SANDRA SÓLO HABLA EN LÍNEAS GENERALES
Donde habita, donde
come, donde
parece un arenoso
acantilado,
allí es un cordero
de ámbar con ojos de anís
y algo acerca de la
dicha sexual tiene escrito en la frente.
Luego viene lo
intolerable y maligno
(tal vez su madre,
su padre o su hermana),
porque como he
dicho dicha digo
que la veo y no la
reconozco bajo arcos de triunfo
cocinados a
cuchillo,
hablando palabras
de fuego sobre el Mediterráneo
(que para ella fue
Tequesquitengo o no fue nada),
deshaciéndose en
fulgores sobre la soberana idiotez de la Gioconda
(que a ella, lo sé
a ciencia cierta, le pareció
una simple putita
de Polanco),
bebiendo vinos
rojos, besos rojos —canalla, perra—,
paseándose
verdosamente, sandramente
por ciudades que no
conozco y que no me importan
como no me importa
ella sino porque existe
y es posible verla
de lejos, de cerca,
comiendo bajo los
húmedos azules de Nápoles,
viendo sin ver y
hablando en líneas generales
como en un remanso
de siniestra paz gastronómica.
Hace dos días con
sus noches pude verla
(ella vive en las
calles de Racine
y yo en Lope de Vega,
lo cual es todo un drama en seis actos)
y en sus ojos había
una tormenta edénica y turbadora
como antes y
después del primer pecado
—lo virginal no
quita lo caliente—,
Eva maldita Eva
milenaria Eva evasiva Eva exúbera
Eva general Eva
particularmente deseada y detestada
Eva que sabe a
postre de manzana postre de mieles
Eva que huele a
café con Leche-de-la-Mujer-Amada
Eva liberada Eva
que viajó por Europa
y en verdad que
nunca salió de estas amargas calles
¿para qué, si sus
alas son dos liras rotas
y en el Foro romano
sólo discurren los homosexuales
y alguna pelirroja
horizontal originaria de Brooklyn?
Esos hace dos días
supe que Sandra había visto piedras talladas
y visto pinturas en
sórdidos museos
y visto a Sofía
Loren de lejos, de tan lejos
como de aquí a
ella, Sandra de los ojos
que brillan y
rebrillan como santelmos a la mitad del naufragio,
Sandra anónima
Sandra espigada Sandra para morirse de una buena vez
Sandra ¿por qué te
llamas estúpidamente Sandra?
Sandra ojos de
cordero degollado Sandra catedralicia
Sandra Santa
Capilla Sandra Nuestra Señora
Sandra diabla y
demonia sandrísima
que nunca me miró
de frente que nunca me dijo buenas tardes
—lo que yo hubiera
querido era un buenas noches—,
Sandra fugaz
heroína de un poema fugaz
como el paso de una
azucena por el palacio de algo así como un poeta.
En:
“Poesía, 1935 – 1968”, Editorial Joaquín Mortiz, México D.F., 1968.
Efraín Huerta
(México, 18 de junio de 1914 – 3 de febrero de 1982).
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