EL MAESTRO DE KUNG FU
Un
cuerpo viejo pero trabajado para la pelea
madruga y danza
frente a los arenales de Barranco
madruga y danza
frente a los arenales de Barranco
Se
mueve como dibujando
una rúbrica antigua, con esa gracia, y
sin embargo, está hiriendo, buscando el punto
de muerte
de su enemigo, el aire no, un invisible
de mil años.
una rúbrica antigua, con esa gracia, y
sin embargo, está hiriendo, buscando el punto
de muerte
de su enemigo, el aire no, un invisible
de mil años.
Su
enemigo ataca con movimientos de animales
agresivos
y el maestro los replica
en su carne: tigre, águila o serpiente van sucediéndose
en la infinita coreografía
de evitamientos y desplantes.
agresivos
y el maestro los replica
en su carne: tigre, águila o serpiente van sucediéndose
en la infinita coreografía
de evitamientos y desplantes.
Ninguno
vence nunca, ni él ni él,
y mañana volverán a enfrentarse.
–Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario
cuando danzo –me dice el maestro–.
y mañana volverán a enfrentarse.
–Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario
cuando danzo –me dice el maestro–.
Y
niega, muy chino, y sólo dice: él me hace danzar a mí.
LA RANITA
Duermes,
mi complacida. Y veo
con qué perfección, equidistancia y malicia
se disponen en tu cuerpo tendido
tus yemas de gusto
concupiscente.
Ahora tus yemas están dormidas,
pero cuando estén despiertas provocan muchas ocurrencias.
La que más provoca es tu ranita lúbrica
llamada clítoris.
(Entre las hojas de los trópicos
he visto ranitas coloradas, miniaturas
de carne húmeda
que se contraen o se adelgazan
y nadie las comprende
porque son temperamentales
como las muchachitas humanas)
Tu ranita no late contigo, tiene vida propia
pero no puede deleitarse sola.
La desmesura de su deseo
haría estallar su minúsculo cuerpo. Necesita
extender su gozo
en un cuerpo grande como el tuyo,
y así sobrevive,
convidándote placer.
Antes de tu sueño
viene siempre un ángel plumado y casto
que peina tu piel y censura
a nuestra ranita.
Es que nadie la comprende.
Sólo yo.
con qué perfección, equidistancia y malicia
se disponen en tu cuerpo tendido
tus yemas de gusto
concupiscente.
Ahora tus yemas están dormidas,
pero cuando estén despiertas provocan muchas ocurrencias.
La que más provoca es tu ranita lúbrica
llamada clítoris.
(Entre las hojas de los trópicos
he visto ranitas coloradas, miniaturas
de carne húmeda
que se contraen o se adelgazan
y nadie las comprende
porque son temperamentales
como las muchachitas humanas)
Tu ranita no late contigo, tiene vida propia
pero no puede deleitarse sola.
La desmesura de su deseo
haría estallar su minúsculo cuerpo. Necesita
extender su gozo
en un cuerpo grande como el tuyo,
y así sobrevive,
convidándote placer.
Antes de tu sueño
viene siempre un ángel plumado y casto
que peina tu piel y censura
a nuestra ranita.
Es que nadie la comprende.
Sólo yo.
REGRESANDO AL PERÚ EN
BARCO
Supremas
inmensidades del mar y del cielo, mírenme,
yo soy el que va a su patria,
el que lame la sal que se cristaliza
en las barandas del barco, el que
apoya su peso
en una pierna y otra
para compensar el bamboleo de la nave y así mantener
la línea del horizonte y la línea del corazón.
Hace días que estoy hipnótico en el centro
del Atlántico. La única referencia
para saber que avanzo
es mi propio pasado: está ahora delante
como un tigre que me dio una tregua.
He dejado atrás varios días eternos
y una cáscara de naranja
flotando
en el Mediterráneo. La cáscara parece
gracia o ingenio
de la poesía, y en verdad es
algo aterrador cuando cae sobre esos mis días
y las aguas:
es un documento humano, lo mismo
que mi brazo o mi zapato.
Y otra vez voceo:
yo soy el que voy, y salto
para que las inmensidades
me vean. Mírenme
trayendo en mis brazos mi propio cuerpo
para entregarlo a sus dueñas, mi madre
y mi esposa
que me esperan
sabiendo
que nada puede cambiar: ir y volver, un giro
dentro de la misma fuente de salmuera.
Allá en las costas amarillas
de mi país
coma mi carne cualquiera de ellas.
inmensidades del mar y del cielo, mírenme,
yo soy el que va a su patria,
el que lame la sal que se cristaliza
en las barandas del barco, el que
apoya su peso
en una pierna y otra
para compensar el bamboleo de la nave y así mantener
la línea del horizonte y la línea del corazón.
Hace días que estoy hipnótico en el centro
del Atlántico. La única referencia
para saber que avanzo
es mi propio pasado: está ahora delante
como un tigre que me dio una tregua.
He dejado atrás varios días eternos
y una cáscara de naranja
flotando
en el Mediterráneo. La cáscara parece
gracia o ingenio
de la poesía, y en verdad es
algo aterrador cuando cae sobre esos mis días
y las aguas:
es un documento humano, lo mismo
que mi brazo o mi zapato.
Y otra vez voceo:
yo soy el que voy, y salto
para que las inmensidades
me vean. Mírenme
trayendo en mis brazos mi propio cuerpo
para entregarlo a sus dueñas, mi madre
y mi esposa
que me esperan
sabiendo
que nada puede cambiar: ir y volver, un giro
dentro de la misma fuente de salmuera.
Allá en las costas amarillas
de mi país
coma mi carne cualquiera de ellas.
PAISAJE MÓVIL
Más trashumantes que los
hombres
o
mas desalojados
son
los infinitos desiertos de mi país.
Todavía
no encuentran un sitio
para
establecerse, y continuamente viajan
así:
se
elevan a 10 centímetros del suelo
y
avanzan flotando
como
una suave marea
de
arena.
Hacia
las cuatro de la tarde, con el viento,
cruzan
las carreteras, y los viajeros
escuchamos
sus
susurros:
tal vez no haya ningún
lugar en la tierra
donde acomodar los
trastos
y los huesos.
De
noche se recogen en dunas, como en pascana,
y
bajo la luna de los desposeídos
parecen
gigantes de gran lomo
que
meditan una patria mientras defecan.
En:
“Cosas del cuerpo”, Peisa, Perú, 2008.
José
Watanabe (Laredo, 17 de marzo de 1945 - Lima, 25 de abril de 2007).
Foto:
Paul Vallejos. José Watanabe en su casa de Lima, Perú, 2007.
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