EMMA BARRANDÉGUY:
“Por amor al nombre”, de Marcelo Leites
Emma Barrandéguy nació en nuestra mítica Gualeguay, el 8 de marzo de 1914. Fue maestra, aunque no ejerció la docencia, salvo a través de clases particulares. También fue periodista del diario La Verdad de Gualeguaychú. En 1937 se estableció en forma permanente en Buenos Aires, donde trabajó en el diario Crítica, como archivista y redactora, entre 1938 y 1956, gracias a la convocatoria de Salvadora Onrubia de Botana, de quien posteriormente se convertiría en Secretaria privada. Además trabajó para el Instituto del Cáncer, fue traductora para las editoriales de El Ateneo y Emecé, vendió alhajas, publicó artículos sobre astrología y comenzó la carrera de Filosofía, a los 50 años. Vivió durante un tiempo alternando quincenas en Gualeguay y en Buenos Aires, hasta que a mediados de los ochenta, se estableció definitivamente en la provincia. Durante casi veinte años dirigió la página cultural de El Debate- Pregón, el diario de Gualeguay. Obtuvo en dos ocasiones el premio Fray Mocho, la mayor distinción otorgada por el gobierno de Entre Ríos a la literatura: en 1970, por la obra teatral "Amor saca amor", y en 1984, por la novela "Crónicas de medio siglo". Murió de cáncer, en su ciudad natal, el 19 de diciembre de 2006.
Fue una marginal, una disidente, una mujer que se rebeló frente a la hipocresía de las instituciones y costumbres, frente a la ruindad del mundillo provinciano. Difícilmente pueda encontrarse otro caso similar dentro de la ya vasta historia de la literatura entrerriana: gradualmente Emma se fue quitando todas las máscaras hasta quedar completamente desnuda, cosa que sucede hacia el final de su vida, cuando decide publicar su obra HABITACIONES, en el año 2002, libro escrito, sin embargo, a fines de 1950. Con su publicación recomendada por María Moreno en la editorial Catálogo de Buenos Aires, la autora obtuvo un reconocimiento “nacional”. Pero vayamos por partes. Las habitaciones son los dormitorios de la casa que cerramos con diez mil llaves, antes de permitir que cualquiera entre a espiar y descubra lo que hay adentro, donde guardamos lo que verdaderamente somos. En el caso de Emma, particularmente, su cuerpo, su sexualidad, que luego de su matrimonio de doce años con Neil Mac Donald se había ido inclinando cada vez más hacia la homosexualidad o bisexualidad. ¿Pero necesitaba hacerlo? ¿Necesitó esperar 50 años, para publicar su novela? Una mujer que había tenido la valentía de pararse en un lugar único en la década del 30’ en su Gualeguay natal, a la par de los grandes poetas de la Provincia de Entre Ríos, con Juan Laurentino Ortiz, a la cabeza del grupo “Claridad”, vinculado al comunismo y al anarquismo, siendo por otra parte, la única mujer que integraba dicho grupo. ¿No había hecho siempre lo que había querido? Tal vez, ideológicamente, le resultó más sencillo. Sus primeros trabajos revelan un marxismo ortodoxo y una visión un tanto ingenua del capital y del proletariado. Es una poesía de corte netamente social que a veces cae en cierto maniqueísmo: “El martillo y la hoz/no los dejan dormir tranquilos/a los capitalistas” (Primero de mayo) o: “Debemos estar con ellos (los proletarios) para quitarle la tierra a los ricos, para hacer la revolución agraria” (Escucha, campesino).
Pero la vida privada es otra cosa. Tal vez, la época y el pudor impidieron otra posibilidad. La pacatería y prejuicios provincianos la hubieran condenado, si ventilaba sus “habitaciones” en plena luz del día. La cuestión es que “Habitaciones” coloca la vida íntima en un lugar central. Cuando la literatura se vuelve confesión, cuando el “yo” literario es el “yo” del escritor, no hay mediación y asistimos a una exposición infrecuente como lectores, porque la vida privada se hace pública. Podemos pensar que aquí la literatura deja de ser literatura para volverse autobiografía o diario íntimo. Pero entonces, ¿dónde ubicar los poemas de Passolini, de Ungaretti, de Leopardi o el Diario de Pavese? Es justamente ese cruce tan delgado entre literatura y biografía, lo que le otorga a su prosa una marca tan auténtica y original. Desde ese lugar también escribió su poesía. Y la gracia de su tono está en la autenticidad, que a veces puede volverse lacerante; una sinceridad que llega hasta las últimas consecuencias en la persecución de sí misma: No traicionarse, mantenerse fiel a los ideales juveniles, fiel a sí misma. Esa parece haber sido su consigna.
Gran parte de la poesía lírica supone la anulación de la distancia entre el escritor y su imaginario. El sujeto de la escritura es también el objeto de la misma. No hay personajes, ni máscaras, ni heterónimos, sino el poeta mismo quien se ofrece al lector. Desnudo, otra vez. Y esa ofrenda es “amor al nombre”, como sostiene la ensayista francesa Martine Broda: “Suele suceder, en la poesía lírica amorosa, que el nombre propio, que funciona en ese momento como un nombre o un fetiche, sea el objeto visible del amor… En esta poesía es el propio deseo el que resulta epifánico” (BRODA, Martine; El amor al nombre”, Losada, Madrid, 2006).
En la poesía de Barrandéguy, el deseo permanece insatisfecho o sólo satisfecho en los momentos de epifanía, esos instantes imborrables que Barrandéguy reproduce y fija para siempre en su poesía: los encuentros o desencuentros amorosos, el ida y vuelta con los amigos, la unión con plantas y animales y la poesía, por encima de todo: "para recibir de sus manos la palabra/que quería decirme simplemente: Nada hay tan valioso como el amor".
También el amor fue lo que movió a Irene M. Weiss, Doctora en filología, Profesora de la UBA y, actualmente, de la Universidad Johannes-Gutenberg de Maguncia (Alemania). El amor y la fidelidad a la memoria de su amiga. A ella le debemos la edición de la poesía completa de Emma Barrandéguy. En noviembre del año pasado, la colección Fénix de Ediciones del Copista de la ciudad de Córdoba, publicó “POESÍAS COMPLETAS”. El volumen reúne las libros de poesía que la autora publicó en vida: Poemas -1934-35 (1936), Las puertas (1964), Refracciones (1986), Camino hecho (1996), y numerosos inéditos escritos en diferentes épocas –que abarcan más de la mitad del ejemplar-, constituidos por las Poesías sueltas, los Poemas II (1933-1943), Archivo y los Últimos poemas (del 2002, al 2006), con un excelente estudio introductorio de la Dra. Weiss.
El libro es altamente recomendable, por varios motivos. Permite poner en relación todos los textos de Emma, que andaban dispersos en revistas y otras medios, con los inéditos y los de los libros publicados. Sitúa la obra de Emma Barrandéguy dentro del canon provincial: al lado de María Teresa Fabani o María Esther de Miguel, cerca de Ortiz o Mastronardi. Permite también leer sus poemas en contrapunto con su prosa, de la que no está tan lejos, de hecho, pueden leerse como una continuación, un comentario o un anticipo de “Habitaciones”. Si bien formalmente, a veces apelan a la métrica regular y adoptan formas cristalizadas como alejandrinos, endecasílabos, sonetos, etc., hay innumerables poemas en verso libre y en prosa.
El lenguaje es coloquial, directo, transparente. La sencillez de su estilo está en consonancia con una actitud muy vital que tiene su centro de gravedad en el estoicismo. Una sabia aceptación de lo que la vida ofrece en el mero transcurrir de una existencia. Por eso, aun cuando haya nostalgia –del amor esquivo o efímero, de algunos seres queridos-, aun cuando la poeta esté atravesada por las ausencias o el paso del tiempo-, el tono nunca llega a la desesperación: “vuelve a florecer el lirio atigrado/Miro sin asombro el milagro. / Envejezco, /rabiosa de vida, como el lirio.”
Con Emma Barrandéguy asistimos a una mirada que renueva la vieja relación vida y literatura, hasta el punto de no saber bien dónde empieza una y termina la otra. Cuando esa fusión obra de modo tan imperceptible, la poesía sale ganando. Dentro de las páginas de este libro, los lectores encontrarán un modo de estar en el mundo, la respiración de Emma, sus articulaciones secretas. Y nos enseña: “De todos los poetas /podría extraer una cita/que a mi modo de vida se aviniera/y eso sería bastante.” Es lo que hizo, no sólo con sus libros y autores amados, sino también con muchos escritores que la visitaban y le leían sus textos y ella los ayudaba y guiaba, generosamente. Podría seguir extractando sus versos; prefiero que lo hagan ustedes mismos; cuando lean la obra podrán encontrar unos cuantos versos y poemas que los acompañen mientras caminan.
Marcelo Leites, Concordia, 25.01.10, para "El Diario" de Paraná, publicado en 02.02.10
Marcelo Leites nació en Concordia, Entre Ríos, en 1963. Poeta y crítico literario.
Foto: Emma Barrandéguy
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Gracias, José. Nunca pensé que publicarías el artículo completo. Ojalá se lea ese libro de Emma, tiene unos cuantos poemas inolvidables. Un gran abrazo.
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