenece. Prefiero mirarte con preguntas. ¿Y el aire que
viene como la memoria suavecita de un río, y hace que me siente, a festejar la
distancia? Mordisqueo todas las semillas de la manzana de la creación. Aplasto
mi vacío. Ese cambio de la vida constante, adentro de las cosas. Idioma de la
piel y del barro. Sí. Hoy, solamente camino por debajo de mi memoria. No me
sobres. No me faltes. En los vellos de mi mano se escandaliza, rumorea el día.
Veo golpes que se desmayan y reaccionan al terminar cada letra. Muerto por
muerto los dos, los siento en cada milonga. Uno por sangre se imponga, otro por
otro silencio, aparecen siempre y pienso, lo malo que es el adiós. Me gustaría
correr el paisaje, y quedarme solo. Sobre los ricos y sobre los pobres, se
anticipa un relámpago. Se fue la soledad. Si miro para abajo llueve, pero si
suspiro, el aire su muda en declive, y se hace ráfaga ancha que embiste el
vacío que esconden los hombres prefectos. La gota pesa. El sueño lo sabe. Miedo
a interrumpir. Círculos concéntricos que se desvanecen en la sensación que me
dejaron. Pisa una gota de rocío y vive. Escucha los sonidos cotidianos, y sigue
viviendo. Escribo viejo, porque el tiempo no está. Páa ¿cuántos años tiene
dios? ¿Qué decís? Que el vértigo no se apaga, ni deja que salgas del anonimato.
Entonces espero, confiando en que una ilusión me roce por dentro, como una
mariposa final. Una sola hojita, hablando su casi seguro desprendimiento. Hoy
no hay poesía. La negación de estar de nuevo en el recuerdo que cambió
muchísimo, por no olvidarlo. Así y todo, enfrentarse a las apariencias no es
fácil. Como si lloviera un yo, o como si escuchara niebla. Una ceja levantada
como una marea. Una distancia que se extraña atrás de otra. ¿Oírte es sal de
luz, o suspiros en sangre? Ojalá pudiese pronunciar al horizonte, como si fuera
la madera más indispensable para la suavidad. Certeza que me atrevo a decidirme
a que existas en vos, en mí, y que te guardo en este hermoso, enorme,
desgarrado mundo de lo callado, posándote en el aire libre de los que todavía
no te tienen, no te conocen, ni te escucharon. Voy a esperar otra vez a que se
esfere bien el sol para que me enseñe de nuevo todas esas tormentas que me hizo
ayer en la hoja, cuando la apoyé contra la primera sonrisa de la mañana. El mal
humor, dos veces puesto a quemar y apagado. Ahora la raíz, ya es el temblor, y
el vuelo como el lujo que no hace falta confundir. Toda la noche, tiranizo las
cosas. La fiebre de lo que se vive, sumándose a la sed por lo que queda en el
camino. ¿Acaso no soy la sombra de mi voz, y yo otra vez la sobra de mi voz,
porque tengo que sentirme algo de la luz? ¿Qué cosa seguirá eligiendo cada
situación de lo que estoy soñando? Veo que somos muy difíciles, y bastante
sensibles unos cuantos, ventana por ventana. Las nubes negras. Las nubes
negras. Todos las conocen. Las nubes blancas se persiguen. Se persiguen. En
algún caso, todo lo que empieza encendiéndose conciso, rápido, lento, breve
quejido del fósforo que me ilumina un poquito la cara. A pesar de los años, los
años y los años, nunca estoy donde no llegue mi vanidad. Luna de porcelana,
inaugurando más recuperaciones. Alternándonos, para repartirnos bien el aire, y
limpiarnos de todos los impulsos que nos quedaron, y serenarnos. Es así y
siempre va a ser así. Soplo, desalojo todo de mi vida, salvo el deseo de ser el
mejor traductor de la sombra que proyectan mis alas. Un cosa más. Tus ojos me
despertaron.
DESPUÉS DE
TODO
Mediodía. Hay grises arremolinándose, y
cualquier relámpago es como un acercamiento a lo imposible, y no dudo, avanzo.
Cuerpeo con el vacío porque todo ya está cerrado y como sagrado antes de
intentarlo. Es verdad. Ahora me desperté del mundo. Sé que estoy solo en todo
lo que empieza sin ningún aviso. No hacerme caso. Se vive de fugacidades donde
aparentemente no pasa nada. ¿Puede ayudarme a cruzar la calle? Por qué tanta
ansiedad y nostalgia por lo que desconozco. Pedacitos de luz sobre las plantas.
Es como si me sintiera en el compromiso de apoyar a una mariposa sobre un
espejo de agua sin despertarla. Cierro los ojos y tanteo en la memoria. Los
sentidos se sacan de encima la distancia. Prolijidad en el riesgo. Aplomo en la
soltura. La emoción tiene que estar acariciando. Mirar hasta lo más lejos que
se pueda todas las veces que está más grande y como aliviado el silencio. Mis
piernas se mueven como si fueran tijeras que quisieran cortar el cansancio de
la luz. No puedo dormir. Sueño con que las cosas se viesen disponibles para que
yo les perteneciera del todo. Lástima. Empezaban a sonar más débiles los
horrores de la radio, y en eso un grito bien grande y sonriente del sol
alumbrando de barrida a toda la mesa en donde estaba pensando que ayer yo mismo
hubiera diluviado, pero que hoy no soy eso. Hoy estoy acorralado por una música
que no puedo traducir. Es como un vértigo más rápido que cualquier presente.
Acercamientos. Apenas acercamientos. La cortina hermosa de agua sigue cayendo y
se calla, y la metáfora está y late a poca distancia de donde la presiento sin
que yo pueda avanzar y rozarla con lo que realmente no deja de volver y quiebra
y paraliza al porvenir sentado, escribiendo lo que en un momento más va a
empezar a quedarse solo de nuevo, despedazado y flotando sobre las marea
chiquita del patio. Suena, no sigue. Ya vuelve la mudanza de lo que digo.
Ánimo. El presente como vuelo. Lo breve como delirio. Recuperaciones. Hoy,
cuando ya estaba ganando la noche, los árboles danzaban arqueándose hasta dar
la impresión de que podrían quebrarse. Era hermosa la majestuosidad temeraria
que ofrecía todo el contexto del paisaje. El cielo, cuanto más lejano, más
luminosamente quieto en un sólo estado de luz. Las hojas y las ramas,
directamente negras. El viento, impactaba en las copas, con un gruñido alargado
que repiqueteaba y aumentaba su agudeza en intensidad sonora, hasta que casi a
punto de apagarse, volvía a renacer. Belleza y miedo, miedo y belleza, mientras
mis ojos no alcanzaban a atrapar todo lo que yo quería decirme. Quietud.
Chirrido. Arranque. Situación. Velocidades. Retorno. Miradas. Asociación de
cosas. Calor liviano. Brillos. Lentitud de urgencia. Atención memorizada.
Llaves galería cerradura evolución reloj insistencia. Cocina. Atención. Tensión.
Copa al revés. Voz invertida. Silencio ocupado. Hambre. Comida. Costumbre
postergada. Expectativa. Uñas mesa tamborileo. Venas. Corazón. Azar escrito.
Apenas latidos. Soltura controlada. Espera y esperanza. Interrupción.
Respiración y casi no mucho más. La vida sola. El tren me traía hacia el
futuro, y era tan suave lo que nunca vuelve. Otra vez. Todo lo sentido, casi
como arrancado. Medio cuerpo reflejado en la ventana. Duele tan lindo el sol.
Veamos que me podría haber sugerido la furia imaginaria del planeta. La brisa
es una hermosa dignidad, que nunca deja de caer, ni de callarse. Otra vez. Otra
vez. Hay momentos en que mis muertos queman. Secreto aparecido. El dolor, es un
pan puesto al revés. Doble carril. Áspero y suave. Lisura y tropiezo. Riqueza y
nada. Amanecer y oscuridad. Llegada infinita. La silla sola en el patio
impregnado de situaciones. El espejo de un auto con gotas de lluvia que
interrumpen partes de un lugar que todavía no se despertó y algo así como el
color de un malestar en el aire. Cada avión que pasa le incorpora y le extiende
un sonido de raya al espacio. El viento todavía deja al semáforo moviéndose
como un martillo raro y lento. Una moneda mojada. Un desamparo que está
durmiendo inmóvil. Como muerto. Abrir la cara al sol. Sembrar lenguaje. Las
flores del jacarandá sueltan vapor y clima de sueño. Los talones se levantan,
avanzan y vuelvo a pisar otra parte del cielo en otro charco. Sí. El acolchado
quedó como un paisaje anchísimo de montañas terribles. Detrás del cansancio, hay
más ansiedad. Ayer caminaba ratificando vísperas. Hoy me siento extraño en las
vidrieras. Pétalo ondeándose en el espacio enfurecido. Caída de una solución.
Nene que venía acompañado, pero atento para pedir que alguien lo escuchara. No
solo estoy cruzando la calle. El ojo tiene otro ojo en su bestialidad, en su
coraje inocente. Vuelvo atrás. A la punta del traje que se levantó hasta
ponerse en forma horizontal como reacción de la derrota elegante que lo cerraba
me parece. Sigue lloviendo. Solapas que me cubren de pensar a fondo. En un
cartel, dos puños apretados con poco optimismo. Buscar. Todas las manos
derechas de los maniquíes congelados en la mitad del gesto de la señal de la
cruz. Estoy acostumbrándome a la muesca en ese árbol. Demora. El sueño se iba
cerrando como un alivio. Alejamiento. Pisadas. Doblar. Murmurar. Agua de
prioridades. Vacío liviano. Húmedo. Preciso. De un color acero casi
transparente. Textura de una piedra o de una reflexión. El día nos empieza y
nos termina. Nunca es al revés. Siempre entonces y futuro son casi lo mismo.
Presente pasado. Ahora locura de ramas destrenzándose en el temporal. El techo
y las sombras de mis brazos mientras estoy escribiendo. No me puedo dormir. La
hoja se sigue balanceando ya casi toda desprendida de la luz y en un momento va
a ser caída lógica, desprendimiento. Nervadura sola. Parte de una noche, como
cualquiera. Menos es más. Duermo pero hablo. Ando, pero me dejo llevar. Otra
vez. Memoria colectiva. Presentes ajenos. Luces de un auto que iluminan por un
segundo la humedad ambiente. Llovizna invisible del habla. Tenue. Fácil. Pedazo
de barrera rota. Aliento en las manos enguantadas. Nube que se deshace. Línea
larga en la tierra, como si hubiesen arrancado una raíz infinita. Ruido de
pastillas, ruido de semillas. Un pedacito de sonrisa propia flotando en el
agua. Algo que no entiendo, me rodea desde el aire y se posa. Pasan y pasan, y
yo sigo durmiendo. Otra vez. Otra vez. Me corrí de lugar, entonces la luna
quedó cortada. En un afiche arrancado, una mano hacia arriba, quedó como una
cresta. Es así. Converso con vos. Te doy mi situación si es necesario. No
soporto ser tan poco salvaje. Pensaba que la luz pensaba. No sé. Venía
caminando y me tropezaba con una pila de diarios que eran todos del mismo día,
y entonces me agachaba, los abría y leía cosas que nunca iban a pasar.
Discutían y discutían y cuanto más tiempo pasaba, más se les podía ver ese
tejido brilloso de apasionamiento y de cariño en los ojos. Entonces felicitaba,
como si te diera un chirlo. Y cuando descubría un jardín lindo, empezaba a
preocuparse. Llegar a horario, le traía mala suerte. Cuanto más grande era el
agujero en el bolsillo, más se aliviaba. ¡Odiame! Yo lo vi. Eso solo decía el
mensaje de texto. Yo me lo decía, el día que el colectivo no muerda el cordón
de la vereda cuando dobla, va a haber un desastre. Todos los días trataba de
pisar a alguien, porque le encantaba pedir disculpas. Compraba libros nuevos,
para verles la cara de desconfianza a los que se los vendía a un precio irrisorio.
La cosa era contar la mentira más ridícula, para que el otro se apenara.
Cortaba todos los cables, porque quería vivir, él solo, todo lo mal que le
había hecho mirar desde tan chico, tanta televisión. Se miró rápido en el
espejo, antes de salir. Otra vez. Otra vez. El trébol temblaba, temblaba. El
grito de risa tan fuerte a la vuelta de la brisa que le movía el pelo como si
lo hamacara, y ahí vino la pregunta. Guiño de luces. Me llamaban a mí. Árbol de
tronco retorcido. Atrás del vidrio esmerilado, la gente pasaba como sumergida
en agua de secretos. Pájaro que se levanta, pregunta nueva. La avenida larga,
el día brilloso. Barniz. Un volante de propaganda dando vueltas sobre una calle
nocturna. Una mano con una franela que está limpiando una vidriera y que nos
sacó de nuestro pensamiento en cuanto la vimos. Bostezo. Volquete vacío. Cuatro
brazos discutiendo. El ruido del motor de un colectivo en el que vamos viajando
nos provoca que le inventemos un monólogo de enojo. La sombra de unos chicos
saltando. El reloj de la Catedral golpeando la hora. Qué me imaginé que hubiera
podido estar sintiendo la luz de la esquina. Preguntas. Otra vez. Otra vez. Una
bolsa de nylon dando vueltas como una cabeza decapitada. Ruido del número que
tengo en la mano. Qué increíble los nombres de algunos negocios. La pala como
encajada en el pastón. Otra vez. Otra vez. Una mano acaricia el suelo de su
país, de su ciudad. La crepitación de un fuego intenso. Curvas cerradas de
pájaros. El tiempo y el espacio indiscriminados. El lenguaje de los golpes del
habla sobre las compuertas del ser que balbucea mejor lo que ya existe, y no se
deja anotar. Otra vez. Lluvia calle charco reflejo saltando camino memoria
realidad otoño bravura rozar simulaciones ramas ritmos pensamiento inundación hablada
oía metáforas resurgimientos gotas nuevas después pedí fuego arriba estrellas
milagro conocido agradecí rechacé asumí viento hojas aire frío apagándose
encendiéndome mirando dije dudé resurrecciones trébol arqueado inquieto frágil
recibí más temblores luna adelante jardín marea perlada puerta llave apuro
silla corrimiento ida vuelta situación mesa manos dedos puño sombra papel ojos
silencié opacidades paredes ventana vidrio lento borroso continuo escribir
relampagueos párpados adentro gente deshaciendo instantes casi vacío mareo
profundo mudo remolino sangre sorprendida nada. Molestia voraz. Es un día
pálido, y mis ganas de pensar escribiendo empujan y se arrepienten. El país
está sometido al humo caprichoso de la ambición. Prueba incesante de que aquel
que puede, quiere hacer más plata que preguntas. Nace. Subsiste. Ciega. Corre
por las definiciones. Visita. Enmudece o lo explica todo. Está por las dudas.
Hace llorar, ahoga; canta, cuenta otra cosa de las cosas. Saber. Soplido.
Caricia. Traduce la memoria recién estrenada. Cartel indicador. Refrán. Olvido.
Rima. Puente hasta el nombre de lo otro. Fuerte. Débil. Inhallable. Cuánto más
voy a decir por vos. Dónde estaba. Se fue. Marea. Agua de sonidos en el cuerpo.
Trenza de lluvia en la calle, pero nunca indecisa por sí sola. No sé. Quizás.
Tal vez. Que no se someta en lo posible a la necesidad calumniada. Abrazo.
Lástima. Dedos en la frente porque no se dice la hija de tundra cuando más la
necesito. Pérdida. Idea. Sangre. Hace crecimiento. De repente me entusiasma.
Estalla. Me cuida. Me entretiene. No me deja hablar. Reflexión. Trueno. Rayo.
Socia muda de lo que vivo. Por qué. Y sí. Pero cómo era. Trabajo. Corazón. Tela
de araña que se infla. Alcance. Cielo. Ropa de lo odiado, del amor, o de la
referencia. Música. Espacio. Calma. Me interrumpe. Me presenta. La escucho.
Trato de cuidarle la importancia. Me llamaba y no estuve. No quise. Me cansaba.
Ahí. Despeja. Del otro lado de uno mismo, silencio que se lleva lo que ya no
puede ser como se lo hubiera querido. Fastidia. Cumple. Desvanece. Va a
terminar de ser, cuando se acabe la comparación. El hombre. Lo desconocido. Al
final de una línea secreta del aire empieza a crecer el deseo de un abrazo que
cuando cierro los ojos lo despido, diciéndole que sí. La cabeza apoyada sobre
el ventanal, mirando la pared casi terminada y tan a mano del cielo. Los
obreros como hormigas de movimientos repetitivos. Las nubes con una ternura
muerta o atrapada en un bienestar muy antiguo. La correntada de un vértigo
insensible. Un cartel que apenas si se mueve y hace un ruido a sonrisa falsa,
de desinterés, torcida hacia arriba, como si dejara pasar un secreto no humano,
y el olvido que creciera como una estrella imposible de ser verificada. Otra
vez. Otra vez. La memoria como vuelo. Lo breve como delirio. Entonces vi que la
mano que pedía, se fue cerrando. Cada pregunta tenía sus colores en cada árbol.
Las sombras iban delante del apuro, como aguas grises. La despedida se fue
desvaneciendo, aunque no hablaran. Yo me callaba la sombra de mi abuelo y el
tren venía. Una moneda que gira muy brillosa y me despierta. No sé. Ya es hora
de que la espera del poema ensaye su molestia, agregándole a la luz de la
cocina ternura y decidir en serio que la esperanza silbe y pueble la resignación
deshecha y acumulada sin descanso en las sombras húmedas y las chispas opacas
de los árboles cargados de una belleza que se rompe hasta más no poder hacia la
soledad que no se mueve, ni pronuncia una sola palabra. Sí. De repente el
colibrí empezó a caer como un avión derrotado, y de repente se elevó como si el
suelo le hubiera tirado una piedra. Las cañas se doblaban crujiendo y hacían
una pena sutil, pastosa y amarilla. Otra vez. Otra vez. El hilo de nada que va
haciendo crecer un pájaro cuando se va. Otra vez. Puso la suela sobre una
bolsita con agua en la calle, y la última vuelta al pasado explotó y se derramó
sobre esa forma arrugada de playa desierta que tenían las nubes. No sé. Mi
voluntad sale como una piedra que no se puede saber en qué destino se va a
calmar. Soñé despierto que en mil años más, hubiera escrito estas palabras. Del
suelo se levanta un murmullo suave que hace un cilindro de unas poquitas hojas
y entonces ya sé que lo que sigue es bastante parecido a preguntarme y no
responderme nada que se haya atrasado en el aire mientras gira desesperándose
porque yo hable en silencio apenas me reorganizo sentado casi encima de las
veladuras de mi sombra, que hace como que se retira pero que se arrepiente,
cambia y vuelve a ser la misma, moviéndose despacito pero con la furia dormida
de un trapo agitado por el aire que tienen los fuegos recién empezados,
jóvenes. Las varillas del barrilete muerto, vaciado, cazado por el progreso.
Otra vez. Malvinas es una sola gota de rabia perdida y triste que de vez en
cuando vuelve se incrusta y se apaga como una flecha. Otra vez. Los brotes como
nudos en los que la vida espera y no sabe que va a volver a estallar. Otra vez.
No exasperar la certidumbre de que el lenguaje me ayuda con lo que pienso. Un
perro a la siesta, totalmente empapado y con los ojos fijos y grandes como si
todo lo de alrededor hubiera nacido recién, cuando el chico sacó la última
espuma del vidrio, y yo ya estaba dejando de pensar en su inocencia robada. La
sombra de la bicicleta subía y bajaba por las esquinas. Sí. Evitar las
precisiones evocativas. Ser algo así como un traductor deficiente y caprichoso
de la memoria del aire que te envuelve la cara. Eso es. Se escuchan caballos.
Las hojas ya están listas. Entonces, cuando todo ya no alcance igual te voy a
pensar. Discutamos. El mar te abraza y te erosiona con su historia. Color
intranquilo. Mitades. Abrir los días. Arder en los ojos. El cielo que de a
ratos fulminaba el camino. Memorizar bien lo que me hablo. Temblar. Aprenderse
los nudos de las cosas. Huellas. Alejamiento. Todo vuelve interminable. El agua
corre como una cuerda o como un odio. Las sábanas, los pasos. Los pedazos de
memoria pegándose otra vez. Despertar en la soledad de lo trabajado. Astillas
de pasto sobre la vereda. No me lo imagino. Lo siento. Ahora mismo, voy a
escribir en el aire. Me parece que todo este espacio de tiempo es más grande
que la vida. Las gotas al rojo de la luz que dejó la tormenta, parecen lágrimas
de plomo. Son como salpicaduras conocidas, pero que no esperaba. Cierres
branquias llaves ruedas. Engranajes de desplazamiento. Las voces que tengo
alrededor se mueven o se callan como queriéndose sacar algo de encima. Otra
vez. Solamente los ruidos descansan. Giro la cabeza, y con el futuro nunca se
sabe. Una vez la palabra patria apareció en mis visiones como un pájaro que
cayó del cielo y se convirtió en el trapo con el que estaba fregando un piso
terrible. Esa costura perfecta. Ese viaje del hilo. Qué cosas habrán estado
acompañando. Otra vez. A veces, se es la flecha de uno mismo. Ayer las
preguntas fueron envolturas que no sirvieron, y en el jardín la suavidad se
quejaba bien despacio. Dos chicos empujaban basura, y una puteada corta y nada.
Callar. Hablar. Edificarse desde la soledad para arriba. Nubes que dan miedo o
tranquilidad. Agua de prioridades. Lentitud para ciertas urgencias. Anotar en
el vidrio. Todo lo que importa es frágil. Cuidado. Siempre. Ahora. El día.
Sangre de las cosas. Espina de las preocupaciones. El mediodía o la oscuridad
en el medio de sentir las arenas de las apariencias. La curiosidad que habla.
Sorprende y te deja solo, pensando los fragmentos, los matices. El ataque
callado del sol que se mezcla con la mirada que de nada hace carne de
espejismos para juntar errores. Unión reinventada por lo que no se ve. Del eco
de la luz, un resto de caricia que se va a morir conmigo y elijo usar aire
confianza alcances de historia de destino de infancia de temblor de más de
lugar de tiempo de mundo difícil de límites de mucho de a poco y así, como de la
nada, crecen los escalones de ser. Alimento de las tormentas. Pan de los
descubrimientos. Charco con golpes. Deseos. Necesidades. Tener. Encontrar
herramientas. Fuga. Parpadeo. Lenguaje cazador. Gesto en los árboles diciéndose
que no y por qué falta que un solo entonces de la noche otra vez vacíe lo lejos
con lo que nunca vuelve, y el olvido primero es pastoso, después es liso, y al
final irrompible. Atención. Tocar. Medir. Ensayarse tejido de duda y membrana
de sinceridad. Acostumbramiento. Paseo de los ojos por las paredes del límite
humano. Empezar de nuevo. Martillazos a lo que ya se conoce. Se tensa otra vez
el hilo, qué linda es la palabra hilo, y aparece una construcción mejor de lo
que se esperaba. Apretar. Aflojar. Progresar. Esperarse. Techo de palabras.
Cimientos de representación. Clavos que duelen. Clavos que te sacan lágrimas.
Clavos que sostienen una sugerencia o una eternidad. Los esfuerzos se agotan y
no llego a verme concluido, satisfecho, entero. Hay que hacer más mezcla y
seguir esperando. ¿Qué es la guerra papá? Supongo que carne con miedo y
desconfianza. No te acerques. Si es púrpura y se defiende, hay una rosa. Ahora
se me fue. No es lo que quiero. Todo impacto muere vacío. Vuelto a inundar de
lenguaje, pero ya no es el mismo. Después no se sabe. Los acercamientos. Agua
arremolinada sobre una alcantarilla. El puente se hizo. Todo es nada pero nadie
es algo. Pasó como una sombra de piedra. Aceite cajas quejas raíces. Cerrar los
ojos y sentir lo que se desea se niega y se fue todo envuelto y callado y no
atrapado como se quería. La llegada de las cosas como la piel de lo que se
descubre y estalla sin ruido. Estoy diciendo pero no me alcanzo. Manos en los
bolsillos. Agachar la cabeza y patear el aire despacito. Bruma, bruma, bruma. A
veces tinieblas. Otras veces, casi todo diáfano. A la vida nunca se la dice a
tiempo y en estos tiempos menos. Agujas de nombrar atrasadas por lo pregnante
de la indiferencia o la conveniencia. No digas nada. Dejalo pasar ¿Y esa manito
sola sin nadie? ¿Y esa necesidad? Yo tengo la conciencia limpia. Ayer me la
lavé. Viene un auto. Está el cielo, y el rumor habla por su cuenta y el cuerpo
anota. La luz es primordial. Este silencio no se va a morir conmigo nunca. Hoy
le pasé la mano a todo lo que va a vivir después de mí y no me asusté. Letras
pisos pasos abrazos sombras revoloteos caminos colores. Sentarse y sentirse. Me
voy por mis palabras y sé que hay sonidos que cumplen y otros que ayudan con lo
que se ignoraba. A mi país una vez lo mataron ¿sabías? ¿De dónde sacás eso? De
olvidarme o de descubrirme ¿Hay poesía en los cuerpos? Si no la hubiera, no
valdría la pena que estuviéramos ¿Hay palabras para todo lo que representa un
pedacito de papel que esté palmeando al cordón de la esquina? ¿Y ahí qué hay?
¿Qué tenés ahí? Una respuesta doble y solamente sincera. Tengo un sueño que
está todo sucio de pelearlo. Está cansado de todo lo que lo sueño. Gira, gira,
da vueltas, se agarra del final de los árboles, se catapulta me toca y emigra
para siempre y me deja cambiado. Es así. La ropa misma está llena de palabras.
Ser. Permanecer. Impregnar a una sombra con mucha inmovilidad. Rama quieta.
Moneda que vuelve a caer cada tanto desde la imaginación y que ahora está
apurando su campaneo antes de quedarse muda un domingo, cerca de una obra
quieta sin nadie, salvo una nena que levanta y estira y estira cintas largas de
pasto para ir y venir en un viaje de su memoria que me hizo lágrimas como de
fueguito extremo de ternura. Le diría vamos, vamos. Seguí. Seguí que los dueños
de todo no lo saben. Estoy deseando pan espacio lluvia árbol y viento que ahora
mismo está haciendo de las hojas espuma verde agitándose en la fantasía que
ahora ya es agua que cruza en diluvio las velocidades de lo que estoy mirando
qué hay adentro del frío. Un pájaro que arranca y espesa fuerzas y fuerzas
chiquitas que se abren y después son pisadas, doblar, murmurar, y un día, otra
vez, no me escribas, no me escribas, alcanzó a decirme lo que quedó de una gota
que me estaba picando en la mejilla. Cada palabra entrega algo así como
curiosidad, esperanza, oportunidades. Levanté el papel hasta la ventana y la
luz le hizo una tormenta que no podía desaparecer. Y cuando lo bajé, llovió,
porque es la verdad. Las palabras son chispas encendidas por un rayo que cae sobre
cada uno de los giros que dejo atrás con cada letra terminada, y entonces
llueve. La voz se va tibia por entre los labios, y vos, yo, cualquiera, alguna
vez sentados, estamos pensando el suelo.
A
mediados del año pasado Néstor me mandó un mensajito: “Hola José María: cómo
vas con el tema de la luz. Un abrazo. ¿necesitás algo? Chiflá. Un abrazo.”
Siempre generoso. Te recordaré en los hermosos encuentros, alguna vez en casa
de Mario, otras en lo de Irina, en las lecturas, sobre todo en esa con Alberto
Szpunberg, no recuerdo ahora, ¿en Quilmes, en Bernal? Un gran dolor por no
haber subido al tren
En
Al cerrar los ojos, Ediciones A Capela,
libro digital, Buenos Aires, primera edición 2019
Néstor
Tellechea (Quilmes, 9 de octubre de 1962 – Bernal, 27 de marzo de 2020)
Foto: Jmp
Néstor
dirigió
la revista de poesía El doblaje del aire,
editada por el Centro de Arte Moderno. En 2004 fue invitado a participar del
Primer Encuentro Nacional de Poesía, organizado por el Centro Cultural Artenpie
y la Universidad de Quilmes. En 2005 participó de la organización en las
Jornadas de Lenguas Confluentes Tradición –Traducción - Transmisión,
organizadas por la Universidad de Quilmes y el Centro Cultural Artenpie. En
2011 participó en el Encuentro de Homenaje a la poeta rusa Marina Tsvetáieva,
en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Coordinó talleres literarios. En
2012, la editorial Tiempo Sur editó su libro Cuatro momentos.
1 comentario:
Tres composiciones poéticas integran este libro.
“Hablado por el agua” es un extenso diálogo con César Vallejo, podría decirse que al abrigo o desabrigo de la lluvia.
“Uno nueve ocho dos” (escrito así, con letras, como queriendo atenuar la elocuencia del título para cualquier lector argentino) contiene dos poemas inspirados en el episodio de la guerra y su contexto. Dos muestras cabales de lo que es posible conseguir cuando las enumeraciones se vuelven poesía.
“Quizás tal vez apenas”, una extensa prosa poética bajo la sombra de Las alas del deseo, la gran película de Wim Wenders, guionada por Peter Handke. Es este texto, sin dudas, el que mayores exigencias propone. El sentido se escurre una y otra vez. Inversamente, la musicalidad crece hasta convertirse en una sinfonía.
Toda la poesía de Tellechea es música. Sonido que cobra dimensión, profundidad y potencia envolvente, sobretodo, al cerrar los ojos.
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