VOLVER A EMPEZAR
No es para tanto. Te ayudaré. Recoge los granos
No es para tanto. Te ayudaré. Recoge los granos
de
maíz. Los cantos rodados. Las cartas, aquel pañuelo rojo, la hoja del
diario atrasado donde se ofrece un empleo, un poco de arena o de tierra, la
cuenta del hotel y la maleta desfondada. Te has quedado mucho tiempo de
pie, sin tocar el timbre. Eso es todo.
TODO EL VIENTO DEL MUNDO
No he de volver al aire. Caminos. Caminos del libre odio,
sombras,
torpezas
que rescatas en la espiral. Serpiente del lanzamiento. Odio, razón de vida,
vino del sueño del sueño vidente, cosecha entre las rocas. No he de volver al
aire. Condena, sospechas, abolición del hermano, cuerpo renegado de un pan sin
justicia, cielo negro, tronco hostil, heridas del alba, floración lenta del
rechazo.
No he de volver a la playa secreta ni cosecharé en la noche
los
frutos ocultos. Caminos del delirio mudo. Separación. Golpes en la muralla.
Ilusión taciturna de la palabra-calle de la furia. Allí mismo, flor de la
guerra, destrucción del valle, lógica del poder. Tierra de nadie, aridez del
rechazo propio. Rechazo de los otros, sangre del desamor. Dominio del cuidado.
Estrategia del desprecio. Libre serpiente, sembradora de la renuncia y la
negación.
Nadie se consuela, nadie se compadece en las arenas del
desprecio. Los días
no
colman ninguna ternura. Con los ojos abiertos, con la memoria vacía, asistimos
a la fiesta de la destrucción. Ni ellos ni yo. No será parea nadie la patria
verdadera. No serán para nadie las linternas y la confianza. Reino de la
traición, sin dudas ni dioses. Juegos del odio, milagro de la crueldad.
Pero el viento prosigue, más allá de la humillación y la
alegría, cantando
la
transformación de los colores, igualando el desprecio con la esperanza, el
cuidado con la inocencia. El rechazo, al quedar solo, se hace habitable. Se
establece, habla sin declamación ni cálculo.
Es mi propiedad en la arena. Es una voz al borde de la
destrucción.
La negación que hace un hombre, todos,
más allá del cuidado. Va a nacer del asco un rostro.
Los ojos abiertos mirarán por fin.
Alguien es finalmente para sí mismo, para los otros. La
catedral
del
desprecio abre sus ventanas. La libre serpiente llama, descubre. No hay caídas
ni impaciencias en esta luna fría. No hay temor en las fronteras del bosque. El
reflejo cede ante el agua de la fuente.
Un nombre. Una lucidez fraternal. Un nacimiento. El mundo
llega a ser un tú.
Canto.
Luz en la piedra fecundada. Nos reconocemos. Luminoso cielo oscuro. Sangre del
desamor enamorada. Rostro del hermano. Admisión del sí mismo en el rechazo.
Lentamente surge la compañía de los otros. Un camino. Nos volvemos viento. Todo
el viento del mundo.
En El día, Ediciones
del Mediodía, 1968
Edgar Bayley (Buenos Aires, 1919-1990)
Edgar Bayley (Buenos Aires, 1919-1990)
Foto: Jmp
No hay comentarios:
Publicar un comentario