LA MARIPOSA Y LA
VIGA
AIRE AFORÍSTICO
¿A qué otra cosa mejor que al paisaje, como el sol y la niebla, podría
enredarse la poesía?
Al
lado de cada grillo que canta se va formando un montoncito de oro, cernido,
delicadísimo.
Algo
aleteaba en el alambrado. Creí que era un pájaro. Era un harapo.
Ante
la poesía, tanto da temblar como comprender.
Aquel
poste del teléfono, caído al borde del camino, era una cruz que estaba
esperando que alguien cargara con ella.
Aquella
mujer procedía como los terremotos: ondulatoriamente.
Aun en
plena tormenta los pájaros dan la sensación de que están construyendo nidos.
Aunque
una jaula sea del tamaño del espacio, siempre será una jaula.
Cada
estrella cobija el sueño de un pájaro.
Cada
vez que el escritor se enoja con su mujer, se pone a arreglar la biblioteca.
Creemos
vivir en la punta acabada del tiempo, en la punta definitiva del tiempo.
Cuando
un rumor toma cuerpo no hay quién le gane en garbo.
¡Cuánto
rocío! Exclamó un niño. Y era un charco.
Da una
limosna si quieres; pero, por Dios, que no se te caiga la moneda al suelo.
Dentro
de poco la ciudad será una vasta y uniforme llamarada de avisos. Habrá que
inventar entonces el aviso que se vea menos.
Después
de las películas en que llueve, habría que retorcer la tela y tenderla al sol.
Detrás
de cada letra china podría abrirse cómodamente un jardín.
El
cine va siendo tan necesario, si no como el pan, por lo menos como el postre.
El
escritor no debe romper nada, ni el más insignificante apunte. En casa del
literato debe estar abolida la pena de muerte. Años de reclusión y, hasta
cadena perpetua, sí.
El
fagot asoma, detrás del atril, su largo caño de escopeta furtiva.
El
genio es una larga paciencia y una súbita impaciencia.
El
hombre se conforma a veces con ponerle un rótulo a sus aspiraciones, ya que no
puede realizarlas.
El
mate atrae misteriosamente las lágrimas de los tristes.
El
papel carbónico es la sombra hecha pliegues y puesta a la venta.
El
poeta canta hasta el final, como el cirio alumbra mientras le quede un aro de
cera alrededor.
El
poeta, como el cazador pobre, a los que salga.
El
poeta es un pensador con una flor en la mano.
El
“Romancero Gitano” de García Lorca: un cañaveral reseco y ardiendo.
El
siglo XX se enamoró del garbo de la M para sus tres poetas: Mendoza, Mena y
Manrique.
El
Virreinato del Río de la Plata era un canastillo de oro con cuatro manzanas de
plata.
En el
aire hay una eterna e inexplicable confabulación contra la poesía.
En el
principio eran las especias, dice Stefan Zweig. En el principio eran los
paladares.
En
realidad, ninguna cita de amor ha fracasado nunca.
Enrique
Larreta ha conseguido hacer, al firmar, algo así como la empuñadura de una
espada con la inicial de su nombre.
Era
rubia, dorada, decorativa, pomposa como un arpa.
Envejeció
como los periódicos: de un día para el otro.
Era
tan poca cosa aquel poste de teléfono que hacía un esfuerzo visible para
sostener, además de los aisladores, un nido de horneros.
Es más
fácil torcer el curso de un río que el de un verso.
Es más
importante, a veces, detener un beso que un alud.
Gabriel
y Galán es un puñado de hierba fresca. Antonio Machado la rosa centuplicada.
Galopar
en el desierto es como galopar en sueños. El verdadero galope debe estar
acompañado de estruendo.
Habría
que tender una mano, en el aire, a la hoja seca que cae.
Hay
demasiadas estrellas en el cielo. Hay demasiadas arenas en el mar. Hay
demasiadas consonantes en el Diccionario de la Rima.
Hay
dos modos de envejecer: como el olivo o como el sauce.
Hay
libros de versos tan dulzones y pegajosos, que habría que venderlos con guantes
de punto, como los merengues.
Hay
pesadillas que se prolongan más allá del sueño, que se adhieren a uno como una
sábana húmeda.
Hay
plumas que crujen al escribir como si quisieran proclamar el secreto que se les
está confiando.
Hay
que ver a lo que llaman azar algunos críticos cuando dicen: “Si abrimos al azar
este libro”…Y siempre dan de bruces en lo peor.
Hay
tranvías que esperan solapadamente la noche para hacer todo el escándalo
posible.
Jimena,
Melibea, Dulcinea, Dorotea, se contestan a través de la literatura castellana,
con la blanda asonancia de sus nombres.
José
Mármol atraviesa la noche literaria argentina como un fantasma blanco y helado.
La
adulación, como el engrudo, siempre chorrea.
La
biblioteca, o es una cosa viva o no es nada. Habría que repasar los índices,
por lo mens, todos los lunes.
La
cabecita del ratón Mickey es igual al bonete de Doctor en Derecho de Rabelais.
La
cara de Larra parecía invadida, roída, como por un musgo verdinegro de tumba
vieja.
La
distancia es una especie de posteridad.
La
eternidad es un río de ébano con estrellas de oro.
La
hiedra protege, defiende y aísla mejor que el granito.
La
historia todo lo embalsama y lo petrifica: no podemos imaginar a Godofredo de
Bouillon oyendo el canto de un ruiseñor.
La
inspiración, la parte más aguda de la inspiración, habría que pasarla bien
arropado y en cama.
La
lámina de agua de la fuentecilla del monumento a Sáenz Peña es rectangular y
flexible como una hoja de afeitar.
La
mariposa es un librito que ha quedado reducido a las tapas.
La
poesía es eso que flota sobre la pradera vaporosa de sol y mariposas. Pero se
nos escapa y nos contentamos con recoger del suelo algunas hojas, algunas ramas
secas.
La
vejez es ese cansancio que no se nos quita al día siguiente, como creíamos
ingenuamente al acostarnos.
Las
dedicatorias, como los apretones de mano, breves y secas.
Las
rimas no se dividen en ricas y pobres, como dicen los manuales, sino en dignas
e indignas, como las personas.
Las
últimas correcciones hay que hacerlas de pie, como a pincelazos.
Lo
grotesco y lo trágico: un borracho haciendo eses, con una pata de palo, de
noche, en una callejuela.
Lo
menos que se puede pedir a un libro de versos es que se parezca a una aldea
próspera: una torre erguida y un caserío rumoroso alrededor.
Los
araucanos hicieron flautas con los huesos de Valdivia. Pero no les valió de
nada, porque el conquistador les había arrancado previamente las orejas.
Los
omóplatos de Greta Garbo nadan por su espalda como los delfines por el mar.
Los
personajes de W. H. Hudson parecen enmascarados.
Los
pieles rojas se pondrán una pluma en cualquier parte, menos detrás de la oreja,
que es lo cásico.
Los
ruiseñores quieren metáforas; la humanidad, parábolas.
Mariano
Moreno murió en alta mar. En muy alta mar.
Nada
como el pulgar y el índice para pulverizar un granito de sal o de fama.
Nada
más certero que una bala perdida.
Nada
se agarra más a un clavo ardiendo que la poesía.
No es
que haya hijos favoritos: es que cada uno exige una diferente clase de ternura.
Para
facilitar el tránsito habría que prohibir andar por la calle a los gordos, a
los tontos y a los poetas.
Para
puntería, Ponce de León: buscaba la Fuente de la Juventud y dió con una flecha
envenenada.
Para
todo requiere uno la cama: para morir y para dar con el epíteto.
Parece
mentira que el pavo real pertenezca al orden de las gallináceas.
Parece
mentira que sean los mismos hombres los que han inventado los diminutivos y la
pena de muerte.
¡Qué gracia
haber escrito “Las Mil y una Noches” con la cabeza rodeada por un turbante de
seda, de pluma y de pedrería!
“Rumor
de besos y batir de alas”. Mi querido Bécquer, los besos no suenan.
Según
el último censo, la población de Buenos Aires alcanza a 2.338.645 habitantes.
Menos mal. Puede ser que ahora se venda un libro más.
Si
Jorge Manrique hubiera sido pelirrojo –el padre lo era- toda una estética se
vendría abajo.
Toda
la habilidad de un beso, más que en llegar a unos labios, estriba en saber retirarse
de ellos.
Todo
es anécdota: anécdota intelectual, aérea, creacionista, o anécdota de pan y
queso. La poesía viene o no viene después.
Un
perramus manoseado, con cuello y doble cuello y cinturón, es el traje más
apropiado para ocultar la tristeza, la desesperación y la locura.
Un
poeta nacional es un poeta universal que se ha ensañado con su país.
Una
conversación equivale a borronear un par de cuartillas.
Unos
versos que manuscritos no valen nada, parecen algo en una revista y hasta excelentes
en las páginas de un libro impreso en Maestricht, por ejemplo.
¡Y
pensar que Garcilaso murió a pedradas como un perro rabioso!
Ya iba
a estrellarse la golondrina contra el muro, cuando éste improvisó un agujerito,
por el que se perdió.
Ya que
has de dejar propina, dala en la bandeja, para que resuene y parezca más.
AIRE CONFICENCIAL
Acabaré
por quedarme a solas con mis erratas.
Algunos
poetas me recuerdan a los trenes del puerto: o parados o en maniobras.
Antes,
para soñar, apagaba la luz. Ahora lo hago con la lámpara encendida y hasta con
los anteojos puestos.
Bartolomé
Díaz llegó al cabo de Buena Esperanza en 1486. Cuatrocientos años después nacía
yo en Buenos Aires.
Cada
vez que abro el falso Quijote siento remordimientos. Me parece que algo le
duele a don Miguel.
Creeré,
cuando esté por morirme, que eso es sólo hasta el día siguiente.
Dadme
un punto de apoyo y me echaré a dormir.
Estar
un poco mal, un poco enfermo, me es más llevadero que estar demasiado bien.
Felizmente,
hasta ahora, sólo he escrito sin pensar, casi con los dos dedos. Los versos se
me escapan de entre ellos como hilillos de agua entre raíces.
Francamente,
de lo que más me gusta hablar es del tiempo: desde el rocío hasta la eternidad.
Hay
días en que pierdo la letra como otros pierden la voz.
Los
asuntos más importantes del mundo los he oído tratar en las plataformas de
ómnibus y tranvías.
Los
autores de novelas de policía pueden contar con mi simpleza hasta la última
palabra. Y aun más allá del Fin.
Me
gustaría una novela argentina que empezara así: Daban las veinticuatro en la
torre del Concejo Deliberante, cuando…
Me he
hecho maestro en hacer picadillo mis borradores y darlos al viento.
Me
paso la mitad de la vida juntando papeles sin importancia y la otra mitad
tratando de deshacerme de ellos.
Mientras
estoy leyendo a Homero, me está esperando un Manualillo de Cerrajería Práctica.
Mis
propinas suelen ser generosas. Retribuyo el café y la meditación.
Nada
me excita más, oh Heine, que una taza de tilo.
Ni yo
ni mi estilográfica andamos bien al principio. Hemos de trotar unos cuantos
renglones antes de entrar en calor.
No
quiero vivir ni desaparecer. Lo que quiero es refugiarme en un tapiz.
¿Qué
poema mío me gusta más? Ese que llevo a medias en la memoria y en el bolsillo.
Quiero
ser poeta entre los hombres, no entre los ángeles.
Tengo
que seguir escribiendo: hay que justificar la infancia.
Ya
creo en todo, hasta en las dedicatorias.
70
AÑOS DE LA PRIMERA EDICIÓN DE LA MARIPOSA Y LA VIGA
Se
cumplen 70 años de la primera edición de La mariposa y la viga. La observación
instantánea, fotográfica, en textos brevísimos, agrupados en dos series: Aire
aforístico y Aire confidencial. Escribe Baldomero en el “Prologuillo”:
“Aforismos, aire de aforismos. Confidencias, aire de confidencias, para mayor
vaguedad. Ocurrióseme aquél en una siesta, en una estancia, soledad y mugidos.
Estaba yo boca arriba en la cama sin poder dormir cuando… vi una mariposa
parda, vulgar, que movía sus alas recién venidas del sol. Allí estaba
contrastando su levedad palpitante con la viga ponderosa y mal labrada. El
madero parecía asumir todo el peso de la materia y de la vida ante el insecto
insignificante, pero elegantísimo, lleno de belleza. Y me acordé del verso de
Darío: Divina Psiquis, dulce mariposa invisible.”
En:
La mariposa y la viga, Editora y Distribuidora del Plata, Buenos Aires, primera
edición, abril de 1947.
Baldomero
Fernández Moreno (San Telmo, Buenos Aires, 15 de noviembre de 1886 – 7 de junio
de1950). Foto y selección de textos: Jmp.