ESTADO DE LA
LITERATURA ESPAÑOLA
La juventud literaria de España y
América carece en estos momentos de maestros. Ni Unamuno, el más fuerte de los
viejos escritores, logra inspirar una dirección a los muchachos. Ningún joven
le ama hasta erigirle en mentor. ¿Dónde se ha invocado siquiera una palabra de
Unamuno, como pauta de generación? ¿Dónde están los dos apóstoles de Unamuno?
¿Dónde está ese Estado Mayor, que vea en él al orientador? Cuando habla, se le
aplaude; cuando grita o blasfema o va a la cárcel, se le aclama y se le hecha
flores, pero no suscita el hombre o los hombres que, bajo su contagio de
iluminado, embracen todo el peso, toda la responsabilidad del porvenir. La
propia admiración y entusiasmo que Unamuno despierta en la generalidad de las
gentes, prueba su mediocridad. En cuanto a Ortega Gasset, creo no me equivoco
si le niego el más mínimo adarme de maestro. Ortega Gasset, cuya mentalidad mal
germanizada se arrastra constantemente por terrenos de mera literatura, es
apenas un elefante blanco en docencia creatriz. En América hispana la falta de
maestros es mayor.
Ciertos hechos de feria y de guiñol,
ocurridos últimamente entre Chocano, Lugones y Vasconcelos, demuestran
palmariamente que nuestros mayores pretenden inspirarse ¡a estas horas! en
remotos y fenecidos resortes de cultura. Unos, movidos por un neopuritanismo,
con asomos de indudable tartufismo y otros, agitados de un nietzchieismo
bastardo y en bruto y no primitivo, ―que es otra cosa― todos esos actores de
idealismo van, cada cual por su vía, tras de métodos advenedizos, aparte de ser
gastados y estériles. Además, nadie allá sabe lo que quiere, adonde va ni por
donde va. Los más son unos magníficos arribistas. Los otros, unos
inconscientes. En cada una de esas máscaras está pintado el egoísta, amarillo
de codicia, de momia o de vesánico fanatismo.
Los demás escritores de España y
América se quedan en la novela naturalista, en el estilo castizo, en el verso
rubendariano y en el teatro realista. Es curioso advertir que aún dentro de
estas orientaciones de cliché, ninguno de esos escritores seduce a la juventud
ni le señala un rumbo siquiera sólo fuese literario.
En medio de esta falencia de comando
espiritual, los nuevos escritores de lengua española no dejan mostrar su cólera
contra un pasado vacío, al cual se vuelven en vano para orientarse. Tal cólera
aparece en los más dotados, que casi nunca son los más espectaculares. Reniegan
de sus mayores y otras veces los niegan de raíz.
De la generación que nos precede no
tenemos, pues, nada que esperar. Ella es un fracaso para nosotros y para todos
los tiempos. Si nuestra generación logra abrirse un camino, su obra aplastará a
la anterior. Entonces, la historia de la literatura española saltará sobre los
últimos treinta años, como sobre un abismo. Rubén Darío elevará su gran voz
inmortal desde la orilla opuesta y de esta otra, la juventud sabrá lo que ha de
responder.
Declaramos vacantes todos los rangos
directores de España y de América. La juventud sin maestros, está sola ante un
presente ruinoso y ante un futuro asaz incierto. Nuestra jornada será, por eso,
difícil y heroica en sumo grado.
Que esa cólera de los mozos,
manifestada de hora en hora, por los más fuertes y puros vanguardistas, se
convierta cuanto antes en el primer sacudimiento creador.
De
revista Favorables París Poema,
número 1, París, julio de 1926. Directores: César Vallejo y Juan Larrea.
Facsímil en Vanguardistas en su tinta
(Documentos de la Vanguardia en América Latina), Corregidor, Buenos Aires,
2008.
César
Vallejo (Santiago de Chuco, Perú, 16 de marzo de 1892 – París, Francia, 15 de
abril de 1938). Foto: Jmp
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