Tenía 17 años cuando, recién llegada a Córdoba desde mi pueblo en la llanura, cursé Literatura Italiana y me encontré con Pavese. De no haberlo leído, la condición piamontesa, el origen inculto de los campesinos llegados al país en el siglo XIX y el castellano mal hablado de mis abuelos hubieran sido vergonzantes. “Descubrí a un escritor que parece que hablara de nosotros”, le dije a mi padre cuando regresé al pueblo. Mi padre había nacido en Airasca, al borde de las langas, en 1921, apenas trece años después de Pavese, fue llamado al ejército fascista, un año más tarde desertó, se unió al movimiento partisano hasta el final de la guerra y emigró a Argentina en diciembre de 1948. “¿Pavese? –preguntó–, yo lo conocí, me lo presentó Lucia Neiroti, una prima mía pariente del beato Neiroti, ése al que le nació un lirio en el pecho. Fue en Torino, cuando terminó la guerra...” Mi padre murió en 1990. Poco después, contando el pequeño, modesto, mito familiar a una amiga, apareció la idea y el deseo de escribir las dos versiones del poema que titulé “Pavese”.
Mi madre nació en Argentina y nunca fue a Italia, pero puede recorrer en la memoria cada pueblo de la geografía piamontesa por donde mi padre y sus padres estuvieron, cada primo lejano con su historia. Se siente profundamente argentina, pese a que su primera lengua fue el piamontés que sus padres, hermanos, abuela y vecinos hablaban aquí y pese a ser hija de un hombre de Magliano Alpi y una mujer de Michelino. Años más tarde, cuando creía ya haber salido de la influencia de Pavese, en una lectura de poemas pertenecientes a Kodak, alguien que no me conocía se acercó y me dijo: “Su poesía me recuerda a Pavese, él siempre habla de los cuñados y los tíos y en sus poemas hay personajes que conversan...”. Hasta entonces yo había creído que Kodak era un libro marcado por la lectura de poetas norteamericanos, pero la frase del ocasional oyente de mis poemas no resulta tan extraña si pensamos que Pavese se liberó de los excesos del lirismo italiano finisecular con la lectura sostenida y la depurada traducción de literatura norteamericana. Se trata de un italiano que leyó como pocos la literatura norteamericana, lo que también es decir un escritor impregnado de todo aquello que influyó con fuerza en la escritura de los latinoamericanos, quizá por eso –porque es tan profundamente regional como universal– su influencia, aunque no siempre reconocida, fue grande en la generación de los escritores argentinos de provincias que en los ’60 le dieron una vuelta definitiva a la literatura regional.
Hace dos años estuve otra vez en el Piamonte e hice con unos primos un moroso paseo desde Canelli hasta Magliano Alpi, atravesando los viñedos de uva moscato y los campitos de avellanos, deteniéndonos en cada pequeño pueblo de las langas, Monticello, Alba, Caravanzana, Barbaresco, Gaminella, Camo, Santo Stefano... esperaba ese viaje delicioso a su territorio de escritura, lo esperaba con ansia. Sin embargo, lo que él me dice y algo que va más allá de lo que dicen sus libros, puedo encontrarlo también aquí, en mi pueblo y en el pueblo de mi madre, una verdad que está en el lenguaje, una coloratura del habla regional capaz de dar cuenta de una nostalgia heredada, nostalgia del que quiere volver pero no vuelve, del que no quiere volver sino en el mito... trazos de vida en la memoria heredada de otros y conmovedora percepción de las miserias y la rudeza de su pueblo (un cineasta de Torino me hizo notar que en la lengua piamontesa no existe la palabra amor), porque lo que se añora es un lugar emocional que ya no existe, porque no se trata sólo de un lugar, sino también de un tiempo, y entonces el regreso sólo es posible a través de las palabras.
Encontrarme con los libros de Pavese me permitió comprender que la lengua que yo hablaba en casa, el castellano de mi casa y de mi gente, con sus coloraturas regionales, estaba atravesado, casi tanto como el italiano de Pavese, de una presencia piamontesa libre de ostentaciones y pintoresquismos. Que en su lengua impregnada de hondura, late gris, austera, la tremenda cosmovisión del mundo que subyace en mis ancestros y que, sostenida por el sustrato regional en que los suyos y los míos habitaron, nos alimenta y nos hermana.
Mi madre nació en Argentina y nunca fue a Italia, pero puede recorrer en la memoria cada pueblo de la geografía piamontesa por donde mi padre y sus padres estuvieron, cada primo lejano con su historia. Se siente profundamente argentina, pese a que su primera lengua fue el piamontés que sus padres, hermanos, abuela y vecinos hablaban aquí y pese a ser hija de un hombre de Magliano Alpi y una mujer de Michelino. Años más tarde, cuando creía ya haber salido de la influencia de Pavese, en una lectura de poemas pertenecientes a Kodak, alguien que no me conocía se acercó y me dijo: “Su poesía me recuerda a Pavese, él siempre habla de los cuñados y los tíos y en sus poemas hay personajes que conversan...”. Hasta entonces yo había creído que Kodak era un libro marcado por la lectura de poetas norteamericanos, pero la frase del ocasional oyente de mis poemas no resulta tan extraña si pensamos que Pavese se liberó de los excesos del lirismo italiano finisecular con la lectura sostenida y la depurada traducción de literatura norteamericana. Se trata de un italiano que leyó como pocos la literatura norteamericana, lo que también es decir un escritor impregnado de todo aquello que influyó con fuerza en la escritura de los latinoamericanos, quizá por eso –porque es tan profundamente regional como universal– su influencia, aunque no siempre reconocida, fue grande en la generación de los escritores argentinos de provincias que en los ’60 le dieron una vuelta definitiva a la literatura regional.
Hace dos años estuve otra vez en el Piamonte e hice con unos primos un moroso paseo desde Canelli hasta Magliano Alpi, atravesando los viñedos de uva moscato y los campitos de avellanos, deteniéndonos en cada pequeño pueblo de las langas, Monticello, Alba, Caravanzana, Barbaresco, Gaminella, Camo, Santo Stefano... esperaba ese viaje delicioso a su territorio de escritura, lo esperaba con ansia. Sin embargo, lo que él me dice y algo que va más allá de lo que dicen sus libros, puedo encontrarlo también aquí, en mi pueblo y en el pueblo de mi madre, una verdad que está en el lenguaje, una coloratura del habla regional capaz de dar cuenta de una nostalgia heredada, nostalgia del que quiere volver pero no vuelve, del que no quiere volver sino en el mito... trazos de vida en la memoria heredada de otros y conmovedora percepción de las miserias y la rudeza de su pueblo (un cineasta de Torino me hizo notar que en la lengua piamontesa no existe la palabra amor), porque lo que se añora es un lugar emocional que ya no existe, porque no se trata sólo de un lugar, sino también de un tiempo, y entonces el regreso sólo es posible a través de las palabras.
Encontrarme con los libros de Pavese me permitió comprender que la lengua que yo hablaba en casa, el castellano de mi casa y de mi gente, con sus coloraturas regionales, estaba atravesado, casi tanto como el italiano de Pavese, de una presencia piamontesa libre de ostentaciones y pintoresquismos. Que en su lengua impregnada de hondura, late gris, austera, la tremenda cosmovisión del mundo que subyace en mis ancestros y que, sostenida por el sustrato regional en que los suyos y los míos habitaron, nos alimenta y nos hermana.
* Escritora, autora de Pavese/Kodak (Ediciones del Dock, 2008). Este artículo apareció hoy en Página/12.
3 comentarios:
María Teresa me mandó su libro por correo, y fue doble felicidad que
el cartero lo pusiera en mis manos.
Al leerlo me sentí reflejada en cada poema suyo y se lo dije en un mail. El espíritu del Hermano
Pavese envuento en ella y su poesía
llegando como un regalo de la certeza de que hay dichas posibles
aún en este mundo y que lo cambian
a tal como fue alguna vez, cuando festejábamos la primavera en las
veredas de nuestro barrio, o íbamos al campo con nuestros compañeros de la escuela. Gracias
Tere por cada poema y por todo.
Concepción Bertone
gracias a los dos: a tere y a vos, hermosa concepción,
jm
Lo leí hace un lustro y me fascinó, un libro brillante, digno de su autora. Trabajé algunos textos en el profesorado y algunos poemas impactaron (de paso, les dieron ganas de conocer a Pavese, que no es poco).
Gracias.
Claudio Simiz
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