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EL BALCÓN DE PUEYRREDÓN
Este balcón, antes, vivía entre árboles;
ahora talados (algunos vecinos
no podían entrar el auto).
Lo hemos llenado de plantas y flores,
pero la desolación de la realidad
igual lo cubre. Pasan autos
a gran velocidad, no sé por qué;
pasa la hinchada visitante
camino hacia y desde la cancha,
sin poder dotarlo de alegría
(es lógico). El balcón vive
esperando esos árboles que él cree
que salieron a caminar
y no han vuelto.
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EL BALCÓN DE ZEBALLOS
Acá pasó al revés: la tristeza
de los días se fue mudando en árboles,
en otros árboles, plantados por nadie
-nadie de aquí; quiero decir, funcionarios-,
que crecieron casi sin enterarse
de los desaparecidos de la vuelta.
Sin saber la tristeza de la calle
vecina. Y hay tilos, y perfuman;
y su olor a los jazmines se mezcla
en las noches. Hermoso. Muy
hermoso. Pero el caso, lo grave del caso,
es que tenemos dos balcones.
Eduardo D’Anna nacío en Rosario en 1948. Poeta, ensayista, novelista y dramaturgo.
Foto: detalle de tapa de 2491 y dedo, Jmp
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