MOSTRAR
En la memoria hay palabras que no se
pueden decir. Duran, y hacen mal y hacen bien, como un caballo loco. Correr por
esos campos sin tapar los ojos del recuerdo para que se detenga. Respetar el
deseo que no fue. Contestarse con nada y mostrar valor ante el desastre.
VIAJES
La poesía tiene aceites para limpiar la
palabra. Es más grasosa que la vida y deja manchas que llevamos sin merecer. Quema.
Es movimiento de su obra y devuelve el pasado a su pasado.
EL ATADO
Escribir sin contar es como vivir sin
vida. Las palabras serán inocentes, pero no su relación. El contador traza una
columna del “debe” y otra del “haber” y en la última anota los silencios que
supo conseguir. Con las caras de una palabra quisiera hacer piedras y mirarlas
todas hasta el fin de mis días. Esas caras siempre tienen otras fugitivas de la
boca. Morder la piedra, entonces, es la tarea del poeta, hasta que sangren las
encías de la noche. En esa noche navegará sin rumbo fijo, desconfiado de todo,
en especial de sí, mirando espejos que cantan como sirenas que no existen. El
poeta se atará al palo mayor de su ignorancia para no caer en sí mismo, sino en
otro país de aventura mayor, muerto de miedo y vivo de esperanza. Sólo el dolor
lo unirá muertovivo al vacío lleno de rostros y verá que ninguno es el suyo. Y
todos serán libres.
En:
Valer la pena (México, 1996-2000), Seix Barral, 2001.
Juan
Gelman (Buenos Aires, 3 de mayo de 1930 – Ciudad de México, 14 de enero de
2014). Foto: Jmp.
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