Por Julián Axat
Primero conocí a Rodolfo Mattarollo por referencias testimoniales, jurídicas, históricas, periodísticas. Por ser hijo de desparecidos o por el hecho de ser abogado (como con Eduardo Luis Duhalde o con Rodolfo Ortega Peña), tenía allí un referente de aquellos años tan cercano a mis padres o a mis propias búsquedas.
Una tarde, no hace mucho, recorriendo librerías de viejo encontré “El violín se toca con la izquierda”, y descubrí la parte de Rodolfo que me faltaba: la literaria y poética. Nuevamente, un registro cercano a mis obsesiones.
Más tarde ocurrió otro hecho que sellaría toda coincidencia y, claro, este encuentro: la devoción por el poeta iluminado Miguel Ángel Bustos, compañero de militancias y escrituras de Rodolfo. Y Emiliano Bustos, su descendencia, con quien venimos compartiendo proyectos, encuentros, discusiones, aprendizajes: y por sobre todo, hablar de nuestros padres.
Al comenzar a leer los libros de Rodolfo (“El violín se toca con la izquierda” y “Lección de tinieblas”) me da la sensación como si tuviera que disculparse ante el lector porque su escritura es “al margen de otras actividades”, resultado intercalado de viajes, misiones, exilios, congresos, jurisprudencias. Yo diría que esta forma de escritura que –en apariencia es cierto que conserva la energía/contingencia lateral– si pasara a ser centro, perdería la potencia fragmentaria que posee, cercana a lo exquisito: el pequeño deseo-escritura del que nos habla Roland Barthes, y que Rodolfo experimenta con austeridad y conserva con la meticulosidad de un filatelista (¿O de un violinista? Pero este ya es otro arte del que no me atrevo a decir nada).
Aquellos que manejan el arte del fragmento no deberían pedir disculpas por el placer del detalle, a menos que lo haga por humildad o modestia, que es seguramente el caso de Rodolfo, quien además tiene el tupé de introducir el universo lúdico de una máquina íntima de hilvanar trama oculta y teatro de voces (que hasta se rebelan a su autor).
La lección del mal es la de la muerte, una comunidad (inconfesable) que conserva un secreto, talismán de vida que, por haberla transitado (solo el tiempo consuela), no debe develarse de golpe, sino lentamente, por breves pistas que –tarde o temprano si no son recopiladas– se las traga la nada o la desaparición.
¿Quién es el autor? ¿Es real la anécdota que cuenta? Aquí Rodolfo nos des-pista, porque el juego con el fragmento es esa máscara que se muestra para ocultarse diría Blanchot, parafraseando al “Soy el otro” de Rimbaud. Qué importa corroborar un dato histórico, si ocurrió o no lo anecdótico, si la memoria siempre está mediada por lo vicario o ficcional. La identidad es un juego de relatos que hablan de ella y hasta la falsifican.
En este sentido, Pirandello no hizo otra cosa que poner en evidencia que todos los personajes de un yo literario son el resultado de un proceso interno que baila en coro con el autor, le discute como en el caso del Camboyano) se planta y hasta lo desobedece. “Lección de tnieblas” es multiplicidad de esas voces, pero también genealogía de lecturas disímiles que van y vienen: Proust, Chateaubriand, ann, Cortazar, Rousseau, Rochefoucauld, Cané. Percibo también algo cercano a Kierkegaard: la búsqueda ‘estética’, el pasaje a una vida ‘ética’ y finalmente, el encuentro cercano a lo místico o ‘religioso’ como el del amigo y poeta William Shand en sus últimos días.
El Emilio o Emilio crece en esa zona de aprendizaje cercana a la madre (también como Rimbaud), a su relato, a un Lorca sin sangre y sin espinas, o bajo atracción del pequeño abismo cuyo estorbo burocrático es la pedagogía de la sotana o el puritanismo ingenuo que permite ir recargando tintas como rebelión anticipada de lo que vendrá. Entonces Emilio comienza a subir la montaña mágica (montaña de semidioses) y se despide (nunca del todo, claro), se acaban los tiempos de la poesía inocente, y comienza la pasión de Gerard de Nerval. La pasión de Abelardo, o un canto de lucidez que echa por la borda todas las comuniones ilusorias o los libros que nos mintieron.
La justicia poética es también una promesa de la poesía a favor de la realidad y contra el poder. Y la revancha del poder es la persecución de la poesía, y el objetivo si no lo alcanza a uno, recae en los compañeros y seres más queridos. El exilio, es exilio del lenguaje. Pienso aquí en L. Wittgenstein: “de lo que no se puede decir, hay que callar”. Los límites de la representación hacen hablar a la música, pero también a Beatrice o la medida del amor, amar sin medida es amar y no representar.
Pero la medida aparece tarde o temprano, y aquello irrepresentable se torna necesidad de representar el dolor generado, que debe ser mitigarlo para seguir. la “Lección de tinieblas” retoma esa enseñanza vallejiana que un amigo le cuenta a Emilio, las pequeñas crueldades, las banales pero sacrificiales. Se pregunta Rodolfo (o Abelardo): “¿Cómo redimir la crueldad gratuita? ¿Estás en una categoría especial de malditos o te estas librando a un ejercicio extraño de contrición al que más de uno que va serio y competente por las calle de la city debería liberarse? ¿Es algo frívolo y banal mostrar las pequeñas crueldades en el siglo de genocidios? No creo en la redención por la palabra… el mal no se enciende después, se enmienda antes de hacerlo…”.
La lección seguramente proviene de alguien que ha visto el horror de cerca, alguien que le ha tocado como misión hacer informes e indagar sobre la metafísica del mal hecha de mil matanzas, cuerpos NN, o fosas abisales que se tragan a la poesía. Entonces -por experiencia- puede reconocer más que nunca la precariedad (pero la atracción y necesidad) de lo decible.
… ¿Pero no cree Ud. que algunos ángeles y demonios
se salvarán del olvido,
aún cuando nuestras lenguas
ya no se hablen
y que si a pesar de todo
perseveramos en ser felices
será con todo el pasado a cuestas
incluído Auschwitz y la ESMA?
Por corta que sea nuestra vida,
por momento entrevemos una eternidad
y dan ganas de hundirse en ese abismo
en cuyo fondo puede haber un intenso lago
tramsparente de esperanza
indestructible pese a todo.
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“Lección de tinieblas. Una historia de aprendizaje”, último libro de Rodolfo Mattarollo, será presentado mañana viernes 2 de julio a las 19:30 hs. en el Complejo Bibliotecario Municipal Francisco López Merino de La Plata, calle 49 nº 835. Se referirá a la obra Julián Axat.
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Rodolfo Mattarollo nació en 1939 en Buenos Aires. Es autor de numerosas publicaciones relacionadas a la temática de los derechos humanos y el derecho internacional en su país y en el exterior. También se destaca su labor como periodista, escritor y poeta.
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Julián Axat nació en La Plata en 1976. Abogado y escritor. Publicó en poesía: “Los albañiles” (La Plata, 1994), “Peso Formidable” (Zama, 2003), “Servarios” (Zama, 2005), “Médium” (Paradiso, 2005), e “Ylumynarya” (Libros de la talita dorada, 2008). Vive en City Bell.
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Foto: Rodolfo Mattarollo
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