"Quien no
se mueve no sabe que está
encadenado".
Rosa
Luxemburgo.
1.
Todo empezó la
noche del 20 del 9 del 69:
desde puntos
muy dispares de la estepa,
más que
dispares, contradictorios, dialécticos,
los astrónomos
Churyúmov y Guerasimenko,
de la Academia
de Ciencias de la URSS,
descubrieron
un mismo eje de fuego que agitaba
de un extremo
a otro un cuerpo celestial.
Éste,
restallante en la vastedad del infinito,
apetecible por
las noches que evocaba,
se volvió
cometa de un reguero de ambiciones,
pasión extrema
debidamente controlada
por arengas
patrióticas y cósmicas medallas.
2.
Cometa ni
siquiera imaginado hasta ese instante,
pasó a
llamarse Churyúmov-Guerasimenko,
Churyúmov,
por él, y Guerasimenko, por ella,
dicho
y dicha de no creerse pero decirse amados.
Dotado de
acantilados de 1 km de altura,
el Churyúmov-Guerasimenko entró a girar
en la órbita
de los mármoles más exaltados,
obras
completas, enciclopedias, mausoleos
y ritual de
masas tan doméstico como vasto.
4.
Sintiéndose
observada por poderosos telescopios,
lentes de esas
que escudriñan hasta el alma,
la habitante
del cometa Churyúmov–Guerasimenko
no se
acostumbró sino que, mejor dicho, acostumbrose
a ser aire en
el aire, hoja ligera al pie de los bosques,
lluvia en los
ocres, silencio de cadencias íntimas,
y aprendió a
no pensar nunca en voz alta:
votar que sí
es siempre el más seguro remitente.
6.
La
habitante ahora se oculta en la cueva horadada
por
las salvajadas del viento contra la roca.
Al
borde del torrente de luz que se despeña
en
busca de ríos que recorren el fondo del mar,
ella
tira las redes que la capturan a sí misma
y
sólo su sombra se escurre por la galaxia.
8.
Para
sus emboscadas, la habitante no se oculta
ni
se mimetiza con los cielos ni tampoco se agazapa
tras
las rocas arrojadas como dados al vacío:
no,
"Dios no juega a los dados", ella concede,
y
le basta con sentarse a solas en todas las orillas
y
zurcir endechas de amor tejidas de espuma.
12.
La
habitante sabe a qué antigua lluvia se debe
cada
una de las estalactitas que orlan su cueva:
una queda y aberrante y niebla espesa
comienza a desgarrarse entre sus pechos,
cortezas maceradas en un mortero sin fondo,
pezones turgentes que, en su propio desafío,
añoran osados recuerdos libertarios.
17.
La habitante observa confundida las montañas
en la fosa abisal que, sin regreso, lleva al mar:
"gracias por tanta belleza", dice, pero no sabe
que sólo se trata de una humildad rudimentaria
y todo lo demás es nocturnidad y alevosía:
abandonada en los charcos por arcaicas mareas,
la lluvia huele a nostalgia de humanidad.
22.
Desde la cima del cometa ella observa
cómo los buitres reiteran la tragedia:
un sudario de trigo para los muertos de hambre
y turbios arroyos para los muertos de sed:
megaterios venidos a menos por abuso de grandeza
rechinan con rabia sus propios engranajes,
mientras desconcertados, boquiabiertos,
barato se cotizan los pobres, regalados.
26.
En cuclillas, con su mortero entre los muslos,
a la espera de que cuajen las mieles del otoño,
la habitante macera las pócimas más ocres:
como si el tiempo encauzase en su savia
nervaduras por las cuales ronda ya la muerte.
31.
Se asoma a sí
misma, se recorre por los bordes,
relame
cicatrices ganadas en vencidas rebeliones:
más viento que
ceniza, la brasa se enciende
y siembra
chispazos de luz en la memoria.
Deseada por
todas las ausencias, la habitante
ahora añora un
planeta donde el amor se hacía.
33.
Ni ella
imaginó tan nocturna desmesura,
ese viento que
se pasea entre los árboles.
Todos los
guerreros la desearon sin saberlo,
y desgajaron
las cortezas hasta la tentación
de grabar un
corazón a punta de cuchillo.
36.
La cola del
cometa se extingue cuanto antes,
finísimo el
fuego del horizonte que se apaga.
En fila, ante
la fosa, algunos derrotados
alcanzan a
mirar el cielo, deslumbrados
por un reguero
de luz urgido por la noche:
nada más que
nada es la misma eternidad
de los que van
a morir y aún se sorprenden.
Se expande la
estampida de un tiro de gracia
y la habitante
se estremece: son las descargas.
39.
Olvidada en la
cueva más cerrada, la habitante
descubre la
criminal conjura de los camaradas:
educados,
ancianos, eternos, los muertos
reposan en los
intersticios al pie del murallón,
y el paso
firme de los centinelas recuerda
que ni los
mismos muertos podrán escapar.
El Churyúmov–Guerasimenko, cada 6,4 años,
se acerca a la
Tierra sugestivamente puntual.
41.
Ella se sienta
en una de las mesas de la vereda
y el saludo es
un pájaro asustado entre sus manos.
Churyúmov y
Guerasimenko, en cambio, sonríen
en un gesto
sólo perceptible para esos hombres
que, con sus
faldones largos, doblan la esquina
y se
distribuyen en la calle según lo establecido.
42.
Nadie ha visto
a la habitante del cometa,
excepto
quienes la buscan hasta encontrarla:
al ponerse de
pie para entregarse, es evidente
cuanta
ferocidad nos acarreó el futuro.
–Me echo a morir: no me despierten.
En: La habitante del cometa 67/P
Churyúmov–Guerasimenko, Ediciones Lamás
Médula, 2016.
Alberto
Szpunberg (Buenos Aires, 1940). Foto y selección de textos: Jmp.
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