ESTACIÓN
TERMINAL
Ésta será ya lo
veo tu última imagen:
nuestra despedida
en el poema en la estación terminal.
No sé por dónde
empezarla para que no se me escape nada,
y las gentes las
cosas apelotonadas aquí tienen algo de agobiadoramente comparable a los
restos que se enfrían
frases enteras o
adjetivos de una pequeña obra maestra
sobre la cual
pesara, hasta perderla, esta impaciencia,
nuestro cansancio
mi inarticulación la ferocidad del egoísmo
por el cual
cuando me empiezan a doler los pies prefiero la cama a cualquier otra cosa
incluyendo a la poesía que voy a decirlo todo esta noche eres tú,
y, entretanto, no
insistas en que un gordinflón de cuarenta años
duerma apoyado en
tu hombro, para retenerlo otro poco.
A la estación le
sobran escenas como éstas,
la cara triste de
la revolución
que me sonría por
la tuya
con algo de una
máscara de hojas de tabaco pequeña obra maestra de la noche te improvisas
una moral una
paciencia y hasta lo que llamas tu amor, nada podría de todo eso
brotar en esta
tierra caliente removida por los huracanes
sobre la que pasa
y repasa este mundo con sus pies,
y se acumulan los
restos a la espera de mis adjetivos, obscenos bultos un mar de papeles, etc.,
algo, en fin,
como para renunciar a este tipo de viajes.
Me parece llegar
a la edad más ingrata,
me parece
recordar el momento presente:
no eres tú la
muchacha que conocí hace un año
ni te marchaste
en circunstancias que prefiero olvidar.
Por el contrario,
¿no hicimos el amor?
Una y mil veces,
se diría, y para el caso es lo mismo:
te reemplazaron
hasta en eso como una sombra borrara a otra,
y tu virginidad:
el colmo del absurdo
no te defiende
ahora de parecer agotada.
En realidad
recuerdo que nos despedimos aquí,
pero no puedo
precisar, con este sueño, cómo ocurrió la despedida,
en qué sentido
tus manos me revuelven el pelo
y yo arrastro tu
equipaje una caja de latón
o me insinúas que
te regale un pullover.
A los ojos de la
gente que no distingo de mis ojos
sino para
mirarles desde una especie de ultratumba
somos una pareja
un poco desafiante
y acostumbrada a
esto en su Estación Terminal
un blanco y una
negra
contra la que, en
cualquier momento, alguien arroja una sonrisa estúpida
el comienzo de
una pedrada.
La cara triste de
la revolución
y yo la tomo
entre mis manos de egoísta consumado.
Tanto como los
párpados me pesan quienes se sientan en el suelo
a esperar una
guagua hasta la hora del juicio
en que el viejo
carcamal logra ponerse en movimiento
y los riegue
lentamente por el interior de la República.
Tu última imagen
quizá con tus yollitos en el pelo,
esta falta de
sentimientos profundos en que me encuentro
parecida a la
pobreza por la que en cambio tú
no sientes nada o
bien una despreocupada afinidad,
la risa de juntar
unos medios con tus alumnos,
el espejo que se
guarda debajo de la almohada para soñar con quién se quiera
y tus visitas a
la abandonada
que por penas de
amor se llena de hijos.
Ya no estoy en
edad de soportarme en este trance
ni los bolsillos
vacíos ni la efusión sentimental son cosas de mi agrado,
hasta leyendo mis
propios versos más o menos románticos bostezo
y se me dormiría
la mano si tuviera que escribirlos.
Cuántos años
aquí, pero, en fin, tú eres joven:
“de otro, serás
de otro como antes de mis besos”.
Yo prefiero al
lirismo la observación exacta
el problema de
lengua que me planteas y que no logro resolver te escribiré.
La Estación
Terminal un libro abierto perezosamente en que las frases ondulan
como si mis ojos
fueran un paraje de turistas desacostumbrados a estos inconvenientes,
nada que se
parezca a una mancha gloriosa,
ya lo dije, de
vez en cuando, una observación estúpida:
piedrecillas que
se desprenden de este yacimiento humano,
incongruentes,
con el saludo de Ho Chi Min transmitido por los altoparlantes institutrices de
esas que no dejan en paz a los niños a ninguna hora de la noche,
y sin embargo, tú
duermes con tranquilidad
capaz de todas
las consignas, pero con una reserva al buen humor
quizá la clave de
todo esto
un primer verso que
pone al poema en movimiento como por obra de magia.
La
Habana, Cuba, 1968
RECUERDOS
DE MATRIMONIO
Buscábamos un subsuelo donde
vivir, cualquier lugar que no fuera una casa de huéspedes. El paraíso perdido
tomaba ahora su verdadero aspecto: uno de esos pequeños departamentos
que se arriendan por un precio todavía razonable
pero a las seis de la mañana. "Ayer no más lo tomó un matrimonio
joven".
Mientras íbamos y veníamos en la oscuridad en direcciones capciosas.
El hombre es un lobo para el hombre y el lobo una dueña de casa de pensión
con los dientes cariados, húmeda en las axilas, dudosamente viuda.
Y allí donde el periódico nos invitaba a vivir se alzaba un abismo de tres
pisos:
Un nuevo foco de corrupción conyugal.
Mientras íbamos y veníamos en la oscuridad, más distantes el uno del otro a
cada paso
ellos ya no estaban allí, estableciendo su nido sobre una base sólida,
ganándose la simpatía del conserje, tan hosco con los extraños como ansioso de
inspirarles gratitud filial.
"No se les habrá escapado nada. Seguramente el nuevo ascensorista recibió
una propina".
"La pareja ideal". A la hora justa. En el momento oportuno.
De ellos, los invisibles, sólo alcanzábamos a sentir su futura presencia en el
cuarto vacío:
nuestras sombras tomadas de la mano entre los primeros brotes de sol en el parquet.
Un remanso de luz blanca nupcial.
"Pueden verlo, si quieren
pero han llegado tarde".
Se nos haría tarde.
Se hacía tarde en todo.
Para siempre.
En:
Nueva poesía de América, CEAL, 1970.
Enrique
Lihn Carrasco (Santiago, Chile, 3 de septiembre de 1929 – 10 de julio de 1988).
Foto: Jmp.