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martes, 31 de octubre de 2017

Julio Llinás, Poema inédito



CLAVES

Es el celo del viento
la hora de la fiera

Es el aullido blanco
el dios decapitado

Es la fiebre de las bestias
la piel de la moneda

Y en las colinas donde el hambre es roja
donde el amor monta una yegua enana
donde la gracia se desploma
el habitante devorado
el dueño del horror
forja sus jóvenes armas

Pequeñas claves de la aurora



Poema inédito de Julio Llinás. Gracias Verónica Llinás.

Julio Llinás (Buenos Aires, 1929). Foto: Jmp

lunes, 30 de octubre de 2017

Ezequiel Martínez Estrada, La de siempre, la desconocida



ALGUNAS COPLAS DE CIEGO

I
Qué maravillas sencillas
de amor y de inteligencia
las flores y las semillas.


II
Si sigues tan distraído
vas a llegar a la muerte
sin saber que estás dormido.


VI
Dijo lao Tsé a un iniciado
que anduvo leguas por verlo:
Si me buscas, me has hallado.


XIV
Siempre igual la historia:
La noria y la noche,
la noche y la noria.

XVII
¡Cuántos siglos y qué fina
sabiduría ha empleado
para formarse, la espina.


XXIV
Se acostumbró a la lectura
como antaño los guerreros
a vivir con la armadura.


XXIX
Dijo el gusano a la rosa:
Anoche soñé que estabas
por volverte mariposa.


XXX
Se querían tanto
que daba tristeza
mirarlos.


XXXVII
Ningún maestro de escuela
podrá explicarte jamás
el olor de la canela.


XLIX
Después de resucitar
a una niña recién muerta,
fue a caminar y a llorar
por una calle desierta.


LI
Lo que no puedo expresar
por recóndito y profundo
me es muy fácil de cantar.


LVI
Tengo una pena muy grande;
cuando la quiero escribir
se me hace tinta la sangre.


LXIII
Se despertó de repente
y se asombró al encontrarse
viviendo, sencillamente.


LXXXIX
Van de la mano;
él por la montaña,
ella por el llano.


CII

Te miro dormida;
eres la de siempre,
la desconocida.



En recorte diario Tiempo Argentino, Suplemento Cultura, domingo 28 de agosto de 2011
De: Coplas de ciego. Edición completa, Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca, 2011.
Ezequiel Martínez Estrada (San José de la Esquina, Santa Fe, Argentina, 14 de septiembre de 1895 – Bahía Blanca, 4 de noviembre de 1964). Foto: Jmp


“(…) Coplas de ciego consta de 156 poemas brevísimos, de dos, tres o cuatro versos, pero que, como señala Burgos en el estudio preliminar, “la mayoría no son coplas. Mayoritariamente se trata de tréboles que, como el nombre indica, los conforman tres versos octosílabos que riman el 1º con el 3º, quedando suelto el 2º”. Las “coplas de ciego” se identifican con “las coplas de los ciegos ambulantes que, todavía a principios de la década de 1950, trajinaban los caminos de las aldeas y pueblos de España –explica Burgos–, desgranando historias pasionales y truculentas, con voces plañideras y el acompañamiento de algún instrumento basto y desafinado, guiados por un lazarillo que vendía las coplas impresas que ellos cantaban”. El resultado es una lírica sublime, a mitad de camino entre el carácter narrativo del minicuento, la poesía cerebral del aforismo, la potencia imaginaria del haiku y el contenido sapiencial de la sentencia. Todo ello en el ápice de la sencillez, en un cruce sorprendente de lo mínimo y lo grandioso, de lo leve y lo hondo. Estos versos se emparentan, además, con los aforismos de Voces de Antonio Porchia, a quien Martínez Estrada dedicó la primera edición de sus Coplas de ciego. (…)” Jorge Dubatti

domingo, 29 de octubre de 2017

Raymond Carver, Es agosto y no he leído un libro en seis meses



BEBIENDO EN EL COCHE

Es agosto y no he
leído un libro en seis meses
salvo una cosa titulada La retirada de Moscú
de Caulaincourt.
Sin embargo, soy feliz
cuando voy en coche con mi hermano
bebiendo en jarra una cerveza Old Crow.
No vamos a ningún sitio,
solo manejamos.
Si cerrara los ojos durante un minuto
no sabría dónde estoy
y me tumbaría encantado a dormir para siempre
a la orilla de la ruta.
Pero mi hermano me da un suave codazo.
Ahora, en algún momento, algo va a pasar.


 
Digamos que no soy poeta de nacimiento. He escrito poemas porque no siempre he tenido tiempo para escribir un relato, mi primera opción. Por eso muchos de mis poemas tienen una marcada tendencia narrativa. Me gustan los poemas que me dicen algo la primera vez que los leo. También me gustan algunos, o al menos reconozco su valor, que necesito leer dos, tres o cuatro veces para ver cómo y por qué funcionan. En todos mis poemas busco una atmósfera concreta. Uso constantemente el pronombre personal, aunque la mayoría son completamente inventados. Sin embargo, muchas veces los poemas tienen una base real, como es el caso de “Bebien­do en el coche”. El poema está escrito hace un par de años. Creo que posee cierta tensión y quiero creer que logra expresar el sen­tido de pérdida y leve desesperación que atenaza a quien vive peligrosamente sin ocupación alguna, como le ocurre a quien se expresa en él. Cenando lo escribí, tenía un trabajo de ocho a cinco y una posición más o menos decente como empleado de oficina. Pero, como pasa siempre con este tipo de trabajos, no tenía mucho tiempo para andar por ahí. Ade­más, tampoco estaba leyendo ni escribiendo. Es una exagera­ción decir no había leído un libro en seis meses, pero me parece que no andaba muy lejos de la verdad. El poema se me había ocurrido mientras leía Retrato de Moscú, de Caulaincourt, uno de los generales de Napoleón. Aquellos días, me fui con mi hermano una o dos veces a dar una vuelta en su coche por la noche, un poco a la deriva, allí encerrados bebiendo una botella de Old Crow. De este modo, con estos vagos recuerdos y mi propia sensación de frustración, me senté a escribir el poema. Todo se juntó ahí. Realmente no puedo decir mucho más del poema o de su proceso de escritura. No sé si será bueno, pero puede que tenga algún mérito. Te aseguro que es uno de mis favoritos.
 Nota aparecida en New Voices in American Poetry, ed. de David Alian Evans; Cambridge, Mass., 1973.


En recorte diario El Día, La Plata, Literarias, domingo 24 de septiembre de 2006. De: Todos nosotros, antología de poemas, 2006.

Raymond Carver (EEUU, 25 de mayo de 1938 – 2 de agosto de 1988). Foto: Jmp.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Juan Carlos Onetti, Acerca de Roberto Arlt


ROBERTO ARLT

     Quiero aclarar desde el principio que estas páginas se escriben, misteriosamente, porque el editor y el autor estuvieron de acuerdo respecto a su tono. Yo no podría prologar esta novela de Arlt haciendo juicios literarios, sino sociológicos; tampoco podría caer en sentimentalismos fáciles sobre, por ejemplo, el gran escritor prematuramente desaparecido. No podría hacerlo por gustos e incapacidades personales; pero, sobre todo, imagino y sé la gran carcajada que le provocaría a Roberto Arlt cualquier cosa de ese tipo. Oigo su risa desfachatada, repetida en los últimos años por culpa de exégetas y neodescubridores.
     Por ese motivo no releí a Roberto Arlt, aunque que esta precaución es excesiva porque lo conozco de memoria, tantos persistentes años pasados. Tampoco quise mirar lo que se publicó sobre él y tengo en mi biblioteca. Supuse más adecuado un encuentro cara a cara, sin mentir ni tolerarle trampas. Creo que es una forma indudable de la amistad, si es que Roberto Arlt tuvo jamás un amigo. Estaba en otra cosa. En consecuencia, quiero pedir perdón por fechas equivocas, por anécdotas ignoradas, tal vez ya contadas.
     En aquel tiempo, allá por el 34, yo padecía en Montevideo una soltería o viudez en parte involuntaria. Había vuelto de mi primera excursión a Buenos Aires fracasado y pobre. Pero esto no importaba en exceso porque yo tenía veinticinco años, era austero y casto por pacto de amor, y sobre todo, porque estaba escribiendo una novela “genial” que bauticé Tiempo de abrazar y que nunca llegó a publicarse, tal vez por mala, acaso, simplemente, porque la perdí en alguna mudanza
     Además de la novela yo tenía otras cosas, propias de la edad, entre ellas un amigo, Italo Constantini, que vivía en Buenos Aires y jugaba por entonces al Stavroguin.
     Entre el 30 y 34 yo había leído, en Buenos Aíres, las novelas de Arlt -El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas, algunos de sus cuentos-, pero lo que daba al escritor una popularidad incomparable eran sus crónicas. “Aguafuertes porteñas”, que publicaba semanalmente en el diario El Mundo.
     Los aguafuertes aparecían, al principio, todos los martes y su éxito fue excesivo para los intereses del diario. El director, Muzzio Sáenz Peña, comprobó muy pronto que El Mundo, los martes, casi duplicaba la venta de los demás días. Entonces resolvió despistar a los lectores y publicar los “Aguafuertes” cualquier día de la semana. En busca de Arlt no hubo más remedio que comprar El Mundo todos los días, del mismo modo que se persiste en apostar al mismo número de lotería con la esperanza de acertar.
     El triunfo periodístico de los “Aguafuertes” es fácil de explicar El hombre común, el pequeño y pequeñísimo burgués de las calles de Buenos Aires, el oficinista, el dueño de un negocio raído, el enorme porcentaje de amargos y descreídos podían leer sus propios pensamientos y tristezas, sus ilusiones pálidas, adivinadas y dichas en su lenguaje de todos los días. Además, el cinismo que ellos sentían sin atreverse a confesión: y, más allá, intuían nebulosamente el talento de quien les estaba contando sus propias vidas, con una sonrisa burlona pero que podía creerse cómplice.
     Hablando de cinismo el mencionado Muzzio Sáenz Peña -a quien Arlt entregaba normalmente sus manuscritos para que corrigiera los errores ortográficos- se alarmó porque el escritor habla estado publicando crónicas en revistas de izquierda. Esta inquietud o capricho de Arlt preocupaba a la Administración del diario, temerosa de perder avisos de Ford, Shell, etcétera, encaprichada en conservarlos,
     Muzzio llamó a Arlt y le dijo, no era pregunta:
     -¿Te imaginás en qué lío me estás metiendo?
     -¿Por eso? No te preocupés que te lo arreglo mañana.
     (Jorge Luis Borges, el más importante de los escritores argentinos de la época, dijo en una entrevista reciente que Roberto Arlt pronunciaba el español con un fuerte acento germano o prusiano heredado del padre). Es cierto que el padre era austriaco y un redomado hijo de perra: pero yo creo que la prosodia arltiana era la sublimación del hablar porteño: escatimaba las eses finales y las multiplicaba en mitad de las palabras como un tributo al espíritu de equilibrio que él nunca tuvo
     Y al día siguiente, después de corregir Muzzio los errores gramaticales, las “Aguafuertes” dijeron algo parecido a esto: “Me acerqué a los problemas obreros por curiosidad. Lo único que me importaba era conseguir más material literario y más lectores”.
     La anécdota no debe escandalizar a deudos, amigos ni admiradores. El problema Arlt persona en este aspecto es fácil de comprender. Arlt era un artista (me escucha y se burla) y nada había para él más importante que su obra. Como debe ser.
     Ahora volvemos a Italo Constantini, a Tiempo de abrazar y a otra temporada en Buenos Aires. Harto de castidad, nostalgia y planes para asesinar a un dictador, busqué refugio por tres días de Semana Santa en casa de Italo (Kostia); me quedé tres años.
     Kostia es una de las personas que he conocido personalmente, hasta el límite de intimidad que él imponía, más inteligentes y sensibles en cuestión literaria. Desgraciadamente para él leyó mi novelón en dos días y al tercero me dijo desde la cama -reiterados gramos de ceniza de Player’s Medium en la solapa.
     -Esa novela es buena. Hay que publicarla. Mañana vamos a ver a Arlt.
     Entonces supe que Kostia era viejo amigo de Arlt, que había crecido con él en Flores, un barrio bonaerense, que probablemente haya participado en las aventuras primeras de El juguete rabioso.
     ¿Pero quién y cómo era Arlt? Lo imaginé como un compadrito porteño, definición que no puede ser traducida, que llevaría horas para ser explicada y tal vez sin acierto posible.
     Por ahora, en la víspera de una entrevista que me parecía inverosímil, supe que Kostia, por lo menos, conocía a muchos protagonistas de Los siete locos y Los lanzallamas. Claro que Erdosain continuaba invisible, impalpable, porque era el fantasma hecho personaje del mismo Arlt.
     Siempre en la víspera, intentaba sondear mi futuro inmediato:
     -Pero lo que yo escribo no tiene nada que ver con lo que hace Arlt. ¿Y si no le gusta? ¿Con qué derecho, vas a imponerle que lea el libro?
     -Claro que no tiene nada que ver -sonreía Kostia con dulzura. Arlt es un gran novelista. Pero odia lo que podemos llamar literatura entre comillas, Y tu librito, por lo menos, está limpio de eso. No te preocupes -vasos de vino y la solapa aceptando pacientes la misión de cenicero-; lo más probable es que te mande a la mierda.
     La entrevista en El Mundo resultó tan inolvidable como desconcertante. Arlt tenía el privilegio, tan raro en una redacción, de ocupar una oficina sin compartirla con nadie. Por lo menos en aquel momento, las cuatro de la tarde. Saludo a Kostia: -Que hacés, malandra.
     Y después de las presentaciones Kostia se dedicó a divertirse en silencio y aparte. El original de la novela quedó encima del escritorio. Roberto Arlt se adhirió a la quietud de su amigo, apenas movió la cabeza para desechar mi paquete de cigarrillos. Tendría entonces unos treinta y cinco años de edad, una cabeza bien hecha, pálida y saludable, un mechón de pelo negro duro sobre la frente, una expresión desafiante que no era deliberada, que le había sido impuesta por la infancia, y que nunca lo abandonaría.
     Me estuvo mirando, quieto, hasta colocarme en alguno de sus caprichosos casilleros personales. Comprendí que resultaría inútil, molesto, posiblemente ofensivo hablar de admiraciones y respetos a un hombre como aquél, un hombre impredecible que “siempre estaría en otra cosa”
     Por fin dijo:
     -Assi que usted esscribió una novela y Kostia dice que está bien y yo tengo que conseguirle un imprentero.
     (En aquel tiempo Buenos Aires no tenía, prácticamente, editoriales. Por desgracia. Hoy, tiene demasiadas, también por desgracia.)
     Arlt abrió el manuscrito con pereza y leyó fragmentos de páginas, salteando cinco, salteando diez. De esta manera la lectura fue muy rápida. Yo pensaba: demoré casi un año en escribirla. Sólo sentí asombro, la sensación absurda de que la escena hubiera sido planeada.
Finalmente Arlt dejó el manuscrito y se volvió al amigo que fumaba indolente sentado lejos y a su izquierda, casi ajeno.
     -Dessime vos, Kostia -preguntó-, ¿yo publiqué una novela este año?
     -Ninguna. Anunciaste. Pero no pasó nada.
     -Es por las “Aguafuertes”, que me tienen loco. Todos los días se me aparece alguno con un tema que me jura que es genial. Y todos son amigos del diario y ninguno sabe que los temas de las ‘Aguafuertes” me andan buscando por la calle, o la pensión o donde menos se imaginan. Entonces, si estás seguro que no publiqué ningún libro este año, lo que acabo de leer es la mejor novela que se escribió en Buenos Aires este año. Tenemos que publicarla.
     La amnesia fue fingida tan groseramente que mi única preocupación era desaparecer.
     -Te avisé -dijo Kostia.
     -Sos como yo, no te equivocás nunca con los libros. Por eso no te muestro los originales, porque no quiero andar dudando.
     Suspiró, puso la mano abierta encima del manuscrito y se acordó de mí.
     -Claro, usted piensa que lo estoy cachando y tiene ganas de putearme. Pero no es así. Vea: cuando me alcanza el dinero para comprar libros, me voy a cualquier librería de la calle Corrientes. Y no necesito hacer más que esto, hojear, para estar seguro de si una novela es buena o no. La suya es buena y ahora vamos a tomar algo para festejar y divertirnos, hablando de los colegas.
     Arlt entró al café Rivadavia y Río de Janeiro, haciendo cruz con el edificio de El Mundo. Era un hombre alto y por aquellos días jugaba a la gimnasia y la salud.
     Acaso fuera aquél el mismo cafetín donde la mujer de Erdosain espiara el perfil inmóvil y melancólico de su marido, a través de los vidrios mugrientos, hundido en el humo del tabaco y la máquina del café.
     Hablamos de muchas cosas y aquella tarde, hablaba él. Desfilaron casi todos los escritores argentinos contemporáneos y Arlt los citaba con precisión y carcajadas que resonaban extrañas en aquel café de barrio, en aquella hora apacible de la tarde.
     -Pero mirá, un tipo que es capaz de escribir en serio una frase como ésta: Y venían la frase y la risa.
Pero las burlas de ArIt no tenían relación con las previsibles y rituales de las peñas o capillas literarias. Se reía francamente, porque le parecía absurdo que en los años treinta alguien pudiera escribir o seguir escribiendo con temas y estilos que fueron potables a principios del siglo. No atacaba a nadie por envidia: estaba seguro de ser superior y distinto, de moverse en otro plano.
     Evocándolo, puedo imaginar su risa frente al pasajero boom, frente a los que siguen pagando, con esfuerzo visible, el viaje inútil y grotesco hacia un todo que siempre termina en nada. Arlt, que solo era genial cuando contaba de personas, situaciones y de la conciencia del paraíso inalcanzable.
     Un recuerdo que viene al caso, para confundir o aclarar. Alguna vez nos dijo y lo publicó. “Cuando aparece por la redacción (del diario en que trabajaba), un tipo con su manuscrito o me piden que lea un libro de un desconocido que tiene talento, nunca procedo como mis colegas. Estos se asustan y le ponen mil trabas -muy corteses, muy respetuosos y bien educados- al recién venido. Yo uso otro procedimiento. Yo me dedico a conseguirle al nuevo genio toda clase de facilidades para que publique. Nunca falla: un año o dos y el tipo no tiene ya más nada que decir. Enmudece y regresa a las cosas que fueron su vida antes de la aventura literaria.”
     Como el prólogo amenaza ser más largo que el libro cuento dos “aguafuertearitianas”
     1) Una mañana sus compañeros de trabajo lo encontraron en la redacción (era otro diario, Crítica, donde Arlt estaba encargado de la sección “Policiales”) con los pies sin zapatos sobre la mesa, llorando, los calcetines rotos. Tenía enfrente un vaso con una rosa mustia. A las preguntas, a las angustias, contestó. “¿Pero no ven la flor? ¿No se dan cuenta que se está muriendo?”
     Otra mañana estaba calzado pero semimuerto, el mechón de pelo en la cara, negándose a conversar. Acababa de ver el cuerpo de una muchacha, sirvienta, que se había tirado a la calle desde un quinto o séptimo piso. Fue mudo y grosero durante varios días. Después escribía su primera y mejor obra de teatro Trescientos millones o cifra parecida, basado en la supuesta historia de la muchacha muerta.
     2) En aquel tiempo, como ahora, yo vivía apartado de esa consecuente masturbación que se llama vida literaria. Escribía y escribo y lo demás no importa. Una noche, por casualidad pura me mezclé con Arlt y otros conocidos en un cafetín. El monstruo, antónimo de sagrado, recuerdo, no tomaba alcohol.
     Tarde, cuatro o cinco de nosotros aceptamos tomar un taxi para ir a comer. Entre nosotros iba un escritor, también dramaturgo, al que conviene bautizar Pérez Encina. En el viaje se habló, claro, de literatura. Arlt miraba en silencio las luces de la calle Cerca de nuestro destino -una calle torcida, un bodegón que se fingía italiano- Perez Encina dijo:
     -Cuando estrené La casa vendida
     Entonces Arlt resucitó de la sombra y empezó a reír y siguió riendo hasta que el taxi se detuvo y alguno pagó el viaje. Continuaba riendo apoyado en la pared del bodegón y, sospecho, todos pensamos que le había llegado un muy previsible ataque de locura. Por fin se acabó la risa y dijo calmoso y serio:

     -A vos, Pérez Encina, nadie te da patente de inteligencia. Pero sos el premio Nobel de la memoria. ¡Sos la única persona en el mundo que se acuerda de La casa vendida!
     La numerosa tribu de los maniqueos puede elegir entre las dos anécdotas. Yo creo en la sinceridad de una y otra y no doy opinión sobre la persona Roberto Arlt. Que, por otra parte, me interesa menos que sus libros.
     A esta altura pienso que hay bastantes recuerdos y es, sería, necesario hablar del libro. Pero siempre he creído, además, que a los lectores, lo único que importa de verdad -y esto es demostrable- no son niños necesitados de que los ayuden a atravesar las tinieblas para esquivar las zanjas o llegar al baño. Ellos, los lectores, son siempre los que dicen la última, definitiva palabra después de la verborragia-critica que se adhiere a las primeras ediciones.
     Esto no es un ensayo crítico -sería incapaz de hacerlo seriamente-, sino una simple semblanza, muy breve en realidad si la comparo con lo que recuerdo ahora mismo, esta noche de mayo en un lugar que ustedes no conocen y se llama Montevideo. Una semblanza de un tipo llamado Roberto Arlt, destinado a escribir.
     Y el destino, supongo, sabe lo que hace. Porque el pobre hombre se defendió inventando medias irrompibles, rosas eternas, motores de superexplosión, gases para concluir con una ciudad.
     Pero fracasó siempre y tal vez de ahí irrumpieran en este libro metáforas industriales, químicas, geométricas. Me consta que tuvo fe y que trabajó en sus fantasías con seriedad y métodos germanos.
     Pero había nacido para escribir sus desdichas infantiles, adolescentes, adultas. Lo hizo con rabia y con genio, cosas que le sobraban.
     Todo Buenos Aires, por lo menos, leyó este libro. Los intelectuales interrumpieron los dry martinis para encoger los hombros y rezongar piadosamente que Arlt no sabía escribir. No sabía, es cierto, y desdeñaba el idioma de los mandarines: pero sí dominaba la lengua y los problemas de millones de argentinos, incapaces de comentarlo en artículos literarios, capaces de comprenderlo y sentirlo como amigo que acude —hosco, silencioso o cínico— en la hora de la angustia.
     Arlt nació y soportó la infancia en ese límite fijo que los estadígrafos de todos los gobiernos de este mundo llaman miseria-pobreza: soportó a un padre de sangre pura que le decía, a cada travesura mañana a las seis te voy a dar una paliza. Arlt trató de contarnos, y tal vez pudo hacerlo en su primera novela, los insomnios en que miraba la negrura de una pequeña ventana, viendo el anuncio de la mañana implacable
     Supe que leyó Dostoyevski en miserables ediciones argentinas de su época. Humillados y ofendidos, sin duda alguna. Después descubrió Rocambole y creyó. Era, literariamente, un asombroso semianalfabeto. Nunca plagió a nadie; robó sin darse cuenta.
     Sin embargo, yo persisto, era un genio. Y, antes del final, una observación: por si todavía quedan lombrosianos es justo decir que los huesos frontales del genio muestran una protuberancia en el entrecejo. En Roberto Arlt el rasgo era muy notable; yo no lo tengo.
     Y ahora, por desgracia, reaparece la palabra “desconcertante”. Pero, ya que está expuesta, vamos a mirarla de cerca. Corno viejos admiradores de Arlt, como antiguos charlatanes y discutidores, hemos comprobado que las objeciones de los más cultos sobre la obra de Roberto Arlt son difíciles de rebatir Ni siquiera el afán de ganar una polémica durante algunos minutos me permitió nunca decir que no a los numerosos cargos que tuve que escuchar y que sin embargo, curiosamente, nadie se atreve a publicar. Vamos a elegir los más contundentes, los más definitivos en apariencia:
     1) Roberto Arlt tradujo a Dostoyevski al lunfardo, La novela que integran Los siete /Locos y Los lanzallamas nació de Los demonios. No sólo el tema, sino también situaciones y personajes. Maria Timofoyevna Lebiádkikna, “la coja”, es fácil de reconocer, se llama aquí Hipólita, Stavroguin es reconstruido con el Astrólogo; y otros; el diablo, puntualmente se le aparece tantas veces a Erdosain como a Iván Karamázov.
     2) La obra de Arlt puede ser un ejemplo de carencia de autocrítica. De sus nueve cuentos recogidos en libro, este lector envidia dos: Las fieras, Ester Primavera y desprecia el resto.
     3) Su estilo es con frecuencia enemigo personal de la gramática.
     4) Las “Aguafuertes porteñas” son, en su mayoría, perfectamente desdeñables.
     Las objeciones siguen pero éstas son las principales y bastan.
     Los anteriores cuatro argumentos del abogado del diablo son, repetimos, irrebatibles. Seguimos profunda, definitivamente convencidos de que si algún habitante de estas humildes playas logró acercarse a la genialidad literaria, llevaba por nombre el de Roberto Arlt. No hemos podido nunca demostrarlo. Nos ha sido imposible abrir un libro suyo y dar a leer el capítulo o la página o la frase capaces de convencer al contradictor. Desarmados, hemos preferido creer que la suerte nos había provisto, por lo menos, de la facultad de la intuición literaria. Y este don no puede ser transmitido.
     Hablo de arte y de un gran, extraño artista. En este terreno, poco pueden moverse los gramáticos, los estetas, los profesores. O, mejor dicho, pueden moverse mucho pero no avanzar. El tema de Arlt era el del hombre desesperado, del hombre que sabe -o inventa- que sólo una delgada o invencible pared nos está separando a todos de la felicidad indudable, que comprende que “es inútil que progrese la ciencia sí continuamos manteniendo duro y agrio el corazón como era el de los seres humanos hace mil años”.
     Hablo de un escritor que comprendió cómo nadie la ciudad en que le tocó nacer. Más profundamente, quizá, que los que escribieron música y letra de tangos inmortales. Hablo de un novelista que será mucho mayor de aquí que pasen los años -a esta carta se puede apostar- y que, incomprensiblemente, es casi desconocido en el mundo.
     Dedicado a catequizar, distribuí libros de Roberto Arlt. Alguno fue devuelto después de haber señalado con lápiz, sin distracciones, todos los errores ortográficos, todos los torbellinos de la sintaxis. Quien cumplió la tarea tiene razón. Pero siempre hay compensaciones; no nos escribirá nunca nada equivalente a “La agonía del rufián melancólico”, o “El humillado” o a “Hafner cae”.
     No nos dirá nunca, de manera torpe, genial y convincente, que nacer significa la aceptación de un pacto monstruoso y que, sin embargo, estar vivo es la única verdadera maravilla posible. Y tampoco nos dirá que, absurdamente, más vale persistir.
     Y, en otro plano del arltismo: ¿quién nos va a reproducir la mejilla pensativa, el perfil desgraciado y cínico de Roberto Arlt en el sucio boliche bonaerense de Rio de Janeiro y Rivadavia, cuando se llamaba Erdosain?




En: Réquiem por Faulkner y otros artículos, Arca / Calicanto, 1976. De: Roberto Arlt. Prólogo a la edición italiana. Reproducido en Marcha, 28 de mayo de 1971. Foto: Jmp
Juan Carlos Onetti (Montevideo, Uruguay, 1 de julio de 1909 – Madrid, España, 30 de mayo de 1994).
Roberto Arlt (Buenos Aires, Argentina, 26 de abril de 1900 – 26 de julio de 1942).



Los textos forman parte de estudio en ejercicios de taller. - 

martes, 24 de octubre de 2017

John Berger, Cómo esperar en esta condición de olvido



CÓMO RESISTIR A UN ESTADO DE DESMEMORIA

     Hace unas semanas el cuadro Les femmes d’Alger, pintado por Picasso en 1955 (hace sesenta años), se vendió en Christie’s de Nueva York por la suma de 180 millones de dólares. Parte de la decisión de pintarlo fue inspirada por el deseo de anunciar su respaldo al pueblo argelino en su lucha y su guerra contra el colonialismo francés, que comenzara un año antes.
     Hoy es día de la Ascensión, cuarenta días después de la Pascua. Según los Evangelios, ése fue el día en que Cristo, como lo testimoniaron sus discípulos, ascendió por el aire hacia los cielos. Y en la tierra la gente quedó abandonada a su suerte.
     La semana pasada estuve dibujando, más que nada flores, motivado por una curiosidad que poco tiene que ver con la botánica o la estética. Me he estado preguntando si las formas naturales –un árbol, una nube, un río, una piedra, una flor– pueden mirarse y ser percibidas como mensajes.
Mensajes –no hace falta decir más– que nunca pueden verbalizarse, y que no están dirigidos particularmente a nosotros. ¿Es posible “leer” las apariencias naturales como textos?
     Para mí no hay nada místico en este ejercicio de dibujo. Es un ejercicio gestual cuyo propósito es responder a diferentes ritmos y formas de energía –que me gusta imaginar como textos de un lenguaje que no se nos ofreció para leer. Y no obstante, conforme trazo el texto me identifico físicamente con la cosa que estoy dibujando y con la inconmensurable lengua madre en que está escrita.
     En el orden global totalitario del capitalismo financiero especulativo en el que vivimos, los medios no dejan de bombardearnos con información, pero esta información es casi siempre una diversión planeada, que nos distrae la atención de lo que es cierto, esencial y urgente.
     Mucha de esa información tiene que ver con lo que alguna vez llamamos política, pero ahora la política fue subsumida por la dictadura global del capitalismo especulativo, con sus comerciantes y grupos bancarios de presión.
     Los políticos, tanto de derecha como de izquierda, continúan en sus debates, en sus votaciones, en la aprobación de resoluciones, como si no fuera así. El resultado es que su discurso no se refiere a nada. Es inconsecuente. Las palabras y los términos que utilizan y repiten –como terrorismo, democracia, flexibilidad– se vaciaron de cualquier significado. A lo ancho del mundo sus públicos siguen sus cabezas parlantes cual si atisbaran un interminable ejercicio escolar o una clase donde aprendieran retórica. Pura mierda.
     Otro capítulo de la información con la que nos bombardean se concentra en lo espectacular, en los eventos violentos y chocantes dondequiera que ocurran por el mundo. Asaltos, terremotos, embarcaciones capturadas, insurrecciones, masacres. Una vez mostrados cualquier espectáculo es reemplazado por otro. Casi no existen explicaciones pacientes ni seguimientos. Nos llegan como impactos, no como historias. Son el recordatorio de la impredictibilidad de lo que puede ocurrir. Demuestran los factores de riesgo en la vida.
     Añadamos a esto la práctica lingüística utilizada por los medios en su representación y descripción del mundo. Es muy cercana a la jerga y lógica de los expertos en administración y manejo. Cuantifica todo y casi no hace referencia a la sustancia o a la cualidad. Se ocupa de los porcentajes, de los virajes en las encuestas de opinión, de las cifras del desempleo, las tasas de crecimiento, las crecientes deudas, las estimaciones de dióxido de carbono, etcétera, etcétera. Es una voz que se siente a gusto con los dígitos pero nada tiene que ver con los cuerpos vivos, o con los que sufren. Y no habla ni de remordimientos ni de esperanzas.
     Entonces, lo que se dice públicamente y el modo en que se dice promueven una especie de amnesia cívica e histórica. La experiencia nos es arrebatada. Los horizontes del pasado y el futuro se borronean. Estamos siendo condicionados a vivir en un interminable e incierto presente, reducidos a ser ciudadanos en el Estado del Olvido.
     Mientras, lo que ocurre a nuestro alrededor va de mal en peor. El planeta se sobrecalienta. La riqueza del planeta está siendo concentrada en menos y menos manos, mientras la mayoría está mal alimentada, no encuentra sino comida chatarra o de plano pasa hambre. Más y más millones de personas están siendo forzadas a emigrar con ínfimas posibilidades de sobrevivir. Las condiciones laborales se tornan más y más inhumanas.
     Aquellos que están listos para protestar contra lo que ocurre hoy, o resistir ante esas fuerzas, son legión. Pero los medios políticos para hacerlo son por el momento poco claros o están ausentes. Necesitan tiempo para desarrollarse, así que hay que esperar. Pero cómo esperar en tales circunstancias. Cómo esperar en esta condición de olvido.
     Recordemos que el tiempo, como lo explicaron Einstein y otros físicos, no es lineal sino circular. Nuestras vidas no son puntos en una línea –una línea que hoy es amputada por la voracidad instantánea del orden capitalista global sin precedentes. No somos puntos en una línea, somos los centros de círculos.
     Tales círculos nos rodean con testamentos dirigidos a nosotros por nuestros predecesores desde la Edad de Piedra, y por textos que no se dirigen a nosotros pero que nosotros presenciamos. Son textos de la naturaleza, del universo, y nos recuerdan que la simetría coexiste con el caos, que el ingenio puede burlar las fatalidades, que lo que deseamos nos tranquiliza más que las promesas.
     Entonces, sostenidos por lo que heredamos del pasado y por lo que testimoniamos, tendremos el coraje para resistir y continuar resistiendo en circunstancias aún inimaginables. Aprenderemos a esperar en la solidaridad.
     Y al infinito seguiremos valorando que juremos y maldigamos en todas las lenguas que conocemos.



De: Confabulations, 2016. Traducción de Ramón Vera Herrera. Hay edición argentina: Confabulaciones, Interzona, 2017. Traducción: Marcos Mayer.

John Peter Berger (Londres, Inglaterra, 5 de noviembre de 1926 – Antony, Francia, 2 de enero de 2017). Foto: Jmp

martes, 17 de octubre de 2017

Raymond Carver, Mientras escribe



EL RASGUÑO

Me desperté con una mancha de sangre reseca pegoteada sobre uno de mis párpados.
Un arañazo, profundo, cruza transversalmente las arrugas de mi frente.
Sin embargo, últimamente, estuve durmiendo solo.
¿Por qué un hombre, incluso en un mal sueño, alzaría la propia mano para lastimarse la cara?

Esta mañana pretendo responder esta pregunta y otras similares,
mientras observo en silencio mi rostro que se refleja en los cristales de la ventana.


NATURALMENTE

Un claro entre las nubes.
El macizo perfil de las montañas azules que recortan el horizonte.
El amarillo seco de los rastrojos.
El río negrísimo.
¿Qué estoy haciendo en este lugar, solo y cargado de culpas?

Sigo comiendo las frambuesas de la fuente.
Sin hacerme problemas. Si estuviera muerto,
pienso, no podría saborearlas.
Nada es tan simple.
Sí, todo es así de simple. Naturalmente.


UNA TARDE

Mientras escribe, sin mirar el mar, siente entre sus dedos el temblor de su lapicera.
La marea se retira arrastrando pequeñas piedras, restos de vida marina.
Todo esto no tiene nada que ver, no, con el origen de su emoción. No.
Su corazón se acelera porque ella, en ese instante, ha decidido entrar completamente desnuda en la habitación.
Somnolienta, por un momento no puede imaginar dónde está.
Se dirige al baño. Sacude su pelo.
Se sienta en el inodoro con los ojos cerrados, la cabeza inclinada;
las piernas extendidas, abiertas.
No ha cerrado la puerta del baño, él puede verla.
Quizás, ella esté recordando lo que sucedió esa madrugada.
Porque después de un rato, abre un ojo y lo mira, y sonríe con mucha dulzura.



Revisando libretas encuentro estos poemas de RC. Seguramente versiones de una antología de Visor, Bajo una luz marina, o de alguna otra que realizó Esteban Moore o... Posiblemente los textos estén intervenidos, no lo sé, no lo recuerdo. Sea lo que sea, bien o mal, los comparto.
Raymond Carver (EEUU, 25 de mayo de 1938 – 2 de agosto de 1988). Foto: Jmp.

lunes, 16 de octubre de 2017

Pier Paolo Pasolini, Hay una única época en la vida del hombre



LAS HERMOSAS BANDERAS
(Fragmento)

La blancura del sol en todo
como un fantasma que la historia
aprieta contra los párpados
con un peso de mármoles barrocos o románicos...

He deseado mi soledad.
Por un proceso monstruoso
que tal vez solo podría revelar
un sueño soñado dentro de otro sueño...

Y, finalmente, estoy solo.
Perdido en el pasado
(pues hay una única época en la vida del hombre).

De golpe mis amigos poetas
que comparten conmigo la brutal blancura
de estos años sesenta,
hombres y mujeres, solo un poco mayores
o más jóvenes, están ahí, al sol.

No he sabido tener la gracia
necesaria para estimarlos –en la sombra de una vida
que se desarrolla demasiado apegada
a la acedía radical de mi alma–.



De: Poesía en forma de rosa (1961-1964), 1964. Fragmento de “Las bellas banderas”. Traducción de Martín López-Vega.

Pier Paolo Pasolini (Bolonia, Italia, 5 de marzo de 1922 – Ostia, 2 de noviembre de 1975). Foto: Jmp

domingo, 15 de octubre de 2017

Charly García, Alguien en el mundo



ALGUIEN EN EL MUNDO PIENSA EN MÍ
PRELUDIO

Ella: Y tal vez tu auto chocó la otra mañana
y recién extrañarás a tu pequeño perro
el día de su cumpleaños

Él: Yo tengo un gato

OBDULIO

¡Vamos!

     Yo sé que no soy culpable
yo sé que ahora soy feliz
yo sé que quería que alguien      (alguien en el mundo piense en mí)

     Yo sé que soy inbancable
yo sé que te hice reír
yo sé soy insoportable      (pero alguien en el mundo piensa en mí)

     Nada que hacer
nada que ver      (sólo vemos las películas negras, nena)

     Nada que hacer
nada que ver      (la vanguardia es Argentina)

… CHORUS

(Alguien en el mundo piensa en ti piensa en mí piensa en ti)

… CHORUS

     Yo sé que soy imbancable
yo sé que no soy feliz
yo sé que soy un amable traidor

(Alguien en el mundo piensa en ti piensa en ti)

(¡Bien por mí!)     Alguien en el mundo piensa en ti piensa en mí piensa en ti 

En esos días, por mis 13 y 14, mi querida madre me acomodaba la “melena” o las “lanas” (“Hay que ir prolijito, nene”) para ir por La Pesada o Pescado o Sui Generis.
Ey, yo, en este mundo, pienso en ti. (Yo sé que soy inbancable, yo sé que te hice reír, yo sé soy insoportable…)
En: Demasiado ego, vivo, 1999.
Charly García (Buenos Aires, 23 de octubre de 1951). Foto: Jmp. Madre & Charly.



jueves, 12 de octubre de 2017

Gabriella Musetti, Pasajes hibridados





los pasajes hibridados son los que aúnan las múltiples escabrosas
aberturas de toda vida, desde las dimensiones más íntimas y subjetivas
del amor, ensanchando cada vez más los círculos, hasta encontrar
distancias que no están en los lugares, temporalidades que se asoman
más allá del pasado, enlaces imperceptibles y radicales que conectan
entre sí a los individuos.

el tiempo y el extra tiempo, que algunos llaman muerte, casi
movimientos de próxima coincidencia.


passaggi ibridati sono quei passaggi che tengono insieme le molteplici
scabrose aperture di ogni singola vita, dalle dimensioni più intime e
soggettive dell’amore, allargando sempre più i cerchi, a incontrare
distanze che non sono nei luoghi, temporalità che si sporgono oltre il
passato, legami impercettibili e radicali che connettono singoli
individui.

il tempo e l’extratempo, che alcuni chiamano morte, quasi movimenti
di prossima coincidenza.



Pero cómo encarar la jornada
siguiente y aún aquella después
buscando en el espejo una respuesta
si en los ojos queda solo neblina

y círculos grises


Luminosos resplandecían
los pasos en la arena de Cerdeña
o el vuelo de los pájaros allá en la llanura
desbordaba el agua de los campos de arroz

para perderse entre los álamos
cuando sobre los techos de la ciudad rojiza
se detenía un aliento de viento                Pero luego
¿quién garantiza el éxito?


La vida siempre es igual      toma y da poco
sin medida alguna         Este
amor que vuelve inesperado
se renueva clandestino para nosotros
solo es ganancia
es bendición

para conservarlo verdaderoentero


Ma come affronti la giornata
seguente e quella dopo ancora
cercando nello specchio una risposta
se dentro gli occhi resta solo nebbia

e cerchi grigi


Luminosi risplendevano
i passi sulla sabbia di Sardegna
o il volo degli uccelli là in pianura
sconfinava con l’acqua di risaie

a perdersi tra filari di pioppi
quando sui tetti della città rossastra
s’arrestava un alito di vento      Ma poi
chi garantisce la riuscita?

La vita è sempre uguale      prende e poco dà
senza misura alcuna Questo
amore che torna inaspettato
si rinnova clandestino per noi
solo è guadagno
è benedizione

da conservare verointero




Gabriella Musetti (Génova, Italia). Reside en Trieste. Foto: Jmp

miércoles, 11 de octubre de 2017

Christian Kupchik, Dos poemas parharoldo conti


ISLAS

dos poemas parharoldo conti

  1. SUDESTE

el corazón de las tinieblas es verde.
el río es el tiempo.
el atardecer bajando como un ladrón
sorprendía con ocres gastados
un silencio de cigarrillos húmedos,
sólo interrumpido
por el lamento rutinario de algún bayo,
o el grito herido de una gallineta de monte.
en el canal                                  a lo lejos
roncaba una laucha almacenera.
el río es esta ancha y vasta soledad
          este cielo
          este aire
y las islas sumidas en esa bruma infinita.

mañana será otra vez
los golpes de los remos alargando el sopor,
extendiendo un fastidio progresivo
de vagabundaje por el hastío
          será otra vez
la vieja y su lucha en los juncales
          será otra vez
la mirada triste o absurda de los peces
          será otra vez
la muerte del aleluya repitiéndose
por siempre desde el cuarentayocho,
alguna borrachera con caña quemada…
mañana será otra vez
la esperanza de un barco.

el sudeste silbó despacio
enroscándose en los huesos del río.

la vieja
          apagó el farol.


  1. DESDE LAS VÍAS

el otro cambio, los que se fueron
litto nebbia

levanto la cabeza y respiro
hondo                     hundo
la cabeza en el áspero aliento
                              del río.
hay luces por todas partes
                              que sólo sirven para confundir
aquí                        entre estas latas
donde las casillas oscilan como globos
y las ventanas de los trenes
                               puntean velozmente la penumbra…
la cabina de señales
                               cabecea igual que una chata arenera
al fondo
                               el lívido resplandor de un verano
                               se desvanece con el día
y más atrás aún
tiemblan                  se encogen
los focos empañados de automóviles
                               que bailotean como un tropel de mástiles
las grúas de las dársenas
                               y por encima de todo
la chimenea de una usina
                               se elevan sobre la mugrienta
                               claridad del amanecer.

la vida
reducida a un punto sanguinolento
una galleta               un vino
una interminable hilera de camiones,
una tarde en las vías abandonadas…

-y allá mi cabeza,
a reunirse con los que se fueron-

las villas todavía están
                                envueltas en la niebla naranja
y aquello parece
                                el comienzo de los tiempos.

la propia llama del calentador
se opaca                   destiñe.
mi madre y las cosas
aparecen cubiertas de ceniza.


En: Jonás y los sueños diurnos, Corregidor, 1983.

Christian Kupchik (Buenos Aires, 25 de diciembre de 1954). Foto: Jmp