LOS JUSTOS
Un hombre que
cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
LA DICHA
El que abraza a una
mujer es Adán. La mujer es Eva.
Todo sucede por
primera vez.
He visto una cosa
blanca en el cielo. Me dicen que es la luna, pero qué puedo hacer con una
palabra y con una mitología.
Los árboles me dan
un poco de miedo. Son tan hermosos.
Los tranquilos
animales se acercan para que yo les diga su nombre.
Los libros de la
biblioteca no tienen letras. Cuando los abro surgen.
Al hojear el atlas
proyecto la forma de Sumatra.
El que prende un
fósforo en el oscuro está inventando el fuego.
En el espejo hay
otro que acecha.
El que mira el mar
ve a Inglaterra.
El que profiere un
verso de Liliencron ha entrado en la batalla.
He soñado a Cartago
y a las legiones que desolaron a Cartago.
He soñado la espada
y la balanza.
Loado sea el amor
en el que no hay poseedor ni poseída, pero los dos se entregan.
Loada sea la
pesadilla, que nos revela que podemos crear el infierno.
El que desciende a
un río desciende al Ganges.
El que mira un
reloj de arena ve la disolución de un imperio.
El que juega con un
puñal presagia la muerte de César.
El que duerme es
todos los hombres.
En el desierto vi
la joven Esfinge, que acaban de labrar.
Nada hay tan
antiguo bajo el sol.
Todo sucede por
primera vez, pero de un modo eterno.
El que lee mis
palabras está inventándolas.
De:
“La cifra” (1981). En: “Obra poética, 3” (1975-1985), Alianza editorial, 1995.
Jorge
Luis Borges (Buenos Aires, Argentina, 24 de agosto de 1899 – Ginebra, Suiza, 14
de junio de 1986).
Genial!
ResponderEliminar