ZAMARA
Estaba junto al río y nadie lo sabía; sólo yo la vi meter sus pies pequeños en el agua y destrozar el paisaje que trémulo flotaba. Luego me dijo que le dolía el día, que para su herida la noche era su venda.
Por un momento pensé que el río era el llanto prolongado de su manera de vivir.
Pero ha pasado algo sorprendente, ella masticó una hoja extraña, una hoja que al ser masticada convirtió a Zamara en el agua del río.
Yo no sé escribir poesías, yo no sé escribir cuentos, pero hay un muchacho que todos los días penetra en el bosque con una armónica, y cuando la toca, el río se detiene, y todos los pájaros del bosque se juntan y se llevan volando al muchacho hasta un lugar altísimo de la montaña, allá donde nace el río.
Este muchacho quería mucho a Zamara.
Yo no sé escribir poesías. Yo no sé escribir cuentos, pero el bosque era otra cosa cuando tocaba su armónica este muchacho analfabeto como las estrellas…
En Los relámpagos lentos, Editorial Sudamericana, 1966 /
Manuel Antonio del Cabral Tavárez (Santiago de los Caballeros, República Dominicana, 7 de marzo de 1907 – Santo Domingo, 14 de mayo de 1999) / Foto: jmp /
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