UNA ESPERANZA
CUADRADA EN LA ORILLA
I
de
los dedos de esa mujer que tañe su vientre vacío
nació
un pañuelo blanco para enjugar la soledad
baldosa
de hilo por donde se desequilibra el poder
y
la esperanza transita su grito que rompe el marco
en
ese pañuelo blanco cabe todo el país desaparecido
trapito
al sol con la ternura desplegada
género
humano que golpea al viento en tanta búsqueda
y
todas las puertas continúan en silencio
la
campana incendia sin pausa el corazón blanquísimo
puebla
de llamaradas la cuna vacía del pueblo
hueco
por donde hila el dolor su himno
y
la rabia habita cada despliegue del pañal
V
los
pañuelos ya no sirven para enjugar las lágrimas de mis país
desde
hace una historia son una bandera blanquísima pero no de paces
estandarte
de guerras contra el olvido en cada barricada de la memoria
iza
tembloroso de bronca el paisaje de la ausencia impuesta por las bestias
por
más colores y diseños que adornen ahora a los pañuelos en las ondas del
disimulo
aunque
los importen de parís o de Londres o de nueva york y sean pura seda para negar
por
el cuadradito de la luz entra el pueblo en busca de sí sin cesar
y
salen nombres y rostros y fechas de nubes palomas jazmines y piedras
de
estas nubes cuadradas que pueblan mi cielo bajará la lluvia
de
estas palomas cuadradas que vuelan en mi país se mueve la libertad
de
estos jazmines cuadrados que florecen en nuestro camino
de
estas piedras cuadradas que arrojan las madres es el futuro que aparecerá
AGUJERO I
Pasamos
entre los dedos
entre
los pelos, silbando
hacia
el sumidero
en su busca.
Un
soto, un imaginario
cuerpo
debajo del ángulo
cada
vez peor. Un hedor.
Y
aunque otro icono no haya
en
la fluidez
del derecho al revés
la
muerte talla su ídolo.
Pasamos
entre los pedos
entre
los miedos, hacia el bebedero
en
su mueca brilla una meca.
La
mandíbula, arco superciliar
una
muesca
muela cariada
deja
en el aire esa expresión inequívoca
cierto
desencajamiento de los huesos de la cara
del
que busca un sesgo rápido, circulando.
Vacuos
reclaman por una poesía a secas
huyen
de la humedad del verso
dejan
sus residuos, laboriosamente.
Estoy
aquí deshojando un alcaucil
mientras
un vaso estalla
en
una de mis cavidades
sin
horizonte, la marea avanza.
Aún
no llegamos. Mansa
abre su agujero menor.
AGUJERO XI
La
sombra de un perro
tapa
el amanecer
la
oscuridad quema mis naves
la
leche rebasa los agujeros amados.
En
los trasfondos, la verdad es liviana
xenofobia
de hondas raíces.
Acabo.
Temo que la realidad
se
convierta sólo en ideas
pocas
sensaciones mecánicas.
Detrás
del ladrido de un perro
se
destapa el nacimiento del amo
que
canta por su cuenta.
Los
agujeros desarmados
disputan
el hueso
con
el dogma.
Su
gemido se ahoga en la tibieza.
El
mío desahoga en una sed
que
se aleja por los pasadizos.
Los
poemas I y II forman parte del libro Nada por el estilo, Libros de Tierra
Firme, 1985. Agujero I y XI, de Agujero, Ediciones de la Aguja, 1993. Selección:
Jmp
Alberto
Pipino (Buenos Aires, 1942). Foto: Jmp
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