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viernes, 12 de enero de 2018

Edgar Bayley, Eso es todo



VOLVER A EMPEZAR

No es para tanto. Te ayudaré. Recoge los granos
de maíz. Los cantos rodados. Las cartas, aquel pañuelo rojo, la hoja del diario atrasado donde se ofrece un empleo, un poco de arena o de tierra, la cuenta del hotel y la maleta desfondada. Te has quedado mucho tiempo de pie, sin tocar el timbre. Eso es todo.


TODO EL VIENTO DEL MUNDO

No he de volver al aire. Caminos. Caminos del libre odio, sombras,
torpezas que rescatas en la espiral. Serpiente del lanzamiento. Odio, razón de vida, vino del sueño del sueño vidente, cosecha entre las rocas. No he de volver al aire. Condena, sospechas, abolición del hermano, cuerpo renegado de un pan sin justicia, cielo negro, tronco hostil, heridas del alba, floración lenta del rechazo.

No he de volver a la playa secreta ni cosecharé en la noche
los frutos ocultos. Caminos del delirio mudo. Separación. Golpes en la muralla. Ilusión taciturna de la palabra-calle de la furia. Allí mismo, flor de la guerra, destrucción del valle, lógica del poder. Tierra de nadie, aridez del rechazo propio. Rechazo de los otros, sangre del desamor. Dominio del cuidado. Estrategia del desprecio. Libre serpiente, sembradora de la renuncia y la negación.

Nadie se consuela, nadie se compadece en las arenas del desprecio. Los días
no colman ninguna ternura. Con los ojos abiertos, con la memoria vacía, asistimos a la fiesta de la destrucción. Ni ellos ni yo. No será parea nadie la patria verdadera. No serán para nadie las linternas y la confianza. Reino de la traición, sin dudas ni dioses. Juegos del odio, milagro de la crueldad.

Pero el viento prosigue, más allá de la humillación y la alegría, cantando
la transformación de los colores, igualando el desprecio con la esperanza, el cuidado con la inocencia. El rechazo, al quedar solo, se hace habitable. Se establece, habla sin declamación ni cálculo.

Es mi propiedad en la arena. Es una voz al borde de la destrucción.
La negación que hace un hombre, todos, más allá del cuidado. Va a nacer del asco un rostro.

Los ojos abiertos mirarán por fin.

Alguien es finalmente para sí mismo, para los otros. La catedral
del desprecio abre sus ventanas. La libre serpiente llama, descubre. No hay caídas ni impaciencias en esta luna fría. No hay temor en las fronteras del bosque. El reflejo cede ante el agua de la fuente.

Un nombre. Una lucidez fraternal. Un nacimiento. El mundo llega a ser un tú.
Canto. Luz en la piedra fecundada. Nos reconocemos. Luminoso cielo oscuro. Sangre del desamor enamorada. Rostro del hermano. Admisión del sí mismo en el rechazo. Lentamente surge la compañía de los otros. Un camino. Nos volvemos viento. Todo el viento del mundo.


En El día, Ediciones del Mediodía, 1968
Edgar Bayley (Buenos Aires, 1919-1990)

Foto: Jmp

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