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lunes, 30 de octubre de 2017

Ezequiel Martínez Estrada, La de siempre, la desconocida



ALGUNAS COPLAS DE CIEGO

I
Qué maravillas sencillas
de amor y de inteligencia
las flores y las semillas.


II
Si sigues tan distraído
vas a llegar a la muerte
sin saber que estás dormido.


VI
Dijo lao Tsé a un iniciado
que anduvo leguas por verlo:
Si me buscas, me has hallado.


XIV
Siempre igual la historia:
La noria y la noche,
la noche y la noria.

XVII
¡Cuántos siglos y qué fina
sabiduría ha empleado
para formarse, la espina.


XXIV
Se acostumbró a la lectura
como antaño los guerreros
a vivir con la armadura.


XXIX
Dijo el gusano a la rosa:
Anoche soñé que estabas
por volverte mariposa.


XXX
Se querían tanto
que daba tristeza
mirarlos.


XXXVII
Ningún maestro de escuela
podrá explicarte jamás
el olor de la canela.


XLIX
Después de resucitar
a una niña recién muerta,
fue a caminar y a llorar
por una calle desierta.


LI
Lo que no puedo expresar
por recóndito y profundo
me es muy fácil de cantar.


LVI
Tengo una pena muy grande;
cuando la quiero escribir
se me hace tinta la sangre.


LXIII
Se despertó de repente
y se asombró al encontrarse
viviendo, sencillamente.


LXXXIX
Van de la mano;
él por la montaña,
ella por el llano.


CII

Te miro dormida;
eres la de siempre,
la desconocida.



En recorte diario Tiempo Argentino, Suplemento Cultura, domingo 28 de agosto de 2011
De: Coplas de ciego. Edición completa, Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca, 2011.
Ezequiel Martínez Estrada (San José de la Esquina, Santa Fe, Argentina, 14 de septiembre de 1895 – Bahía Blanca, 4 de noviembre de 1964). Foto: Jmp


“(…) Coplas de ciego consta de 156 poemas brevísimos, de dos, tres o cuatro versos, pero que, como señala Burgos en el estudio preliminar, “la mayoría no son coplas. Mayoritariamente se trata de tréboles que, como el nombre indica, los conforman tres versos octosílabos que riman el 1º con el 3º, quedando suelto el 2º”. Las “coplas de ciego” se identifican con “las coplas de los ciegos ambulantes que, todavía a principios de la década de 1950, trajinaban los caminos de las aldeas y pueblos de España –explica Burgos–, desgranando historias pasionales y truculentas, con voces plañideras y el acompañamiento de algún instrumento basto y desafinado, guiados por un lazarillo que vendía las coplas impresas que ellos cantaban”. El resultado es una lírica sublime, a mitad de camino entre el carácter narrativo del minicuento, la poesía cerebral del aforismo, la potencia imaginaria del haiku y el contenido sapiencial de la sentencia. Todo ello en el ápice de la sencillez, en un cruce sorprendente de lo mínimo y lo grandioso, de lo leve y lo hondo. Estos versos se emparentan, además, con los aforismos de Voces de Antonio Porchia, a quien Martínez Estrada dedicó la primera edición de sus Coplas de ciego. (…)” Jorge Dubatti

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