Foto: Horacio Castillo. Archivo de la talita dorada, 2004
Omphalos
Toma una
piedra – dijo el mensajero – y marca el centro del mundo.
Pregunté de puerta en puerta, de plaza en plaza, de ciudad en ciudad,
pero nadie sabía responder. Y seguí a tientas el camino,
perdiendo a veces el rumbo, volviéndolo a encontrar,
confiando solamente en las palabras de los mensajeros:
Toma una piedra y marca el centro del mundo.
Más de una vez estuve a punto de renunciar,
de echarme para siempre junto al sueño de los padres,
pero de pronto el corazón comenzaba a saltar dentrodel
pecho,
venían a mi boca palabras de una lengua desconocida,
y apresurandoel paso
exclamaba: Antes de que se vaya la estrella.
Así llegué a una tierra donde lo primero que vi
fue un hombre que había hecho un agujero en una tumba
y echando agua fresca, repetía: Bebe, hijo mío.
Después vi una multitud que excavaba el lugar
y sacando los huesos de los muertos los llevaba en un carro,
delantedel
cual iba una mujer arrojando piedras al sol
y gritando: Ocúltate, para que la muerte no encuentre el camino.
También vi un pájaro que había salido de un pozo
y estaba sobre el brocal, junto al cual las mujeres
se habían congregado para interrogarlo:
¿Qué has visto allá abajo? – decían. Y el pájaro contestaba:
He visto hombres rapados, muchachas despeinadas,
niños mordiendo la manzana oscura de la nada.
Entonces las mujeres se asomaban a la bocadel pozo
y arrojaban, gimiendo, grandes ramos de albahaca.
Había allí un árbol gigantesco, un tronco petrificado
junto al cual las muchachas llenaban de lana las almohadas
y colchones, y trenzando los cabellos de la novia, cantaban:
“Oh mi blanco algodonero, nadie te arrebatará,
y nuestro patio tendrá gracia, nuestra casa luz”.
Los hombres bailaban gravemente en círculo
y el que llevaba la ronda, golpeando el suelo con el pie,
cantaba: “Esta es la tierra que nos comerá,
esta es la tierra que come niños,flores y
muchachas”.
Llegué junto al árbol y bailé con aquellos hombres,
tomadosdel hombro bailamos toda la noche,
hasta que mi boca empezó a balbucear una lengua desconocida
y volví a oír la vozdel mensajero:
Toma una piedra y marca el centrodel
mundo.
Tomé una piedra y la puse junto al árbol
y la piedra se llenó de hojas, el árbol de sol.
Pregunté de puerta en puerta, de plaza en plaza, de ciudad en ciudad,
pero nadie sabía responder. Y seguí a tientas el camino,
perdiendo a veces el rumbo, volviéndolo a encontrar,
confiando solamente en las palabras de los mensajeros:
Toma una piedra y marca el centro del mundo.
Más de una vez estuve a punto de renunciar,
de echarme para siempre junto al sueño de los padres,
pero de pronto el corazón comenzaba a saltar dentro
venían a mi boca palabras de una lengua desconocida,
y apresurando
Así llegué a una tierra donde lo primero que vi
fue un hombre que había hecho un agujero en una tumba
y echando agua fresca, repetía: Bebe, hijo mío.
Después vi una multitud que excavaba el lugar
y sacando los huesos de los muertos los llevaba en un carro,
delante
y gritando: Ocúltate, para que la muerte no encuentre el camino.
También vi un pájaro que había salido de un pozo
y estaba sobre el brocal, junto al cual las mujeres
se habían congregado para interrogarlo:
¿Qué has visto allá abajo? – decían. Y el pájaro contestaba:
He visto hombres rapados, muchachas despeinadas,
niños mordiendo la manzana oscura de la nada.
Entonces las mujeres se asomaban a la boca
y arrojaban, gimiendo, grandes ramos de albahaca.
Había allí un árbol gigantesco, un tronco petrificado
junto al cual las muchachas llenaban de lana las almohadas
y colchones, y trenzando los cabellos de la novia, cantaban:
“Oh mi blanco algodonero, nadie te arrebatará,
y nuestro patio tendrá gracia, nuestra casa luz”.
Los hombres bailaban gravemente en círculo
y el que llevaba la ronda, golpeando el suelo con el pie,
cantaba: “Esta es la tierra que nos comerá,
esta es la tierra que come niños,
Llegué junto al árbol y bailé con aquellos hombres,
tomados
hasta que mi boca empezó a balbucear una lengua desconocida
y volví a oír la voz
Toma una piedra y marca el centro
Tomé una piedra y la puse junto al árbol
y la piedra se llenó de hojas, el árbol de sol.
En
“Alaska”, Libros de Tierra Firme, 1993.
Horacio
Castillo (Ensenada, 28 de mayo de 1934 - La Plata , 5
de julio de 2010).
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