Cuartetas 38-47/57
Yo saludé varones sufridos que agrandaron
los confines riesgosos de una hirsuta provincia.
Tras la hacienda bravía o en los montes quedando,
vivieron sin asombros sus penas y delicias.
El campo se ofrecía misterioso, y sus hombres
ganaron soledades, removieron la gracia
descuidada y ociosa de unas tierras tupidas,
la luz extraordinaria y ociosa de otras albas.
He cruzado sus leguas de alta fronda, y recuerdo
un sosiego de estancias perdidas en la dicha
y tormentas de pájaros obedientes al alba.
Era un agrado estarse contemplando esa vida.
En ceibales y costas quedan rumores de antes
y viene hasta mis noches como una queja antigua.
Persiste un rudo encanto que me despeja el alma,
entre arroyos ocultos y en las calladas islas.
Los ocasos devuelven al ayer. Reconozco
luz de una tarde mía en las tardes de ahora.
Otra vez me convidan los silencios del campo
y un confín oscilante de linos me recobra.
Alabo estas distancias, que imperan con dulzura
y dicen que el olvido, bajo su fronda, es suave.
Suelo buscar, gustoso, su paz consecutiva,
sus aguas remolonas, su octubre, sus maizales.
Aquí un desamparado valor mueve a los hombres
desde la luz primera, que impone la hermosura.
Hay brazos que renuevan los colores del campo
y destinos que en soles y nublados se buscan.
Hablo de mi provincia. Vuelvo a querer sus noches,
sus recias claridades y sus albas de hielo.
Miro el cauce anchuroso de sus almas iguales,
su resplandor de espigas y su varón sereno.
De nuevo me convida la mansa luz agreste,
y el rocío en los huertos que guardan la frescura.
Me ofrezco a unos lugares de follaje y silencio,
al escondido tiempo de las quintas profundas.
Otra vez nos conducen las tardes pueblo afuera.
Por las costas cercanas –uno ausente– nos vemos
en los pastos tirados, sin apuro remando…
Suelo volver del monte, perdido, un grito espléndido.
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