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lunes, 30 de agosto de 2021

ESTELA FIGUEROA Donde no hay sexo no hay problemas


 

Tracé un paréntesis en mi vida

En ese paréntesis puse mis emociones.

Como un chico que en una tarde de domingo
pasea con un globo
yo paseo con mi paréntesis.
Si el hilo es fuerte
lo conservaré.
Si es débil
no claro que no.

Mis emociones
me inundarán
como un río.

 

 

Principios de febrero

 

No.
El hermoso verano
no ha terminado aún.
Nos queda un mes para estarse en los patios
y descalzarnos
mientras charlamos
de esto y aquello
sin ton ni son.
Todavía habrá hombres de brazos tostados
en las calles
de la ciudad envuelta por la noche
brotada toda
como un lazo de amor.

 

No.
No me sostengas que no voy a caerme.
Sólo se caen las estrellas fugaces
y yo -te dije-
quiero permanecer.

 

Un hombre es bueno para una noche.
Cuando amanece es un reflejo dorado
sobre la cama donde se toma café.
Y es agradable el olor que deja.
Dura todo un día.
Pero no toda la vida.

 

Luego hay que descansar.
El libro de Kavafis y el de Pavese
sobre la mesa de luz.
Hay que aminorar la marcha.
Sentarse un rato a solas
en el sillón del patio.
Mujeres: tendríamos
que aprender de los gatos.
¡Cómo agradecen el tazón
que rebosa de leche!

 

Falta para el otoño.
Que nos encuentre intactas.
Sin habernos negado
a estas pasiones
que cada tanto
asaltan.

 

 

Un atardecer de abril después de una separación

Ya no tengo a quién esperar.
De modo que para qué preocuparse
por cambiar las sábanas
o barrer el patio.

Se hace lo imprescindible
regar las plantas
dar de comer a los gatos
¿qué culpa tienen?
Al crepúsculo salgo a la calle
en busca de cerveza.
Mi vecino homosexual me invita
a cenar este sábado en su casa.
Acepto.
Donde no hay sexo no hay problemas.

Estos encuentros
han llegado a ser mi único sentimiento.

 

 

Naturaleza muerta

 

Tomates rojos

con una hendidura negra.

Limones amarillos

con pezones verdes.

Zanahorias erectas

papas ovales

bananas que yacen arqueadas.

 

Sexo sobre la mesa

donde amaso el pan.

 

 

Mi cuerpo

 

Hay momentos en que mi cuerpo me parece
como una casa abandonada.

 

Y no sé si soy yo
o es mi fantasma
que ha entrado en él
por error.

 

 

Suspiro

 

Suspiro dentro de un vaso
que era para flores.
Un suspiro lo limpia.
Otro lo empaña.

 

 

Momento ante una cama

 

Con una mano

la sostuve.

Bajo la sábana blanca

el colchón azul era

como todos los colchones.

 

Manchas de semen

manchas de sangre

formaban islas ocres

rojas

en el océano inmóvil.

 

Frágil pareció mi mano

y liviana la sábana

con la que volví

a cubrirlo.

 

Las islas

el océano

fueron entonces un campo nevado

donde mi mano

-extraño pájaro-

graznó torpemente

y se fue.

 

 

Un muerto no es un muerto es la muerte

Es una visita que ya no vendrá
como no sea en sueños.
Es una casa a la que nunca más iremos
como no sea con la imaginación.

De aquel domingo del invierno pasado
en que tres amigos comimos torta “con sabor a infancia”
-como dijimos-
y tomamos té con canela
soy la única sobreviviente.

Hace unos días
después de una lluvia
-pensando en estas cosas-
planté un gajo de enredadera
que había echado raíces
dentro de una botella.

Parece que prendió.
Quisiera que
-trepando por la pared-
cubriera el patio
donde da tanto el sol.
Es probable que así sea.
Pero hoy me pregunto
si llegaré a verlo.

 

 

A Manuel Inchauspe, en el hospicio

Las nuestras, mi amigo,
son obras pequeñas.
Escritas en la intimidad
y como con vergüenza.
Nada de tonos altos.
Nos parecemos a la ciudad
donde vivimos.

Perdiste tus últimos poemas
y yo casi no escribo.

De allí
esos largos silencios
en nuestras conversaciones.

 

 

Dimensión del tiempo

(o a mi casa se entra por el patio)

 

Dos días fuera de casa

pueden ser una eternidad.

 

La tormenta asustó al gato

que quiso entrar a la casa.

 

Rompió la tela metálica

y se lastimó.

Las planteras rodaron por el piso ensangrentado.

Parte del árbol de mora se chamuscó.

La ropa se cayó de la soga.

 

Al entrar

desconocí todo

como si fuera una ladrona.

 

 

“Árbol eres, musgo eres, eres violetas arrasadas”

Ezra Pound

 

En el hueco que hay entre mis pechos

puse un puñado de tierra.

 

En la tierra hundí

la raíz de una enredadera.

La enredadera empezó a crecer.

 

Yo

desnuda en el patio de mi casa

me apoyé en un árbol.

 

En poco tiempo estuve cubierta

por hojas frescas y verdes.

 

En poco tiempo la enredadera

pasó a envolver el árbol.

 

Yo pasé a ser árbol.

Cuando llueve tomo agua

cuando hay viento tomo aire.

 

Como nadie me ve

nadie más me hará daño.

 

 

 


En Poetas argentinas (1940-1960), selección y prólogo de Irene Gruss, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2006; revista Diario de Poesía, número 20, primavera de 1991, director Daniel Samoilovich; Atlas de la Poesía Argentina, coordinadores Eugenia Straccali y Bruno Crisorio, Edulp, La Plata, 2017 / Selección y fotos: jmp /

Estela Figueroa (Santa Fe, 12 de agosto de 1946) /

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