EL OSITO EN LA CAJA
Es un osito de mármol
no más grande que mi pulgar
pero me mira desde que era niña.
Está guardado en una cajita
junto a un perro de pasta
echado en el camino del pesebre.
Son mis juguetes,
restos de grandes manadas
que caminan por mis sueños.
Los tigres de actitudes sinuosas
murieron en formidables batallas
pero el osito resta,
sentado en sus patas traseras
todo blanco salvo sus ojos.
Cabe holgadamente en mi mano
y lo aprieto para calentarlo
pero el osito permanece igual y quieto
como cuando en la selva del jardín
aguardaba las otras bestias,
soñando con los témpanos lentos.
Igual que yo,
mirando las verdes vegetaciones de la vida
desde la cajita de tarjetas
que me contiene.
COMPARTIDA
Miro subir la luna llena
en el cielo malva de este otoño porteño
y siento que en la ciudad
los atardeceres tienen asimismo su belleza,
y abril trae las uvas del oeste
tan sensuales que es necesario morderlas,
romper su carne
como cuando pelamos los morrones asados
y el jugo nos cae por los dedos.
Estos frutos
y el andar por las calles
perdida entre las gentes
sin que la comarca traiga
sus voces repetidas,
me permiten mirar con delicia las tardes
y compadecerme de las oficinas
donde muere la piel de las mujeres
y se embellecen
las corbatas de los hombres,
a medida que pasan los años.
Aquí o allá
la vida es ese fulgor
que se abre entre las nubes
y la persistencia pausada y aleve
de un dolor en el hombro derecho,
en todos los hombros.
En Poesías completas, Ediciones del Copista, Córdoba, Argentina, 2009 /
Emma Barrandéguy nació en Gualeguay, Entre Ríos, el 8 de marzo de 1914. Murió, en su ciudad natal, el 19 de diciembre de 2006 / Foto: jmp /
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