Páginas

miércoles, 25 de agosto de 2021

GRACIELA MATURO Llega la lluvia con sus pies diminutos



A Eduardo Antonio Ascuy, 1926 - 1992

 

I

 

Te llamo

te llamo en la niebla de la ciudad

entre las máquinas que giran

y papeles que vuelan en la blancas madrugadas.

Te llamo en el laberinto en la violencia

en el desierto de las voces mecánicas

en el páramo del simulacro cotidiano.

No conozco el idioma del paisaje celeste

ni la llave que alcance tu morada de aire.

Sólo puedo ofrecerte esta palabra

un alimento triste y el vino solitario

que arrastra recuerdos de parques bienamados

de calles que te pertenecen

de libros donde juntos morábamos.

Todo me dice mi orfandad

cuando llega la lluvia con sus pies diminutos

sobre mi corazón sin abrigo.

Te llamo y te llamaré con el latido

último de mi cuerpo

cuando Ella venga a mí

como una madre compasiva y pálida.

 

 

V

 

Hablabas de aquel lugar,

el prado sin otoño donde la brisa se detiene

y el agua es un cristal murmurante.

Hablabas de la rosa que resplandece intacta,

de bellos y enternecedores suicidas

que merodean junto al misterio.

Tuviste ojos de fuego para mirar el abismo

y dos palomas guiaron tus pasos

hacia el arbusto incandescente.

         Sola en el arenal

         me alimento de tus palabras

         rocío fiel en la sequedad del mundo.

 

 

XI

 

Tu partida me abrió un sendero oculto

entre pinares solitarios,

un camino que empieza en el crujir de mis huesos,

en la alquimia secreta de las lágrimas.

Pude erguirme dichosa

entre tulipanes recién abiertos.

Anduve por atajos pedregosos

mordida por las espinas

y hallé pámpanos nuevos,

uvas de nieve y de cristal.

Las hojas de la hiedra coronaron mi frente

para una danza gozosa en la penumbra lunar.

 

 

XVII

 

Somos uno, dijiste, no lo olvides.

Trato de descubrir un rosario invisible

que enlaza las cosas mudas y despojadas.

Acecho los pálidos ramajes que el viento mueve

         en el amanecer,

el vuelo de un pájaro oscuro

que cruza el cielo como un signo.

         Tal vez te haces presente

         en las letras que ahora dibujo.

         Tu presencia levísima

         mueve mi mano.

 

 

XXII

 

Miro la eternidad desde el tiempo caído.

¿Miras también los días desde la eternidad?

Heme aquí, dedicada a la trasmutación de las horas

opacas de mi vida

en aberturas celestes.

Maga, reina del éter y la penumbra

avanzo con mi vara de jacintos

buscando entre las piedras un guijarro de plata.

Mi tarea es la ordenación del caos

la edificación de un territorio solar.

 

 

XXVI

 

Miro la eternidad desde el tiempo caído.

¿Miras también los días desde la eternidad?

Heme aquí, dedicada a la trasmutación de las horas

         opacas de mi vida

en aberturas celestes.

Maga, reina del éter y la penumbra

avanzo con mi vara de jacintos

buscando entre las piedras un guijarro de plata.

Mi tarea es la ordenación del caos

la edificación de un territorio solar.

 

 

XXVI

 

Vuelo sobre el mar

dejando atrás las cenizas

de los que amo.

Vuelo sobre los tiempos del dolor

sobre los cementerios

donde enterré mis lágrimas.

Voy hacia días desconocidos

hacia las Islas Afortunadas

donde crece

el árbol mágico del pan.

Dueña de mí y del aire

sé que todo está vivo para siempre.

La distancia es sólo una ficción

inventada por los condenados.

 

 

XXIX

 

Yo dibujaba tu nombre en grandes láminas amarillas.

Disponía los signos, las palabras,

y tú venías sonriente de algún lugar

trayendo una noticia favorable,

una noticia que olvidé.

         Tuve la gracia de vivir

         ese encuentro

         en un territorio que es

         propiedad del Amor.

         Lo llaman Sueño.

 

 

XXXIII

 

He vuelto de las pálidas orillas

con el canto del pájaro en mi oído.

Atravesé las puertas de marfil

que dan acceso a mundos invisibles.

Puedo morir ahora

cantando un salmo de alegría.

Estoy viva entre ruinas que relumbran.

Mi memoria ha guardado

el follaje verdeazul de álamos amados.

Mi frente ha sido coronada de perlas

mis manos guardan biznas de los frutos de oro

que recogí en mis noches de vigilia.

En la penumbra de la noche danzo

mientras caen los pétalos de fuego

sobre mis pies desnudos.

 

Las puertas se entreabren.

La luz desciende.

 

 

 

En Memoria del trasmundo, Ediciones Último Reino, Buenos Aires, Argentina, 1999 / Selección y fotos: jmp

Graciela Maturo (Santa Fe, 15 de agosto de 1928), poeta, escritora y ensayista

No hay comentarios:

Publicar un comentario