Tracé un paréntesis en mi vida
En ese paréntesis puse mis emociones.
Como un chico que en una tarde de domingo
pasea con un globo
yo paseo con mi paréntesis.
Si el hilo es fuerte
lo conservaré.
Si es débil
no claro que no.
Mis emociones
me inundarán
como un río.
Principios de febrero
No.
El hermoso verano
no ha terminado aún.
Nos queda un mes para estarse en los patios
y descalzarnos
mientras charlamos
de esto y aquello
sin ton ni son.
Todavía habrá hombres de brazos tostados
en las calles
de la ciudad envuelta por la noche
brotada toda
como un lazo de amor.
No.
No me sostengas que no voy a caerme.
Sólo se caen las estrellas fugaces
y yo -te dije-
quiero permanecer.
Un
hombre es bueno para una noche.
Cuando amanece es un reflejo dorado
sobre la cama donde se toma café.
Y es agradable el olor que deja.
Dura todo un día.
Pero no toda la vida.
Luego
hay que descansar.
El libro de Kavafis y el de Pavese
sobre la mesa de luz.
Hay que aminorar la marcha.
Sentarse un rato a solas
en el sillón del patio.
Mujeres: tendríamos
que aprender de los gatos.
¡Cómo agradecen el tazón
que rebosa de leche!
Falta
para el otoño.
Que nos encuentre intactas.
Sin habernos negado
a estas pasiones
que cada tanto
asaltan.
Un atardecer de abril después
de una separación
Ya no tengo a quién esperar.
De modo que para qué preocuparse
por cambiar las sábanas
o barrer el patio.
Se hace lo imprescindible
regar las plantas
dar de comer a los gatos
¿qué culpa tienen?
Al crepúsculo salgo a la calle
en busca de cerveza.
Mi vecino homosexual me invita
a cenar este sábado en su casa.
Acepto.
Donde no hay sexo no hay problemas.
Estos encuentros
han llegado a ser mi único sentimiento.
Naturaleza muerta
Tomates
rojos
con
una hendidura negra.
Limones
amarillos
con pezones
verdes.
Zanahorias
erectas
papas
ovales
bananas
que yacen arqueadas.
Sexo
sobre la mesa
donde
amaso el pan.
Mi cuerpo
Hay
momentos en que mi cuerpo me parece
como una casa abandonada.
Y no
sé si soy yo
o es mi fantasma
que ha entrado en él
por error.
Suspiro
Suspiro
dentro de un vaso
que era para flores.
Un suspiro lo limpia.
Otro lo empaña.
Momento ante una cama
Con
una mano
la
sostuve.
Bajo
la sábana blanca
el
colchón azul era
como
todos los colchones.
Manchas
de semen
manchas
de sangre
formaban
islas ocres
rojas
en el
océano inmóvil.
Frágil
pareció mi mano
y
liviana la sábana
con la
que volví
a
cubrirlo.
Las
islas
el
océano
fueron
entonces un campo nevado
donde
mi mano
-extraño
pájaro-
graznó
torpemente
y se
fue.
Un muerto no es un muerto es la
muerte
Es una visita que ya no vendrá
como no sea en sueños.
Es una casa a la que nunca más iremos
como no sea con la imaginación.
De aquel domingo del invierno pasado
en que tres amigos comimos torta “con sabor a infancia”
-como dijimos-
y tomamos té con canela
soy la única sobreviviente.
Hace unos días
después de una lluvia
-pensando en estas cosas-
planté un gajo de enredadera
que había echado raíces
dentro de una botella.
Parece que prendió.
Quisiera que
-trepando por la pared-
cubriera el patio
donde da tanto el sol.
Es probable que así sea.
Pero hoy me pregunto
si llegaré a verlo.
A Manuel Inchauspe, en el
hospicio
Las nuestras, mi amigo,
son obras pequeñas.
Escritas en la intimidad
y como con vergüenza.
Nada de tonos altos.
Nos parecemos a la ciudad
donde vivimos.
Perdiste tus últimos poemas
y yo casi no escribo.
De allí
esos largos silencios
en nuestras conversaciones.
Dimensión del tiempo
(o a mi casa se entra por el
patio)
Dos
días fuera de casa
pueden
ser una eternidad.
La
tormenta asustó al gato
que
quiso entrar a la casa.
Rompió
la tela metálica
y se
lastimó.
Las
planteras rodaron por el piso ensangrentado.
Parte
del árbol de mora se chamuscó.
La
ropa se cayó de la soga.
Al
entrar
desconocí
todo
como
si fuera una ladrona.
“Árbol eres, musgo eres, eres
violetas arrasadas”
Ezra
Pound
En el
hueco que hay entre mis pechos
puse
un puñado de tierra.
En la
tierra hundí
la
raíz de una enredadera.
La
enredadera empezó a crecer.
Yo
desnuda
en el patio de mi casa
me
apoyé en un árbol.
En
poco tiempo estuve cubierta
por
hojas frescas y verdes.
En
poco tiempo la enredadera
pasó a
envolver el árbol.
Yo
pasé a ser árbol.
Cuando
llueve tomo agua
cuando
hay viento tomo aire.
Como
nadie me ve
nadie
más me hará daño.
En
Poetas argentinas (1940-1960),
selección y prólogo de Irene Gruss, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2006; revista
Diario de Poesía, número 20,
primavera de 1991, director Daniel Samoilovich; Atlas de la Poesía Argentina, coordinadores Eugenia Straccali y
Bruno Crisorio, Edulp, La Plata, 2017 / Selección y fotos: jmp /
Estela
Figueroa (Santa Fe, 12 de agosto de 1946) /