EL DOMINGO EN W. I.
Aquellos
pueblos golpeados por la melancolía del domingo,
donde
duerme un perro en todas y cada una de sus ocres calles
aquellos
volcanes como rocas cenicientas, o la incurable llaga
de
pobreza, alrededor de cuya boca fruncida niños flacos
venden
piedras amarillas de azufre
las
calcinadas hojas de banano que solían bailar
el río
con su lecho de botellas rotas
el
cacaotal donde un pájaro cuyo grito suena verde y
amarillo
y en la claridad bajo las hojas nimbadas
de
llama naranjas ha olvidado su flauta
gomeros
despellejados por el sol forcejeando todavía para escapar del mar
el
lagarto muerto que se vuelve azul como la piedra
aquellos
ríos, hilos de saliva, que olvidaron la música de ayer
aquella
explanada, árida y exigua, bajo almendros marinos aún más áridos
donde
los áridos ancianos se sentaron
a
observar una goleta blanca encallada en el delta
y a
jugar damas con los inquietos rabihorcados
aquellas
laderas como tiestos rotos
aquellos
helechos que grabaron sus esqueletos en la piel
y
aquellos caminos que comienzan a recitar sus nombres a la hora de la víspera
menciónalos
y se detendrán aquellos cangrejos dispuestos a dejar pasar una época
aquellas
garzas como solteronas que dudaron de su reflejo
indagando,
indagando
aquellas
ortigas que esperaron
aquellos
domingos, aquellos domingos
aquellos
domingos cuando las luces al final del camino eran un acontecimiento
aquellos
domingos cuando mi madre se quedaba en la cama
aquellos
domingos cuando las hermanas se congregaban como polillas blancas
alrededor
del farol de la calle
y las
ciudades pasaban a nuestro lado en el horizonte
En:
El reino del caimito, Grupo Editorial Norma, 1996. Traducción de Álvaro
Rodríguez Torres.
Derek
Walcott (Castries, capital de Santa Lucia –pequeña isla de las Antillas–, 23 de enero
de 1930).
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