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martes, 30 de septiembre de 2014

Néstor Groppa, que el tiempo de mirar sea por mucho con nosotros



LA VÍSPERA DE LOS VIERNES

Vísperas son
de casamientos, bailes
y bailongos.
La extensa mariposa de la noche
aletea, golpea ya;
todos corren a sus sitios
a las piezas, bajo las hojas,
en los livings de los hoteles,
a la luz, a las cornisas,
al lentísimo amanecer
del mundo
como un viejo atrio lleno
de pólenes y pájaros
donde habremos de libar otra
nueva víspera.
Vísperas del sábado inglés.
Una vieja arboleda de sábados,
derrumbada y perenne 
nos sostiene:  

que el tiempo de mirar
sea por mucho con nosotros.


De: “Anuarios del tiempo V”, 2003. En: “Anuarios del tiempo. Selección”, Ediciones del Dock, 2012.-
Néstor Groppa (Córdoba, 1928 – Jujuy, 2011).-

Foto: Néstor Groppa en FB.-

lunes, 29 de septiembre de 2014

Olga Orozco, Déjame tu sonrisa a manera de perpetua guardiana, Berenice





Canto II

No estabas en mi umbral
ni yo salí a buscarte para colmar los huecos que fragua la nostalgia
y que presagian niños o animales hechos con la sustancia de la frustración.
Viniste paso a paso por los aires,
pequeña equilibrista en el tablón flotante sobre un foso de lobos
enmascarado por los andrajos radiantes de febrero.
Venías condesándote desde la encandilada transparencia,
probándote otros cuerpos como fantasmas al revés,
como anticipaciones de tu eléctrica envoltura
—el erizo de niebla,
el globo de lustrosos vilanos encendidos,
la piedra imán que absorbe su fatal alimento,
la ráfaga emplumada que gira y se detiene alrededor de un ascua,
en torno de un temblor—.
Y ya habías aparecido en este mundo,
intacta en tu negrura inmaculada desde la cara hasta la cola,
más prodigiosa aún que el gato de Cheshire,
con tu porción de vida como una perla roja brillando entre los dientes.



Canto III

Quiero pensar que no eras la cría repudiada,
hija de gato errante y de gata cautiva
—la pareja precaria, victoriosa en la ley de un solo acoplamiento
y sumisa al decreto de algún Malthus tardío que impera en el desván—.
Puedo creer que no eras trofeo ni residuo
arrojado al azar desde lo alto de la roca,
ni yo la tejedora que detiene con redes milagrosas el vuelo o la caída.
Algo más que piedad, que providencia y desatino
erigió nuestra carpa invulnerable entre las carcomidas fundaciones.
Algo que comenzamos a saber entre un plato de leche
y huesos, sólo huesos de desapariciones, tan duros de roer.



Canto VIII

¿Y qué viniste a ser en esta arca impar
donde también “conmigo mi raza se termina”?
Tú, tan semejante a la naturaleza en tu inminente salto
replegado en la jungla del instinto.
¿La gata de las mieses,
cautiva entre las ruedas del oscuro solsticio
que muelen hasta el último espíritu del grano?
¿La Perséfona estéril,
arrebatada por la huida del sol a los negros recintos
donde el polvo tapia las puertas y traba los cerrojos?
Si ese fue tu reverso,
¿por qué no te arrojaste de cara a los tejados de la primavera?
No hubo ninguna antorcha de rescate por ti,
ni chispas que propiciaran tu división en la progenie.
Jugaste en una vez, con los dados en blanco,
el principio y el fin de tu aventura.
Ganaste a mala luna el gato mutilado
que se pudrió al caer, noche tras noche, por el desagüe de tu sueño,
y te quedaste a solas, sin saber, en el alba del celo
—el enjambre furioso, la vibración que atruena—,
interrogando en vano a un hueso ambiguo,
a una indescifrable cabeza de pescado,
a un hermético claustro de semillas,
por si en ellos estaba el aguijón y la respuesta,
por si acaso sabían.



Canto XIII

Se descolgó el silencio,
sus atroces membranas desplegadas como las de un murciélago anterior al diluvio,
su canto como el cuervo de la negación.
Tu boca ya no acierta su alimento.
Se te desencajaron las mandíbulas
igual que las mitades de una cápsula inepta para encerrar la almendra del destino.
Tu lengua es el Sahara retraído en penumbra.
Tus ojos no interrogan las vanas ecuaciones de cosas y de rostros.
Dejaron de copiar con lentejuelas amarillas los fugaces modelos de este mundo.
Son apenas dos pozos de opalina hasta el fin donde se ahoga el tiempo.
Tu cuerpo es una rígida armadura sin nadie,
sin más peso que la luz que lo borra y lo amortaja en lágrimas.
Tus uñas desasidas de la inasible salvación
recorren desgarradoramente el reverso impensable,
el cordaje de un éxodo infinito en su acorde final.
Tu piel es una mancha de carbón sofocado que atraviesa la estera de los días.
Tu muerte fue tan solo un pequeño rumor de mata que se arranca
y después ya no estabas.
Te desertó la tarde;
te arrojó como escoria a la otra orilla,
debajo de una mesa innominada, muda, extrañamente impenetrable,
allí junto a los desamparados desperdicios,
los torpes inventarios de una casa que rueda hacia el poniente,
que oscila, que se cae,
que se convierte en nube.



Canto XVII

Aunque se borren todos nuestros rastros igual que las bujías en el amanecer
y no puedas recordar hacia atrás, como la Reina Blanca,
déjame en el aire tu sonrisa.
Tal vez seas ahora tan inmensa como todos mis muertos
y cubras con tu piel noche tras noche la desbordada noche del adiós:
un ojo en Achernar, el otro en Sirio,
las orejas pegadas al muro ensordecedor de otros planetas,
tu inabarcable cuerpo sumergido en su hirviente ablución,
en su Jordán de estrellas.
Tal vez sea imposible mi cabeza, ni un vacío mi voz,
algo menos que harapos de un idioma irrisorio mis palabras.
Pero déjame en el aire la sonrisa:
la leve vibración que ahogue un trozo de este cristal de ausencia,
la pequeña vigilia tatuada en llama viva en un rincón,
una tierna señal que horade una por una las hojas de este duro calendario de nieve.
Déjame tu sonrisa
a manera de perpetua guardiana,
Berenice.

De: “Cantos a Berenice” (1977). En: “Antología poética”, FNA, 1996.-
Olga Orozco (La Pampa, 1920-1999).-
Foto: “Mishi Ma, mi gata”, JMP.-

sábado, 27 de septiembre de 2014

Silvia Castro, mis derechos de autor se acaban en la superficie del agua




ARTE POÉTICA

Mis derechos de autor se acaban en la superficie del agua.
Ella se escurre.

Lo que queda del texto retratado:
música de cámara.

La fotografía no existe,
es mujer muerta de parto,
y la poesía es su réquiem.

Del Taj Mahal,
la piscina que lo duplica, su sonido.
Y la niebla, que empaña la lente.



FOTOS EN ESCALA

la bruja que barre las líneas de Nazca
sabe que el mal de altura
no es esa paja que vuela
sino la tierra
que nunca se acaba



LAICA

yo tengo una perra con un solo ojo
como la de Cartier Bresson

ella no captura el instante
sino la mitad

por ejemplo
tus manos en alto
se vuelven una sola
que muestra la palma

yo te apunto con mi Laica.

ella le ladra al futuro que pasa por tu mano

es un viaje del azar que no se detiene con Dios

tu mano se ha vuelto inmortal
y yo vivo en la mitad de tu vida

estás detenido en el espacio

Laica te mira a través de la burbuja de vidrio


vamos a casa
te dice
no todos los perros van al cielo

la burbuja brilla como la aureola de un santo
pero es sólo casualidad
no se puede rezar con una mano sola



Silvia Castro (Río Negro, 1968).
De “Isondú”, libro inédito de próxima aparición en “El Suri Porfiado”.

Foto: SC en FB. 

sábado, 20 de septiembre de 2014

Jorge Eduardo Eielson, Existirá una máquina purísima


MUTATIS MUTANDIS


1

Existirá una máquina purísima
copia perfecta de sí misma
y tendrá mil ojos verdes
y mil labios escarlata
no servirá para nada
pero tendrá tu nombre
Oh eternidad


2

cifra sin fin cifra sin
fin cifra que nunca
principia
cantidad esplendente
cero encendido
dime tú por qué
dime dónde cuándo cómo
cuál es el hilo ciego
que se quema entre mis dedos
y por qué los cielos claros
y mis ojos cerrados
y por qué la arena toda
bajo mi calzado
y por qué entre rayos sólo
entre rayos me despierto
entre rayos me acuesto


3

oh laberinto
diamantes en marcha
electricidad que canta
en sus altos divinos cilindros
qué lejos ya mi corazón
mis intestinos y mi voz todo
misteriosamente dispuesto en cúpulas
iguales como las estaciones
o el manto de las horas
todo en busca
de esplendores que no llegan
de evaporados mundos
de lejanas y altas velocidades
que no perdonan


4

igual a la luz
más tus ojos
como yo o como tú
pero encendido
jardín de plumas que no existe
luz de nada
aire y tierra sin fronteras
agua y fuego confundidos
semejante a cuanto adoro
pero nada
semejante a tu mirada ciertamente
semejante a centenares
de millares de millones
de manzanas
pero en llamas


5

porque tu cuerpo es de tierra
y mi cuerpo es de tierra
de qué sirve la tierra sin tu cuerpo
de qué sirve la tierra sin mi cuerpo
de qué sirve tu cuerpo sin mi cuerpo
y mi cuerpo y tu cuerpo de qué sirven
si tu cuerpo y mi cuerpo son de tierra
tierra más tierra nuestros hijos
tierra con redondez la tierra
y todo lo que existe sobre la tierra
tierra tierra tierra tierra


6

pura astronave brilla siempre
como una simple lámpara de aceite
que ya se siente sola
y sin familia
en el terrible espacio
entre tanto cielo ciego
que no cesa
y tanto abismo centelleante
que no se abre


7

de inexplicable cristal
que respira
quisiera ser de nylon
de celophan de acero
de sonrientes materias
que no mueren
no soy en cambio
sino de carne y hueso
juguete pálido del jazz
y de las horas
miserable volumen
que padece


8

de noche
de rodillas
solo de noche
de noche sólo
de verde tú
yo de rojo
de rodillas
en la noche
de tanto verte
y no tenerte
o de tenerte
y ya no verte
ni de rodillas
ni tú de verde
ni yo de rojo


9

nada
sino una masa clara
de millones y millones de kilos
de plomo de plata de nada
vacío y peso y vacío nuevamente
nada de plomo plomo en la nada
nada de plata plata en la nada
nada de nada nada en la nada
nada
sino la luna
la nada
y la nada nuevamente


10

escribo algo
algo todavía
algo más aún
añado palabras pájaros
hojas secas viento
borro palabras nuevamente
borro pájaros hojas secas viento
escribo algo todavía
vuelvo a añadir palabras
palabras otra vez
palabras aún
además pájaros hojas secas viento
borro palabras nuevamente
borro pájaros hojas secas viento
borro todo por fin
no escribo nada


En: “Poesía escrita, 1944-1960”. Incluye: Mutatis mutandis (1954).
Jorge Eduardo Eielson (Lima, Perú, 1924 – Milán, Italia, 2006).

Foto: Jorge Eduardo Eielson, s/n.-

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Jorge Ariel Madrazo, todo parece hundirse en el gran lago




SI ESTALLA O EXPLOTA…


SI estalla o explota en el
encéfalo rival
el derechazo de aquel negro
(víctima pasiva de los puños del campeón)
Y el campeón trastabilla, bamboléase, se
aferra
interroga al reloj donde
trotan los segundos
que restan para el round

Si todo parece hundirse en el gran lago
de las hojas del río de la muerte
y los reyes de la noche cantan a la amada
bajo los balcones
de la extremaunción
Cuando todos a tu alrededor
vigilan si respiras aún

En ese instante
te engaña la fiebre
crees ver a tu país amamantando sus
pródigos hijos
celebrando los logros de
una frutal
comunidad

Verás a tu mujer
feliz y resurrecta

velando tu desvelo
cerrándote los ojos

que miran a
ninguna parte.



En: “Lo invisible”, Ediciones Lamás Médula 2014.-
Jorge Ariel Madrazo (Buenos Aires, 1931).-

Foto: City Bell, 2009. Norma Etcheverry, José María Pallaoro y Jorge Ariel Madrazo. 
Archivo de la talita dorada. 

martes, 16 de septiembre de 2014

José Larralde, nadie salió a despedirme cuando me fui de la estancia

 
COSAS QUE PASAN

Nadie salió a despedirme cuando me fui de la Estancia,
Solamente el 'Ovejero', un perro... cosas que pasan.
El asunto, una zonzera, un simple cambio de palabras
y el olvido de un mocoso del que puedo ser su tata.

Y yo, que no aguanto pulgas a pesar de mi inorancia
ya, nomás, pedí las cuentas sin importarme de nada.
No hubiera pasado esto si el padre no se marchara,
pero los patrones mueren y despues los hijos mandan.

Y hasta parece mentira, pero es cosa señalada, que
de una sangre pareja salga la cria cambiada.
Los treinta años al servicio pal mozo no fueron nada,
se olvidó de mil cosas buenas por una que salió mala.

Yo me había aquerenciao, nunca conocí otra casa.
¡Que apegao a las costumbres me hallaba en aquella Estancia!.
Si hasta parece mentira, mocoso sin sombra de barba
que de gurisito andaba prendido de mis bombachas.

Por él le quité a unos teros dos pichoncitos, ¡malhaya!,
y otra vez, nunca había bajao un nido y por él gatié las ramas.
Cuando ya se hizo muchacho, yo le amansé el 'Malacara'
y se lo entregué de riendas pa que él sólo lo enfrenara.

Tenía un lazo trensao que gané en una domada,
pal santo se lo osequié ya que siempre lo admiraba.
Y la única vez que el patrón me pegó una levantada,
fue por cargarme las culpas que a él le habrían sido caras.

¡Zonceras!...cosas del campo, la tranquera mal cerrada
y el terneraje de plantel que se sale de las casas
y eso, pal finao patrón, era cosa delicada.
Y bueno, pa que acordarme de una época pasada,
me dije pa mis adentros, todo eso no vale nada.

Sin mirarnos, arreglamos, metí en el cinto la plata;
le estiré, pa despedirme, mi mano pa que apretara
y me la dejó tendida, cosa que yo no esperaba.
Porque ese mozo no sabe si un día, de hacerle falta...

Tranqueando me fui hasta el catre, alcé un atao que dejara
y me rumbié pal palenque echandome atrás el ala.
Ensillé, gané el camino, pegué la última mirada al monte,
al galpón, los bretes, el molino, las aguadas...

De arriba abrí la tranquera, eché el pañuelo a la espalda;
por costumbre, prendí un negro, talonié mi moro Pampa
y ya me largué al galope, chiflando como si nada.
Nadie salió a despedirme cuando salí de la Estancia,
solamente el 'Ovejero', un perro...cosas que pasan.


Relato criollo de don Víctor Abel Jiménez (Arbolito, Coronel Vidal, 9 de enero de 1922 – 
Mar del Plata, 30 de septiembre de 2008).-
José Larralde (Huanguelén, Provincia de Buenos Aires, 22 de octubre de 1937).-


lunes, 15 de septiembre de 2014

Rafael Vásquez, tres poemas inéditos


LA  BALDOSA

Una baldosa en la vereda.
Con un nombre.
Nombre que alguna vez fue un cuerpo
tendido en ese sitio. O en la calle.
O donde no se vio.
¿Antes no sucedía?
O si ocurría
el luto se llevaba en otra forma.
Pero vino la noche
que se trajo la muerte subrepticia,
la muerte diferente.
Y después otra gente que no supo
cuidar un arma sin soltar los demonios.
Y también la memoria.
Sin la cautela de la despedida.
Sin el silencio que la alimentara.
Una memoria de decir el nombre,
de hurgar la trampa, de vencer el miedo.
De buscar la justicia.
Ahora
cuando camino la ciudad me cruzo
con algún dato expuesto,
fecha y algún detalle solitario.
Una baldosa.
No es hora de callar pero acongoja.


AQUÍ  ESTAMOS

Hay distintas formas
de que la poesía se quede entre nosotros.
A veces basta con insistir.
Otras veces necesitamos
que la palabra nos siga, nos alcance, nos hable
de aquello que debíamos volver a escuchar.
Pero cada camino es individual
y en algún momento lo supimos.
¿Por qué entonces la escritura
sigue siendo esa botella al mar que a veces vuelve
en otras manos?
Una pregunta apenas.
O una respuesta que no encontramos nunca.
Escribir no es más fácil que callar.
Pero no sólo el silencio sabe compartirse.
Y aquí estamos.


EL MOVIMIENTO

El movimiento.
Más que el retrato vivo,
la apostura si cabe,
la mirada y la voz: el movimiento.
Allí es donde se nota la vejez.
Aun no nos tiembla el paso
pero es lento,
como una duda enfrente
de un cruce de caminos.
Los escalones pesan, precavidos,
y el pasamanos nunca se desecha.
El movimiento
no se atreve a soltarnos,
nos ubica en el tiempo de la vida,
finalmente nos deja.



Rafael Vásquez (Buenos Aires, 1930).-

Foto: Archivo de la talita dorada.-

viernes, 12 de septiembre de 2014

Horacio Fiebelkorn, escribir un poema sobre Lisboa


CUANDO ME EMPIECE A ABURRIR…

Cuando me empiece a aburrir, anunciaré en voz alta
mi intención de escribir un poema sobre Lisboa
para lo cual viajaré, naturalmente, a Lisboa.
Juntaré el dinero necesario, tomaré el avión
y tras el vuelo de rigor, comenzará mi paseo
por esa ciudad. Caminaré por sus calles y escalinatas
veré de lejos los cargueros que atraviesan el Tajo,
tomaré café, me emborracharé en algún bar de algún barrio,
cometeré algún pecado carnal. Luego voy a perder
mi dinero, y la lluvia me sorprenderá sin paraguas.
Quedaré extraviado, y perderé los documentos.
Después me internarán, darán aviso al consulado,
me pondrán en un avión de regreso a casa
y no habré escrito ningún poema sobre Lisboa.


Poema inédito, septiembre de 2014.
Horacio Fiebelkorn (La Plata, 1958).

Foto: HF en FB. 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Joaquín Giannuzzi, todos los que lo amaban estaban allí



FRANZ KAFKA EN EL SANATORIO

El mundo parecía en orden fuera de su cabeza,
el cuarto del sanatorio, la vana imprecación
de las pócimas, el vaso con flores desoladas.
El médico, de pronto, se volvió absurdo
al insistir mecánicamente hacia su pecho
buscando un latido perdido, un lenguaje en la oscuridad.
Entonces lo apartó con una cólera triste,
la sombría fatiga que siempre había ordenado
ademanes tan delicados para amparar su destierro.
Todos los que lo amaban estaban allí
moviéndose detrás de la puerta
o precipitándose en oleadas hacia el remoto rostro
parloteando preguntas sin salida,
en el mejor estilo judío.
Pero allí se limitaba el mundo
a encarnar los intensos silogismos de sus textos
y al mismo tiempo confirmaba su poesía
en un código monótono y fragmentario de marionetas.
Toda esa agitación ¿quién la necesitaba
sino la voracidad de vivir al precio de cualquier vergüenza?
Un moribundo muy especial, hermoso como un condenado,
quizás con abundantes pruebas acerca de lo secreto,
desapareciendo, contra toda lógica, en un cuerpo pequeño.



MI HIJA SE VISTE Y SALE

El perfume nocturno instala su cuerpo
en una segunda perfección de lo natural.
Por la gracia de su vida
la noche comienza y el cuarto iluminado
es una palpitación de joven felino.
Ahora se pone el vestido
con una fe que no puedo imaginar
y un susurro de seda la recorre hasta los pies.
Entonces gira
sobre el eje del espejo, sometida
a la contemplación de un presente absoluto.
Un dulce desorden se inmoviliza en torno
hasta que un chasquido de pulseras al cerrarse
anuncia que todas mis opciones están resueltas.
Ella sale del cuarto, ingresa
a una víspera de música incesante
y todo lo que yo no soy la acompaña.



EPIGRAMA

La mosca se ha posado en el borde del plato
para lavarse las manos a orillas de mi sopa dorada.
En circunstancias como estas
lo mejor es disponer de una conciencia neutra.
Después se frota las manos con íntima complacencia
y tras una desaparición instantánea
abandona un puntito oscuro en la loza blanca.
El mundo está en orden en las inmediaciones.
Cada cosa persiste en su convicción. De modo
que la mosca no ha sido enjuiciada. Y en mi asco
cabe todo su posible paraíso.



En: “Obra poética”, Emecé, 2000.

Joaquín Giannuzzi (Buenos Aires, 1924 – Salta, 2004).

lunes, 8 de septiembre de 2014

Jorge Aulicino, demasiado animal para sostenerse en el poema


PAISAJE CON AUTOR

Vivió una escenografía de libros abandonados,
un televisor encendido después de la transmisión
y cigarrillos sin terminar.
Procuraba mirar de frente los objetos:
las roturas del asfalto o las plantas de un acuario.
Pensó en los objetos, soñó con objetos,
vivió rodeado de objetos sin traducción.
El mal y el bien no parecen distintos detrás
de un vidrio tan nítido.
Ahora piensa que el mundo está arreglado
de acuerdo con ciertos propósitos.
Y más allá de ellos los objetos se destiñen sin objeto.
El mundo se rinde de esta manera y uno sonríe
sin entender en qué consiste el triunfo,
mientras el sol brilla sobre una botella en los techos
o escucha los trenes o la lluvia
que vuelve a caer donde había caído y agrega
hongos, óxido, humedad, ciertos olores
a un paisaje que sin embargo no termina de explicarse. 


AUSENCIA DE UN CARANCHO

Lo digo ahora que pasó el verano: aquel carancho
no logró establecer ninguna relación particular 
con la noche, mientras gritaba sobrevolando la casa en el campo.
No podía esperarse que nada dependiera de su vuelo ciego.
Lo ignoraron las tejas, el molino y sobre todo los durmientes de la casa.
La carretera, la lechuza cazadora, la lámpara ahumada del cuarto,
tuvieron entre sí extrañas relaciones
a las que fue completamente ajeno el carancho.
He pensado largamente en sus alas
plateadas por la luna y en los piojos que le comen la barriga
y no produjo una sola idea digna de ser tenida en cuenta.
Ni piedad su exilio, ni irritación el recuerdo de su grito agudo y ciego.

El carancho no se propuso como aviso de un límite,
no tiene dignidad de águila, es demasiado
animal para sostenerse en el poema.
La noche no fracasó por el carancho, ni siquiera fue un aguafiestas.
Es imposible una relación con el sinsentido del carancho.
Y así debería se el poema, como el vuelo y el grito del carancho.


COLORISTAS

Hay en ese bosque de Cézanne
la impresión de que ese bosque no está
ni estuvo.
No porque sea sueño, trama de sueños,
sino porque ha sido pintado en parte 
en una tela,
en parte en la nada y, en gran parte, 
en el lugar donde vimos un bosque.


ZEN

El maestro vio caer en el polvo
sus últimas muelas.
"Eran inútiles -se dijo-; con ellas
no podía morder ya el freno del olvido.
Ahora caerán sombras sobre las colinas de mi infancia.
La noche ocupará justamente su lugar.
Estoy en mi senda".
El maestro esperó que sus muelas fueran
cubiertas por el polvo día tras día.
"La noche llega" se dijo,
"como una tormenta de tierra."
Entonces vio cuervos descendiendo sobre el camino.
Oyó trenes en la aldea cercana.
"Todavía me quedan los ojos, los oídos", se dijo con pena.
Presa del error, cayó en la noche.
"No estoy a gusto: estoy en mi senda.",
dijo, antes que lo tragara el final.


ROSEBUD

Es decir estuvo lo suficientemente solo bajo la rama de un arce.
Levantó los ojos, los bajó, con infinita insistencia. Se privó de todo.
Y cuando levantaba la vista veía: el arce
-una palabra-; humo, una nube amarilla.
Y cuando bajaba la vista veía una mata de pasto aplastada
donde habitaban unas moscas grises.
El hecho finalizó hacia la primavera de 1956.
Cuando presentó su experiencia a los mayores,
ellos entendieron que el chico volvía de la guerra de guerrillas,
porque en realidad no dijo una palabra.
"Este chico hablará el día del Juicio", dijo la abuela, pero se equivocaba.
Aquella permanencia bajo el arce -una palabra-
había sumido al chico en esta reflexión:
"Tengo la potestad de irme de las palabras,
lo que significa lisa y llanamente irme.
Y, de permanecer bajo el arce -una palabra-
no puedo decir nada, puesto que soy un chico bajo el arce".

No había que entender que aquello significara nada.
Excepto que el chico estaba bajo el arce, definitivamente
perdido para los significantes,
en una eternidad que carecía de sentido.


EL OJO DEL HURACÁN

Mis amigos encienden una lámpara
para que hable por teléfono.
Cuatrocientos kilómetros de línea
nos unen o separan.
La ciudad se cae a pedazos
y no te veo.
Sólo veo una lámpara y pequeños insectos.



De “Paisaje con autor” (1988). En “La poesía era un bello país”, 
Antología 1974-1999, Libros de Tierra Firme, 2000.-
Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949).

Foto: JA en FB. 

sábado, 6 de septiembre de 2014

Jorge Isaías, selección de lluvia de marzo


2

Ante esta lluvia
que arrincona pájaros
qué puede uno hacer
sino mirar
por la ventana de vidrios
empañados
cómo el silencio
de la madrugada
pasea su orondez
sin más remilgo
que el del pinar
sobrecogido
como quieto monje
cargado de paciencia.

                                   
3

Nadie sucumbe
en un marzo
entero
como hoy.
Lo que sucumbe
es el sueño
porque la lluvia golpea
con sus mil patitas,
sobre el techo
de un cinc paciente y entregado.
Nadie se mueve hoy
porque al escampar veremos
las hojitas nuevas
verdes
estallantes
moviéndose en busca
del sol que nacerá de nuevo.
                                              

5

En la cornisa
de marzo
silencia el mar
sus arrebatos
en esa playa sucia
donde una botella rota
espera inútilmente
la visita de las algas
hasta que el sol
se filtre
por esos vidrios
que nos protegieron
de aquella madrugada
que la arena sepultó
     
                                   
6

Ya no entraremos
a las ciudades
con la paciencia
ardiente.

Ya no asaltaremos
ni la ilusión
ni el cielo.

Apenas viviremos
atados a ese recuerdo
niño
que sólo se agiganta
en la memoria.

                                  
8

Un ardiente sol
cae en la tarde
rueda
como una naranja
por las calles
captura sombras
papeles sucios
marquilla de cigarros
un ronco amor
que llora de rodillas
                            

9

Un tero salta
con un grito
en la mañana
de marzo
un hornerito
llama a su compañera
y le pide atención
una gaviota blanca
se clava en la altura
celeste
un vientito fresco
arrea
vilanos de cardos
en flor
y los va dejando
sobre el campo verde
verde
que traga mariposas
blancas.


13

En una
memoria quieta
nadie
podrá decir
que sucumbió
de paz.
Cuando alguien
siempre
por cualquier
motivo
se iba para siempre


22

Un árbol
instaura
dolores quietos
en la noche.
Un ocio
arrodillado
ínsito
como si fuera
la luz
de un dios
en la miseria
de una mujer
enceguecida
por la gracia.


38

Cuando ardían
los veranos
en los atardeceres
únicos
demenciales de entonces
como el aire
que no dejaba
de partir un día
detrás de aquellos pinos
que pararon las
                       tormentas
como un dolor
que refulgía en el aire
cuando la mañana
era un borrador
de la soledad
que desaparecía
entre hierbas
como no nacía
de mí.


41

En un amarillo
fervor
del verano
en donde nadie
encendía las lámparas
porque un esplendor
decidía por ese ardor
por esa pena
que de rodillas
caía
como un medallón
detenido en el tiempo.


42

Eran astucias
que en otro
tiempo
esgrimíamos.
Eran figuraciones
muy lentas
donde dejé mi rumor.

Como ese amigo
lejano
que nos dejó
de escribir.


51

Como esas
piedrecitas
que pulieron
las aguas
de ese río
como esa sensación
ardida
entre el rencor
y la distancia
que no nos
acercó.


56

En la enredadera
del cielo
armé
un tembladeral
ajeno
para que
olvidaras
una noticia
artera
que no llegó
a destino.


60

¿Qué pasó
en aquel rincón
perdido
donde mi amor
bebía
el agua escasa
de todos los desiertos?


66

Ese poeta
no estuvo
a la altura
de sí mismo
cuando no
cazó al vuelo
ese último crepúsculo
que caía
degollado
detrás de aquellas
casuarinas oscuras.

                                        
77

En el silencio
de la casa
en sombras
al estallar la luz
rompían
derrotas
suyas
que no puedo
narrar

                                       
85

Si no fuera
de ley la noche
quiero decir
una larga sombra
que se llenó
de brea
sino fuera
de alumbre
el sol
quien se atreviera
al desatino
en donde estamos
sin saber por qué
ni cómo


88

Me había
sentado
bajo aquella
casuarina triste
y entonces vi
cómo henchía el aire
chato
azul
lejano
esa bandada
de bandurrias negras
en formación
marcial
que nos parece inútil
pero que algún
sentido tiene,
y que a mí
al menos
se me escapa siempre
                  

90

Decididamente
el cielo
se expresa igual
pese a esa erupción
de patos
que  hacia aquella
laguna
remonta en vuelo bajo.
 Están seguros
que ese equilibrio
no habrá
de romperse
mientras el sol
pinte todo
con los colores
nuevos
de septiembre


92

Pienso
desde aquí
en qué rama
de esos fresnos
plantados con mi padre
se posarían
las patitas leves
de ese pechirojo
que por una vez
no incendió
los campos.
                  

93

Como la luna
que se trizó
en el espejo
sucio
del charco
así mi pena se rompe
contra la noche
íntima
solitaria
alejada
como si no fuera
de nadie.
                           

94

El vuelo de esa calandria
por el cielo
no tiene la perfección
de tu cintura.
El vuelo de esa calandria
no supone
la ausencia
de mi mano
en la blancura
de tu espalda
que los años
volvieron más hermosa
como es hermoso
tu amor
que atraviesa
incólume
los tiempos.


 Selección de textos: José María Pallaoro.
En “Lluvia de marzo”, Ciudad Gótica, 2012.
Jorge Isaías (Los Quirquinchos, Sante Fe, 15 de junio de 1946). Poeta.

Foto: Archivo de la talita dorada.