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lunes, 8 de septiembre de 2014

Jorge Aulicino, demasiado animal para sostenerse en el poema


PAISAJE CON AUTOR

Vivió una escenografía de libros abandonados,
un televisor encendido después de la transmisión
y cigarrillos sin terminar.
Procuraba mirar de frente los objetos:
las roturas del asfalto o las plantas de un acuario.
Pensó en los objetos, soñó con objetos,
vivió rodeado de objetos sin traducción.
El mal y el bien no parecen distintos detrás
de un vidrio tan nítido.
Ahora piensa que el mundo está arreglado
de acuerdo con ciertos propósitos.
Y más allá de ellos los objetos se destiñen sin objeto.
El mundo se rinde de esta manera y uno sonríe
sin entender en qué consiste el triunfo,
mientras el sol brilla sobre una botella en los techos
o escucha los trenes o la lluvia
que vuelve a caer donde había caído y agrega
hongos, óxido, humedad, ciertos olores
a un paisaje que sin embargo no termina de explicarse. 


AUSENCIA DE UN CARANCHO

Lo digo ahora que pasó el verano: aquel carancho
no logró establecer ninguna relación particular 
con la noche, mientras gritaba sobrevolando la casa en el campo.
No podía esperarse que nada dependiera de su vuelo ciego.
Lo ignoraron las tejas, el molino y sobre todo los durmientes de la casa.
La carretera, la lechuza cazadora, la lámpara ahumada del cuarto,
tuvieron entre sí extrañas relaciones
a las que fue completamente ajeno el carancho.
He pensado largamente en sus alas
plateadas por la luna y en los piojos que le comen la barriga
y no produjo una sola idea digna de ser tenida en cuenta.
Ni piedad su exilio, ni irritación el recuerdo de su grito agudo y ciego.

El carancho no se propuso como aviso de un límite,
no tiene dignidad de águila, es demasiado
animal para sostenerse en el poema.
La noche no fracasó por el carancho, ni siquiera fue un aguafiestas.
Es imposible una relación con el sinsentido del carancho.
Y así debería se el poema, como el vuelo y el grito del carancho.


COLORISTAS

Hay en ese bosque de Cézanne
la impresión de que ese bosque no está
ni estuvo.
No porque sea sueño, trama de sueños,
sino porque ha sido pintado en parte 
en una tela,
en parte en la nada y, en gran parte, 
en el lugar donde vimos un bosque.


ZEN

El maestro vio caer en el polvo
sus últimas muelas.
"Eran inútiles -se dijo-; con ellas
no podía morder ya el freno del olvido.
Ahora caerán sombras sobre las colinas de mi infancia.
La noche ocupará justamente su lugar.
Estoy en mi senda".
El maestro esperó que sus muelas fueran
cubiertas por el polvo día tras día.
"La noche llega" se dijo,
"como una tormenta de tierra."
Entonces vio cuervos descendiendo sobre el camino.
Oyó trenes en la aldea cercana.
"Todavía me quedan los ojos, los oídos", se dijo con pena.
Presa del error, cayó en la noche.
"No estoy a gusto: estoy en mi senda.",
dijo, antes que lo tragara el final.


ROSEBUD

Es decir estuvo lo suficientemente solo bajo la rama de un arce.
Levantó los ojos, los bajó, con infinita insistencia. Se privó de todo.
Y cuando levantaba la vista veía: el arce
-una palabra-; humo, una nube amarilla.
Y cuando bajaba la vista veía una mata de pasto aplastada
donde habitaban unas moscas grises.
El hecho finalizó hacia la primavera de 1956.
Cuando presentó su experiencia a los mayores,
ellos entendieron que el chico volvía de la guerra de guerrillas,
porque en realidad no dijo una palabra.
"Este chico hablará el día del Juicio", dijo la abuela, pero se equivocaba.
Aquella permanencia bajo el arce -una palabra-
había sumido al chico en esta reflexión:
"Tengo la potestad de irme de las palabras,
lo que significa lisa y llanamente irme.
Y, de permanecer bajo el arce -una palabra-
no puedo decir nada, puesto que soy un chico bajo el arce".

No había que entender que aquello significara nada.
Excepto que el chico estaba bajo el arce, definitivamente
perdido para los significantes,
en una eternidad que carecía de sentido.


EL OJO DEL HURACÁN

Mis amigos encienden una lámpara
para que hable por teléfono.
Cuatrocientos kilómetros de línea
nos unen o separan.
La ciudad se cae a pedazos
y no te veo.
Sólo veo una lámpara y pequeños insectos.



De “Paisaje con autor” (1988). En “La poesía era un bello país”, 
Antología 1974-1999, Libros de Tierra Firme, 2000.-
Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949).

Foto: JA en FB. 

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