EL GUARDIÁN DEL HIELO
Y
coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.
Oh
cuidar lo fugaz bajo el sol...
El
hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.
Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.
Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.
No
se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
yo soy el guardián del hielo.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
yo soy el guardián del hielo.
EL DEVOTO
En
este profundo depósito
de
catedral, hieráticos
como
una triste cuadrilla de obreros de yeso
los
santos esperan al restaurador.
En
un altar y otro
fueron
deteriorándose, atacados por las moscas,
las
polillas y los abusos
de
la fe.
Aqui
ya no son San Francisco, San Valentín, San Judas,
cualquiera
es cualquiera, bultos
humanos,
desfigurados y sin nombre, esperando
al
viejo restaurador
que murió hace tiempo.
Estos
anónimos
que
fueron rezados, celebrados, contemplados
con
infinita devoción
son
ahora mis santos. Aquí soy el único fiel y el prelado.
Ante
ellos me arrodillo
y
rezo con mas solidaridad que fe.
LOS POETAS
Abelardo
me ha hecho un honor,
me
ha pedido que presente su libro. Ay amigo,
exímeme
de larga opinión. Bien sabes
que
cuando un poeta honrado lee a otro honrado
sólo
le busca una palabra, una sola, la que hace sonar
a
las otras.
«Rosebud», dijo Kane. Una palabra así,
como
caída de un cielo. ¿Cómo hallarla entre las astucias
de
la poesía y del mucho ingenio
que
banaliza los poemas?
Yo
la estoy buscando sin prisa, entre todos
los
honrados, y con un resabio de sangre en la boca
como
si estuviera masticando
mi
propia lengua.
En:
“Cosas del cuerpo”, Peisa, Perú, 2008.
José
Watanabe (Laredo, 17 de marzo de 1945 - Lima, 25 de abril de 2007).
Foto:
Paul Vallejos. José Watanabe en su casa de Lima, Perú, 2007.
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