Creo que la frase de Aira fue más entendida (como herramienta “no política” y justamente por eso extremadamente política) que la poesía de Perlongher, aunque ambas, en deglutido pastiche, multiplicaron epígonos. En cuanto al objetivismo, hay que recordar que, más allá de sus múltiples definiciones, su manera “despojada” y “apegada a los hechos” (ese apego fue política de supremo desapego) dominó buena parte de la escritura poética hecha en los últimos veinte años (3).
Aquello de las “chicas pop” y los “muchachos futboleros” (4). Estas “vertientes” no son, hasta donde puedo ver, el corsé de los aquí antologados. Tampoco veo esas actitudes de eterno adolescente, que bien describe Mariano Pérez Carrasco en una bibliográfica: “Estos escritores (los de los noventa) viven la tragedia de que –en virtud del exitismo o de estéticas a la moda– quisieron vivir el presente, expresar el presente y solamente el presente. Hicieron del presente un fin; y como ese presente que eligieron coincidió temporalmente con su adolescencia, quedaron detenidos en aquel tiempo. Son los viejos jóvenes de los noventa” (5). Podría mencionar, también, la mentada cuestión de la antilírica, crucial piedra de toque para tantos poetas en los últimos años. ¿Alguien asume ese uniforme, el de la antilírica, en esta antología? Y hablando de uniformes, no pude ver en estas páginas los medrosos tratos canónicos en los que tantos poetas perdieron y pierden tanto tiempo.
La presente selección funciona todo el tiempo desde una época más amplia, como memoria, como hecho social y cultural presente. El formulario continuo de Kerouac, no la venta de papel picado. Tal vez por esto me parece que, ya desde la selección, ésta es una muestra poética apasionada. Asume la época (que siempre es la historia) con pasión.
5. Como Hamlet, todas las generaciones de poetas han tenido sus fantasmas y sus padres. Nosotros, poetas más o menos jóvenes pero actuales, padecimos la muerte de muchos padres y el posterior ocultamiento de cuerpos, lugares, obras. Como defensa no fue un mal ataque darle voz a los fantasmas. Pero, claro, el tiempo pasado entre fantasmas puede volverse demasiado real. Y entonces hay que dejar la duda, desmalezar, avanzar y largar peso. Pero largar peso no es perder historia. Es criticar, discutir. Los sesenta se pelearon o discutieron con lo anterior, lo mismo los setenta (aunque cortados por la dictadura) y los ochenta. A partir de los noventa sucede otra cosa. Es como si la discusión (la historia) se hubiera detenido, hacia atrás, hacia adelante. Es el puro presente, sin
discusión. Los noventa no se discutieron. De hecho, muchos poetas posteriores no pudieron, no supieron o no quisieron discutir con los noventa. Entre los primeros y los segundos noventistas se dio una relación vertical, como la que se puede dar entre los directivos y los empleados de una empresa. Por eso tanto epígono, por eso todavía puede olerse el desmesurado cuidado por la “fuente de trabajo”. Por eso mucho de lo que vino después parece diluirse, aguarse, derramado del “gran vaso” de los noventa. Bueno, me parece que esta antología no respeta de ese modo a los noventa. Y tal vez no los respete de ningún modo. ¿A quiénes podrían, cualquiera de estos poetas, venderle papel picado.
(3). Al parecer no existen demasiadas dificultades a la hora de definir críticamente tanto al neorromanticismo como al neobarroco-neobarroso. Los reunidos en torno a la revista y grupo Último Reino dejaron, salvo excepciones, más enunciados que poesía. El neobarroco fue prolífico en todos los planos. A diferencia de estas corrientes, el llamado objetivismo se presentó (o lo presentaron) huérfano de padres, planos y poses. Se supone que Joaquín Giannuzzi es su máximo inspirador (al menos lo fue para muchos poetas usualmente vinculados al objetivismo), pero nadie está totalmente de acuerdo en señalarlo como tal. Debido a cierta intención “democratizadora” o “racional” que el objetivismo intentó inyectarle al discurso poético “irracional” (léase neobarroco) de la época, resulta paradójico el sentido pretendidamente “rector” que –desde los poemas pero aún más desde la crítica (ver algunas reseñas paradigmáticas publicadas en Diario de Poesía, particularmente en sus primeros años)– fue asumiendo respecto de otros lenguajes y formas poéticas (fundamentalmente, como quedó dicho, el neobarroco). Como la “ortodoxia” que inauguran en el cine mundial el Dogma 95 y, entre nosotros, películas como Pizza, birra, faso o la serie televisiva Okupas: nada podría ser dicho de otro modo porque esa, la filmada por “nosotros”, es la “realidad”; todas las películas y los modos de actuar anteriores son impostados, como es imposible toda historia que no sea “mínima”, que no cuente el devenir de un perro o las vicisitudes de un anciano en busca de una mecha para su calentador. Las semejanzas entre este cine argentino y el objetivismo son obvias.
(4). Ver El poema y su doble (Ediciones Simurg, 2003) de Anahí Mallol.
(5). Ver artículo de Mariano Pérez Carrasco en Hablar de poesía n° 18. Lo que Carrasco no menciona es que la adolescencia de estos poetas transcurrió, en la mayoría de los casos, durante la dictadura, circunstancia –junto a las demás señaladas por él– no menor a la hora de analizar esa “detención”.
Emiliano Bustos (Buenos Aires, 1972). Publicó: Trizas al cielo (Libros de tierra firme, 1997), Falada (Libros de Tierra Firme, 2001), 56 poemas (La carta de Oliver, 2005), Cheetah (El Surí Porfiado, 2007).
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