lunes, 12 de octubre de 2009
El deseo de traducir poesía
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EL DESEO DE TRADUCIR POESÍA
Por Carmen Vasco – Traductora Literaria
El espíritu con el que es posible acercarse a la traducción de poesía tiene que ver con la aproximación a la lectura de poesía.
A mucha gente le gusta leer poesía y sólo algunos la traducen. El traductor ama el sentido y el sonido de las palabras y además cuenta con ciertas habilidades y técnicas.
Me atrevería a trazar una relación entre quienes dicen no saber leer poesía, o no disfrutarla, y quienes sostienen que la traducción de poesía no es posible.
Este tema ha sido ampliamente abordado. Hoy lo comentaré a partir de mi experiencia personal y como traductora y docente.
Más de una vez me encontré con alumnos, conocidos o amigos que declaraban no disfrutar de la poesía, o no entenderla. Y me pregunté: “¿por qué?” Algunos de ellos se conmovían con el arte, con la creación. Y si la creación conmueve, posiblemente sea en más de una de sus expresiones. Tal vez sucediera que estas personas no habrían tomado contacto con la poesía dentro del marco de la emoción, sino por el forzoso estudio en la escuela secundaria de la métrica y la rima, o la lectura de poemas que no tocaban su aquí y ahora, transformándose así un poema en algo críptico y obligatorio.
En mis clases de inglés, descubrí que no he tenido ningún alumno de ninguna profesión que no disfrutara de al menos algunos poemas.
Y si “comprender es traducir”, según palabras de George Steiner que leí en el libro “Sobre la Traducción”, de Paul Ricoeur, si comprender es traducir, el mero lector y el traductor están cercanamente emparentados. No hay forma de que un poema guste si no se lo comprende, y sólo se lo puede comprender a partir de lo sensible, no exclusivamente del estudio de reglas.
Paralelamente, hay profesionales del idioma, poetas y teóricos que sostienen que no se puede traducir poesía por la inexistencia de equivalencias entre una lengua y la otra. Pero traducir poesía, otra vez, no se trata de reglas y equivalencias. La búsqueda de la comprensión profunda del poema es el primer paso y esencial para su traducción.
Creo que lo imposible de la traducción poética radica en aferrarse a una equivalencia inexistente que deja de lado lo que sí es realmente posible, que es comprender el sentido, el tono del poema, la reflexión que en él expresa el autor, su circunstancia de vida, su época.
No se logra traducir poesía si uno quiere traspasar un bizcochuelo, digamos, de un molde oval a uno circular, sin perder nada de la rica torta. Es necesario sacrificar algo y hacer un bizcochuelo nuevo con otros ingredientes.
Pareciera que lo que hay que lograr es transformar, rehacer, sin dejar de lado el veraz propósito de preservar el sentido, y decirlo de otro modo. Como cuando en nuestro propio idioma hace falta explicar algo, y se busca el otro modo de decirlo. Ni aun así una palabra equivale a otra.
Por eso creo esencial sumergirse sensorialmente en un poema para traducirlo, así como para sólo disfrutar su lectura. De esa unión con el poema surge el deseo de traducirlo, que es a su vez el deseo de comprenderlo mejor. O debería serlo. Comprender el poema y a su autor.
Digo deseo porque creo que de eso se trata. En la misma dirección que la sola lectura de poesía llega a emocionar, a enamorar. Es cuando surge el deseo traducir, porque se nos hacen carne la emoción y el sentido.
Paul Ricouer habla amorosamente de la traducción. Nos dice que es alojar al otro, alojarlo en nuestro idioma. Tiene que ver con desear lo otro, con acercar al extranjero al lugar propio, aceptando las diferencias, y, creo yo, inclusive interesándose en sumo por las diferencias, que se podrían ver como el misterio difícil de develar, que tanto nos resulta inasible como nos atrae, nos mueve hacia el intento de comprender. Las diferencias son la savia de la comunicación con aquél que no es como uno, o uno mismo.
Entonces comenzamos nuestra labor. Necesitamos varios elementos además de haber estudiado traducción. Se puede no haber estudiado académicamente. Hacen falta el deseo, la duda, la consulta.
Empezamos panorámicamente, mal o bien, hacemos el primer borrador de los primeros versos para ver de qué se trata, por cuál surco iremos intentando palabras y melodías. No sólo hay que decidir sobre las palabras sino que tienen que sonar con fluidez al menos, y tener musicalidad, en el mejor de los casos.
Necesitamos tiempo. Dejar en barbecho, en remojo, dejar asentar. Para volver luego y ver con otra mirada lo que antes parecía poco acertado o definitivo. Esa mirada nueva que proviene del alejamiento y del tiempo nos permite modificar o confirmar palabras, versiones. No se puede traducir poesía contra reloj.
Tenemos que dudar, consultar diccionarios, con colegas, escuchar el habla cotidiana. Así, un día encontramos, pescamos al vuelo lo que hacía tanto que buscábamos, y si no buscábamos nada, oímos una bella palabra que habíamos olvidado y nos cambia el poema entero.
Lo que nos impulsa a esta búsqueda es desear comprender el poema a fondo. Tal vez traducir sea la mejor forma de comprender, la lectura más honda en cuanto a interpretar. Entonces, con las herramientas disponibles, se logra escribir el poema en otro idioma.
En este punto citaré algunas palabras de Jorge Bustamante García, tomadas del III Seminario Internacional de Traductores de León Tolstoi y otros Escritores Rusos, año 2008:
“Si a uno le gusta leer y escribir, entonces traducir podría convertirse en un placer. Esta idea hedonista tanto de la lectura como de la traducción, puede llegar a ser muy fructífera. Cuando mediante la lectura uno convive con un escritor que le gusta, con el tiempo lo va conociendo mejor. Esta es la razón por la que en la traducción de un poema primero habría que convivir con él, sin prisa escuchar sus reverberaciones, sus sonidos ocultos, experimentarlo incluso en las emociones que despierta, intentar percibir el “tono”, que es lo que define en últimas el verdadero espíritu del poema, lo que lo mantiene en pie.”
El hecho de que el sentido del poema se completa con lo que cada lector percibe en él no significa que el poema dice cosas diferentes en diversas direcciones. A las personas cada palabra les toca una historia de vida diferente, un sentir propio. Pero pienso que el poema dice lo que dice.
Por ejemplo, tomemos el Soneto 130 de William Shakespeare. En este soneto, Shakespeare declara que su amada no es alguien del otro mundo, y que él la ama sabiendo eso. También se percibe una crítica a cierto tipo de poesía. Hay lectores que interpretan que no la ama, hay quienes creen que la desestima, pero el poema declara amor.
No creo que esto se deba perder de vista porque el poeta escribió lo que escribió y no otra cosa. Me refiero al vocabulario que eligió, los tiempos verbales, la rítmica, lo que con todo eso expresa. El traductor, entonces, con extremo respeto por el original, decide qué prefiere sacrificar en aras de serle fiel al sentido. Existe una ética que lo guía. Se puede no traicionar, no conformarse con el famoso dicho “traduttore traditore”.
Para terminar, cito a Gesualdo Bufalino, escritor italiano del siglo pasado, quien afirmó lo siguiente acerca de la condición del que traduce. Sus palabras podrán ser polémicas, más no indiferentes:
“El traductor es evidentemente el único auténtico lector de un texto. Por cierto más que cualquier crítico, quizás más que el propio autor. Porque de un texto el crítico es solamente el cortejante ocasional, el autor, el padre y el marido, mientras que el traductor es el amante.”
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Carmen Vasco nació en Buenos Aires en 1965, en una familia de poetas. Es traductora de poesía de autores ingleses y norteamericanos.
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Foto: Paul Ricoeur (Francia, 1913-2005).
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5 comentarios:
Excelente artículo. Para leer y releer. Bravo!.
Gracias por tus palabras, Carlos.
Carmen
Muy buen artículo Carmen, saludos.
Muy bueno
que sigas alojando muchos poetas en nuestra lengua, tan hospitalaria. LIDIA
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