EL JARDÍN DE LAS DELICIAS
¿Acaso es nada más que una zona de abismos
y volcanes en plena ebullición, redestinada a ciegas para las ceremonias
de la especie en esta inexplicable travesía hacia abajo? ¿O tal vez
un atajo, una emboscada oscura donde el demonio aspira la inocencia y
sella a sangre y fuego su condena en la estirpe del alma? ¿O tan sólo quizás
una región marcada como un cruce de encuentro y desencuentro entre dos cuerpos
sumisos como soles?
No. Ni vivero de la Perpetuación, ni
fragua del pecado original, ni trampa del instinto, por más que un solo viento
exasperado propague a la vez el humo, la combustión y la ceniza. Ni
siquiera un lugar, aunque se precipite el firmamento y haya un cielo
que huye, innumerable, como todo instantáneo paraíso.
A solas, sólo un número insensato, un
pliegue en las membranas de la ausencia, un relámpago sepultado en un
jardín.
Pero basta el deseo, el sobresalto del
amor, la sirena del viaje, y entonces es más bien un nudo tenso en torno al haz
de todos los sentidos y sus múltiples ramas ramificadas hasta el árbol de
la primera tentación, hasta el jardín de las delicias y sus secretas
ciencias de extravío que se expanden de pronto de la cabeza hasta los pies
igual que una sonrisa, lo mismo que una red de ansiosos filamentos
arrancados al rayo, la corriente erizada reptando en busca del exterminio 0 la
salida, escurriéndose adentro, arrastrada por esos sortilegios que
son como tentáculos de mar y arrebatan con vértigo indecible hasta el
fondo del tacto, hasta el centro sin fin que se desfonda cayendo hacia lo
alto, mientras pasa y traspasa esa orgánica noche interrogante de crestas
y de hocicos y bocinas, con jadeo de bestia fugitiva, con su flanco
azuzado por el látigo del horizonte inalcanzable, con sus ojos abiertos al
misterio de la doble tiniebla, derribando con cada sacudida la
nebulosa maquinaria del planeta, poniendo en suspensión corolas
como labios, esferas como frutos palpitantes, burbujas donde late la espuma
de otro mundo, constelaciones extraídas vivas de su prado natal, un éxodo
de galaxias semejantes a plumas girando locamente en el gran aluvión, en ese
torbellino atronador que ya se precipita por el embudo de la muerte con todo el
universo en expansión, con todo el universo en contracción para el parto del
cielo, y hace estallar de pronto la redoma y dispersa en la sangre la creación.
El sexo, sí,
más
bien una medida:
la
mitad del deseo, que es apenas la mitad del amor.
En:
“Poesía. Antología”, CEAL, 1982.
Olga
Orozco (Olga Noemí Gugliotta Orozco, Toay, La Pampa, 17 de marzo de 1920 –
Buenos Aires, 15 de agosto de 1999).
Imagen: "Meetings
in Appleland", collage. Ana Cecilia Adjiman Gache (Buenos Aires, 1974).
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