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jueves, 31 de marzo de 2022

LUIS PASTOR y PABLO GUERRERO Mi libertad



MI LIBERTAD

Intenté buscar tu imagen y la noche era una loba que se iba
Llueve lento en la avenida y los árboles me miran al pasar
Me sumerjo en ese río de los coches y la gente que camina
una vez más

Los relojes se han parado, pido fuego y alguien pasa, va corriendo
En los cubos de basura una sombra busca algo que comer
Llueve en los escaparates y unos jóvenes se besan en la acera
va a amanecer (va a amanecer)

Buscaré tu cabellera de lejano cometa
No estaré ni un solo día cansado de soñar
Cantaré con la alegría del que va siempre a tu lado
mi libertad (mi libertad)

Los periódicos mojados y la luna que me mira indiferente
Unos pasos se detienen y una anciana busca lenta su portal
Amanece en los tejados y te doy mis pensamientos, vuelvo a casa
por ver si estás (por ver si estás)

Buscaré tu cabellera de lejano cometa
No estaré ni un solo día cansado de soñar
Cantaré con la alegría del que va siempre a tu lado
mi libertad (mi libertad)


En elepé Aguas abril, PolyGram, 1988 / La letra es de PABLO GUERRERO, la música y versión de LUIS PASTOR / Fotos: jmp / 
Luis Pastor Rodríguez (Berzocana, Cáceres, España, 9 de junio de 1952) / 
José Pablo Guerrero Cabanillas (Esparragosa de Lares, Badajoz, España, 18 de octubre de 1946) / 







jueves, 17 de marzo de 2022

OLGA OROZCO ¿Quién ha dicho acaso que éste fuera un lugar para mí?



LAMENTO DE JONÁS 

Este cuerpo tan denso con que clausuro todas las salidas, 
este saco de sombras cosido a mis dos alas 
no me impide pasar hasta el fondo de mí: 
una noche cerrada donde vienen a dar todos los espejismos de la noche, 
unas aguas absortas donde moja sus pies la esfinge de otro mundo. 

Aquí suelo encontrar vestigios de otra edad, 
fragmentos de panteones no disueltos por la sal de mi sangre, 
oráculos y faunas aspirados por las cenizas de mi porvenir. 
A veces aparecen continentes en vuelo, plumas de otros ropajes sumergidos; 
a veces permanecen casi como el anuncio de la resurrección. 

Pero es mejor no estar. 
Porque hay trampas aquí. 
Alguien juega a no estar cuando yo estoy 
o me observa conmigo desde las madrigueras de cada soledad. 
Alguien simula un foso entre el sueño y la piel para que me deslice hasta el último abismo de los otros 
o me induce a escarbar debajo de mi sombra. 

Es difícil salir. 
Me tapian con un muro que solamente corre hacia nunca jamás; 
me eligen para morir la duración; 
me anudan a las venas de un organismo ciego que me exhala y me aspira sin cesar. 

Y el corazón, en tanto, 
¿en dónde el corazón, 
el tambor de nostalgias que convoca en tinieblas a todos los relevos? 
Por no hablar de este cuerpo, 
de este guardián opaco que me transporta y me retiene 
y me arroja consigo en una náusea desde los pies a la cabeza.

Soy mi propio rehén, 
el pausado veneno del verdugo, 
el pacto con la muerte. 

¿Y quién ha dicho acaso que éste fuera un lugar para mí? 


EL CONTINENTE SUMERGIDO 

Cabeza impar, 
sólo a medias visible desde donde se mire 
y a medias rescatada de un exilio sin fin en la cabeza de la bruma. 
Es opaca por fuera, 
impermeable al bautismo de la luz, 
porosa como esponja a las destilaciones de la noche insoluble. 
Pero por dentro brilla; 
arde en un remolino de cristales errantes, 
de chispas desprendidas de la fragua del sueño, 
de vértigos azules que atestiguan que es la tumba del cielo. 
Se supone que alguna vez fue parte desprendida de Dios, 
en forma de tiniebla, 
y que rodó hacia abajo, cercenada sin duda por la condenación de la serpiente. 
Se ignoran los milenios y las metamorfosis, 
las napas de estupor que debió atravesar hasta llegar aquí, 
girando como sombra de topo entre raíces, 
avanzando después como un planeta ciego 
que se condensa en humo, en vapor, en eclipse. 
Fue aspirada hacia arriba, 
erigida en lo alto de un tronco a la deriva que apenas la retiene, 
con dos cavernas sordas para escuchar la voz que rompe contra el muro, 
con dos estrías vanas para ver desde un claustro la caída, 
con un olor de bestia acorralada debajo de la piel, 
con un sabor de pan sepultado entre ayunos, 
y esta lengua insaciable 
que devora el idioma de la muerte en grandes llamaradas. 
Cabeza borrascosa,
cabeza indescifrable, 
cabeza ensimismada: 
se asemeja a un infierno circular 
donde el perseguidor se convierte de pronto en perseguido, 
siempre detrás de sí, o delante de mí, 
que no sé desde dónde surjo a veces, aferrada a este cuello, 
sin encontrar los nudos que me atan a esta extraña cabeza. 


PARENTESCO ANIMAL CON LO IMAGINARIO 

Brotando acusadora, como ciertos oleajes emplumados sobre la superficie de un estanque asesino o esa loca maleza que enfunda de la noche a la mañana algún recinto destinado a ser estatua y tumba del secreto cautivo, mi cabellera es la evidencia escalofriante de lo que oculto en mí. Lo denuncia, lo exalta, lo pregona. Pero ¿qué oculto en mí, como no sea mi maraña de sombras y esa legión orgánica y sin rostro que oficia en mis entrañas? ¡Contra ellas la tibia, la densa, la inocente o perversa y filiforme delación! 
     O tal vez sea apenas, simplemente, un fulgor semejante, una metamorfosis del hechizo interior, si no el manto piadoso de la estirpe animal sobre la exigua tentativa humana. O tal vez nada más que el último recurso de la fuga o esas prolongaciones insensatas que emite la nostalgia. 
     ¿Y a expensas de qué vive esta especie de ráfaga atrapada, esta indolente enviada de otro mundo arraigado en el hambre, parásita de fiebres, vampira en la profunda garganta de los sueños? Sé que extrae de mí un alimento tan letal como el vaho que exhalan los sofocantes folletines. Se empapa en una niebla malsana, alucinógena. No en vano esa apariencia de alma errante, de espeso cortinaje dispuesto para el crimen, de lujoso sudario hecho para cubrir o revelar las heridas que dejan los amores fatales en cuerpos de mujer trocados en violentos catafalcos o en proas de navíos sobre lechos de sangre. 
     A veces, siempre a solas, un crujido entre briznas soterradas, una absorción repentina hasta la médula, me anuncian que pretende arrancarme de mí, desenraizarme, como a un tubérculo antropomorfo, para implantarme en la negrura de la fábula igual que a una mandrágora. No cedo, no; me aforro a mis modestas pertenencias. Pero una bocanada casi eléctrica que me impulsa hacia arriba me indica que está a punto de suspenderme de lo alto y cubrirme de filamentos encendidos a manera de lámpara. 
     ¡Ah, las maquinaciones que paralizan las ruedas de la noche! ¡Cuando la oigo respirar a leves sacudidas y deslizarse astuta y sigilosa, destejiendo mi trama, devanando sin duda la urdimbre que me fija a duras penas en este pozo abierto en lo ilusorio!, ¡cuando siento que se escurre feroz, palpando los objetos y los muebles con oscuras llamaradas dementes, y tapiza sin tregua, como una devoradora enfermedad, el piso y las paredes, y se en rosca y palpita en esta habitación lo mismo que una insaciable y esponjosa bestia exigiendo la dádiva de todo el universo!, ¡qué visión admirable!, ¡qué fiesta en los telares del Apocalipsis! ¡Espléndido proyecto el de invadirlo todo o acosarnos cambiando de lugar, como el bosque de Birnam! La misma ambigüedad de una obra maestra. 
     Pero no. Se retrae. Se domestica como un gato. Se convierte en caricia vagabunda en busca de caricias, en reclamo entre insomnios más lentos que las letanías. 
     A lo sumo un ansioso follaje que susurra el idioma del amor, un lluvia sensual embalsamada por el asombro y el deseo, una provocación al fuego, al erotismo. 
     ¿Y por qué no las hebras que segrega la sustancia de la poesía, el delirio de la muerte?


PLUMAS PARA UNAS ALAS 

Un metro sesenta y cuatro de estatura sumergido en la piel 
lo mismo que en un saco de obediencia y pavor. 
Cautiva en esta piel, 
cosida por un hilo sin nudo a esta ignorancia, 
aferrada centímetro a centímetro a esta lisa envoltura que me protege a medias y por entero me delata, 
siento la desnudez del animal, 
el desabrido asombro del santo en el martirio, 
la inexpresiva provocación al filo de cuchillo y al látigo del fuego. 
No me sirve esta piel que apenas me contiene, 
esta cáscara errante que me controla y me recuenta, 
esta túnica avara cortada en lo invisible a la medida de mi muerte visible. 
Apenas una pálida estría en la muralla: 
la tensa cicatriz sobre la dentellada de la separación. 
No puedo tocar fondo. 
No consigo hacer pie dentro de esta membrana que me aparta de mí, 
que me divide en dos y me vuelca al revés bajo las ruedas de los carros en llamas, 
bajo espumas y labios y combates, 
siempre a orillas del mundo, siempre a orillas del vértigo del alma. 
No alcanza para lobo 
y le falta también para cordero. 
Y no obstante me escurro entre los dos bajo esta investidura del abismo, 
invulnerable al golpe de mi sangre y a mi pira de huesos. 
¿Quién apuesta su piel por esta piel ilesa e inconstante? 
Nada para ganar. 
Todo para perder en esta superficie donde sólo se inscriben los errores sobre la borra de los años. 
Y ese color de enigma que termina en pregunta, 
esa urdimbre cerrada donde cruzan sus hilos la permanencia y la mudanza, 
esa simulación de mansedumbre alrededor de un cuerpo irremediable, 
ese aspecto de falso testimonio con que encubre, bajo la misma lona, el fantasma de ayer y el de mañana, 
ese tacto como una chispa al sol, o un puñado de vidrios, o un huracán de mariposas, 
¿a imagen de quién son? 
¿A semejanza de qué dios migratorio fui arrancada y envuelta en esta piel que exhala la nostalgia? 
Una mutilación de nubes y de plumas hacia la piel del cielo. 


EL SELLO PERSONAL 

Estos son mis dos pies, mi error de nacimiento, 
mi condena visible a volver a caer una vez más bajo las implacables ruedas del zodíaco, 
si no logran volar. 
No son bases del templo ni piedras del hogar. 
Apenas si dos pies, anfibios, enigmáticos, 
remotos como dos serafines mutilados por la desgarradura del camino. 
Son  mis pies para el paso, 
paso a paso sobre todos los muertos, 
remontando la muerte con punta y con talón, 
cautivos en la jaula de esta noche que debo atravesar y corre junto a mí. 
Pies sobre brasas, pies sobre cuchillos, 
marcados por el hierro de los diez mandamientos: 
dos mártires anónimos tenaces en partir, 
dispuestos a golpear en las cerradas puertas del planeta 
y a dejar su señal de polvo y obediencia como una huella más, 
apenas descifrable entre los remolinos que barren el umbral. 
Pies dueños de la tierra, 
pies de horizonte que huye, 
pulidos como joyas al aliento del sol y al roce del guijarro: 
dos pródigos radiantes royendo mi porvenir en los huesos del presente, 
dispersando al pasar los rastros de ese reino prometido 
que cambia de lugar y se escurre debajo de la hierba a medida que avanzo. 
¡Qué instrumentos ineptos para salir y para entrar! 
Y ninguna evidencia, ningún sello de predestinación bajo mis pies, 
después de tantos viajes a la misma frontera. 
Nada más que este abismo entre los dos, 
esta ausencia inminente que me arrebata siempre hacia adelante, 
y este soplo de encuentro y desencuentro sobre cada pisada. 
¡Condición prodigiosa y miserable! 
He caído en la trampa de estos pies 
como un rehén del cielo o del infierno que se interroga en vano por su especie, 
que no entiende sus huesos ni su piel, 
ni esta perseverancia de coleóptero solo, 
ni este tam-tam con que se le convoca a un eterno retorno. 
¿Y adónde va este ser inmenso, legendario, increíble, 
que despliega su vivo laberinto como una pesadilla, 
aquí, todavía de pie, 
sobre dos fugitivos delirios de la espuma, debajo del diluvio? 


ANIMAL QUE RESPIRA 

Aspirar y exhalar. Tal es la estratagema en esta mutua transfusión con todo el universo. 
     Día y noche, como dos organismos esponjosos fijados a la pared de lo visible por este doble soplo de vaivén que sostiene en el aire las cosmogonías, nos expandemos y nos contraemos, sin sentido aparente, el universo y yo. Lo absorbo hacia mi lado en el azul, lo exhalo en un depósito de brumas y lo vuelvo a aspirar. Me incorpora a su vez a la asamblea general, me expulsa luego a la intemperie ajena que es la mía, al filo del umbral, y me inhala de nuevo. Sobrevivirnos juntos a la misma distancia, cuerpo a cuerpo, uno en favor del otro, uno a expensas del otro -algo más que testigos-, igual que en el asedio, igual que en ciertas plantas, igual que en el secreto, como en Adán y Dios.      
     ¿Quién pretende vencer? Bastaría un error para trocar las suertes por el planeo de una pluma en la vacía inmensidad. Mi orgullo está tan sólo en la evidencia del apego feroz, en mi costado impar -tan ínfimo y sin duda necesario- que crece en la medida de su pequeñez. 
     Cumplo con mi papel. Conservo mi modesto lugar a manera de pólipo cautivo. Me empino a duras penas en alguna saliente para hallar un nivel de intercambio al ras del bajo vuelo, un punto donde ceda dignamente mi propia construcción. 
     Más corta que mis ojos, más veloz que mis manos, más remota que el gesto de otra cara esta errónea nariz que me arranca de pronto de la lisa paciencia de la piel y me estampa en el mundo de los otros, siempre desconocida y extranjera. 
     Y sin embargo me precede. Me encubre con aparente solidez, con intención de roca, y me expone a los vientos invasores a través de unas fosas precarias, vulnerables, apenas defendidas por la sospecha o el temblor. 
     Y así, sin más, olfateando costumbres y peligros, pegada como un perro a los talones del futuro, almaceno fantasmas como nubes, halos en vez de bienes, borras que se combinan en nostálgicos puertos, en ciudades flotantes que amenazan volver, en jardines que huelen a la loca memoria del paraíso prometido. 
     ¡Ah, perfumes letárgicos, emanaciones de lluvias y de cuerpos, vahos que se deslizan como un lazo de asfixia en torno a la garganta de mi porvenir! 
     Una alquimia volátil se hacina poco a poco en los resquicios, evapora las duras condensaciones de los años, y me excava y me sofoca y me respira en grandes transparencias que son la forma exangüe de mi última armazón. 
     Y aunque aún continúe la mutua transfusión con todo el universo, sé que “allí, en ese sitio, en el oscuro musgo soy mortal, y en mis sueños husmea interminablemente un hocico de bestia”, un hocico implacable que me extrae el aliento hasta el olor final. 




En Museo salvaje, Editorial Losada, primera edición 12 de diciembre de 1974 / Selección y fotos: jmp / Gracias Lis / 
Olga (Noemí Gugliotta) Orozco (Toay, provincia de La Pampa, 17 de marzo de 1920 – Buenos Aires, 15 de agosto de 1999) / 

miércoles, 16 de marzo de 2022

ESTELA FIGUEROA El secreto de mi pena



ANTES DE RELEER A CONSTANTINO KAVAFIS 

Los ojos 
dorados o castaños… 
No. 
Del color de las ágatas 
vistas en soledad 
a contraluz. 

La nuca 
todavía adolescente 
contra mi boca. 

¿Era amor 
el sentimiento?
Me deshacía. 
-Árbol en la tormenta 
fui. 
Pájaro 
en el árbol. 
Tormenta 
fui- 

Fui una yegua sedienta galopando 
y fui también 
la cincha que la detiene 
ése es el secreto 
de mi pena.


EL POEMA MALO
 
Amortajado por una red de palabras
tachaduras y manchas
conservo del poema malo
su esqueleto precario.
 
Digo que la idea no era mala
así como puedo decir de otra mujer
-No es fea.
Pero si una buena idea
no es perfectamente desarrollada...
Pero si una mujer hermosa
no lleva un hermoso vestido...
 
En el cajón de la mesa lo escondí
junto con remedios, resultados de análisis y facturas.
¡Y pensar que lo escribí creyendo
que lo llevaría sobre la frente
incrustado como una perla
o un pequeño ojo perfecto
que reflejaría el mundo!


EL GOMERO

De entre todos los árboles
que miro en mis caminatas
prefiero el gomero.

Quisiera parecerme a él.
No se pierde en dádivas de flores.
No sucumbe a las tormentas.
Da sombra al fatigado.

Sus hojas de un verde intenso
son fuertes, nervadas y lechosas.
La raíz es profunda y se extiende desaforada:
levanta veredas
resquebraja paredes.

En el invierno las hojas
se tornan de un amarillo purísimo
y caen una a una sobre la calle
como lágrimas
de un enorme Dios que llorara.


BUSCANDO EL POEMA

Atropellada como un perro.
Selectiva como un gato.
Lo busco.

Fiel como tallada en piedra.
Blanda como la espuma.
Inocente como un fantasma
que vaga por la ciudad.
Lo busco.

Lejos parece que algo brilla:
¿será el poema?
Sobre una cinta de fuego
camino a su encuentro.
Atropellada.
Selectiva.
Blanda.
Inocente.
Despiadada.


CONSTRUCCIONES 

He aquí la casa.
En nada parecida a la idea que
-por sus poemas- uno se hace
de la casa de los poetas:

ventana al río
o al “vértigo horizontal” de la llanura
“soledumbre antiquísima”
terreno cóncavo (o espacio hueco
si se quiere) de Henri Michaux.

He aquí la casa, lo que la puebla
y lo que ella conforma.
Qué disgusto será para el viajero
fatigado
reposar aquí.
Ni el acto simple
de abrir la ventana
para que la humedad florecida
del jardín
en otoño
penetre.
Puesto que no hay ventanas
su ademán
chocaría en vano
contra la tozudez
de la casa.
Y lo que ella conforma… 
Se nos dice: al morir
arribamos en tropel
como niños de fiesta
a una espaciosa casa
donde vivimos nuestra vida
en el sentido en que se recuerda un sueño:
-desde la muerte recién consumada
hasta el momento de nacer-
y que este
ejercicio de memoria
es la felicidad.
Pero no es esa mi casa.

También se nos dice
si la tarde aguarda
en un cielo despejado
que el pensamiento comprende
-: Tu tiempo ha terminado.
En ese, el momento
en que más necesario era
quedarnos en la casa
escuchando cómo canta
rumorosa la sangre
adecuando el mobiliario
a nuestro pequeño tamaño
limando aquí una aspereza del piso
allá una arruga de la pared
ansiosamente
dándole un poco de lo que somos
equilibrándonos un poco
para poder
volver a nuestro lado.



En El hada que no invitaron, Obra poética reunida 1985 - 2016, Bajo La Luna Editorial, Buenos Aires, 2019 / Selección y fotos: jmp / 
Estela Figueroa (Santa Fe, 12 de agosto de 1946) / 




José María Pallaoro lee un poema de Estela Figueroa

viernes, 11 de marzo de 2022

GRACIELA CROS Poemas de Regreso a las invernadas



I
El debe y el haber


EL DEBE Y EL HABER 

¿Qué va primero? 
¿La vida o la poesía?

¿Qué atenta contra la poesía?
¿Las distracciones, la pereza?
¿La ausencia de voluntad? 
La falta de confianza, de imaginación,
¿La cobardía? 

¡Hasta cuándo se es poeta!

Si se agota la pila hay recarga.
La poesía vuelve después de un bloqueo. 
Si lo hace 
es 
porque quiere 
o vuelve porque la determinación se esfuerza 
y lo consigue.

¿Ella volvería? 

Ella
quiere volver 
aún cuando no se la venere en un altar
y se la baje a la tierrita de lo cotidiano.

¿Se es menos poeta cuando una se ve como un ser común y corriente?
¿Se es menos poeta cuando se rehúye lo sublime?

¿Se es menos poeta cuando una se inscribe 
en el oficio de trabajar con la materia poética?

Se puede ser una mujer común y corriente 
y trabajar con la materia poética.

¿Se puede definir 
trabajar con la materia poética?

¿Se puede definir 
materia poética?

¿Estoy en lo cierto si digo que hay consenso 
respecto a lo atractivo del poeta personaje? 
¿Y que esto 
no necesariamente 
se traduce en buena poesía?

¿Alguien recuerda que T.S. Eliot trabajaba de gerente de banco?
Te preguntás 
cómo 
T.S. Eliot escribía La tierra baldía 
mientras revisaba las columnas del debe y el haber de un balance.

¿T.S. Eliot salió de sí y se convirtió 
en el Padre de la Poesía Contemporánea?
¿O pudo tener ese gesto romántico 
-tratándose de un clásico justamente- 
por haber estado cada día 
con las columnas del debe y el haber bajo sus ojos?

¿Él tenía sed y la poesía 
era el chorrito de agua que la calmaba?

Está bien apagar la sed de poesía mirando 
las columnas del debe y el haber.

Tener sed de poesía alcanza.

¿Importa más estar en el chorrito de agua poética que en el canon?
¿Importa más usar a la poesía como catarsis 
que dejarse transformar por ella 
y caminar con los ojos cerrados?

¿La buena poesía se deja usar como catarsis?

La buena poesía se deja usar.

La poesía es la que trae algo nuevo 
que estalla 
dentro de tu cabeza y tu corazón 
y ya no sos el mismo. 

¿O es la que repite un runrún conocido 
y por eso no desconcierta ni obliga a pensar 
qué sucede?

Una mañana vi a una mujer de caderas amplias entrando al mar 
con una larga trenza rodando en su espalda desnuda 
y sentí que esa visión 
era
la poesía.

Entonces pensé: 
a la poesía hay que escribirla,
¿o ella se escribe sola?
¿Si la tengo que escribir es un oficio?
¿Y si se escribe sola qué es?

La poesía que se escribe sola no necesita al poeta.
No funciona al revés: 
el poeta siempre necesita a la poesía. 


NO VAS A SACAR MÁS NADA DE AHÍ, ESE POZO ESTÁ SECO

Para esperarte, 
mi amor,
estoy aquí
pintada como una puerta (diría mi madre),
perfumada, encremada, lijada, pulida, 
lustrada, barnizada, esmaltada, bruñida, 
tersa, satinada, esmerilada, 
radiante, chispeante, centelleante, 
resplandeciente, brillante,
diamantina, vivaz, irisada, reluciente, 
acicalada
hasta
el hartazgo, 
estoy aquí 
para ver cómo entrás de la calle 
y vas rápido a ducharte 
y sacarte de encima 
mi amor, 
ese olor que traés,
ese rotundo y claro 
olor.


CITA EN SARMIENTO 

La casa del poeta no es el poeta.
El pueblo del poeta no es el poeta.
Las calles del poeta no son el poeta.
Los versos del poeta no son el poeta.
Y así podría seguir un largo rato más.
Igual, como a toda regla le sucede,
hay excepciones y por eso planeamos 
una cita en Sarmiento.

Felices como niños o perdices o ranas,
allí quisimos ir 
para encontrarnos con el motivo de su poesía, 
que, como ya se ha dicho, no es el poeta, no, no,
queda dicho y aceptado que no lo es.

Sin embargo, caminar por sus calles, observar su paisaje,
ver al ciruelo, al manzano, al damasco,
ver al caballo y la vaca parada en el lomo del pajarito,
ver al álamo Manuel Bandeira, al gallo bataraz y 
la gallina de plumas blancas,
ver a los flamencos en la laguna 
y contemplar los mansos campitos linderos 
con hormigas, ciempiés, bichos bolita y 
en el frío bajo cero aplaudir a los futbolistas nocturnos,
y a toda esa prodigiosa cofradía de la naturaleza 
reunida en Sarmiento por la poesía del poeta, 
hizo que siguiéramos los rituales al pie de la letra
para celebrar en cada esquina, cada chacra o potrero
al antepasado membrillo, a la herencia zapallo 
y a la exigencia mínima conejo.

Nuestra cita en Sarmiento nunca llegó a concretarse
(los modos arbitrarios de los días sumaron dificultades 
insalvables, como dicen los diarios),
pero la poesía de ese viaje estaba 
en los versos del poeta que fuimos a buscar
y en los que escribimos para llevar y compartir,
y en los que leímos y releímos, de modo que, 
querido Juan, aquí te escribo para decirte gracias 
por haber sido el anfitrión perfecto de nuestra cita en Sarmiento. 


BIOGRAFÍA NO AUTORIZADA

Nunca permitiré que hablen
del amor
que sentía,
tan sólo el que lo vive
puede saber
de qué se trata

y tampoco.


II
Regreso a las invernadas

REGRESO A LAS INVERNADAS

“Al final parece
que no hay final perfecto.
De hecho, hay infinitos finales.
O tal vez, una vez que se empieza,
solamente hay finales”.
Louise Glück. / Versión de Ezequiel Zaidenwerg.


Adiós poesía, 
días dorados, adiós, adiós.
Es hora de partir.

¡Vamos, agiten los pañuelos!
Ya bajan la escalera para abordar el barco

Muchas cosas salieron bien, brillaron, abrigaron, 
dieron sosiego, entusiasmo, cordura.

Otras salieron mal, no hubo modo de arreglarlas.
Dolieron, arrasaron, no quedó mucho en pie.

Y aquí estamos, a punto de embarcar.
Está por comenzar el nuevo viaje.

Adiós lechugas de la huerta, 
la verde y la morada, la lisa y la crespa, 
adiós esbeltas rúculas, altivas y sencillas, 
las vi crecer con emoción y sus sabores frescos y salvajes 
alegraron mi boca, 
adiós, adiós, 
toca partir.

Adiós fogoso amado, fuiste hermoso conmigo,
tus abrazos y besos,
el calor de tu cuerpo contra el mío,
la sangre alborotándose al cruzarnos, 
¿no volveré a sentirte dentro mío?
Debo partir, me dicen.

Ya ha sido suficiente.
¿Esto era todo?

¡Cuántos finales esparcimos a lo largo y ancho de una vida! 
¡Cuántos nuevos comienzos!
¿Sin la pasión que nos ataba, amado mío,
hubiéramos cumplido tantos años?
En la locura de ese hilo invisible estaba 
la vida entera. 
¡y no alcanzábamos a verlo!
Éramos torpes, necios, egoístas. 
No sé si el torbellino aquél nos tragó y deshizo
o si tenía que llegar este punto final, 
esta clausura.

Adiós bandurrias del jardín, amables y elegantes,
amistosos zorzales, adiós mis flores de amancay, 
abiertas ya en todo su esplendor, presentes 
y radiantes, acaso ¿para despedirme?

Adiós mi primorosa casa de tejuela, 
mi catedral de árbol con sus bordes rojos,
adiós querida, mi refugio, mi cielo protector.*

Adiós, adiós, toca partir.
Toca dejar este poema último 
sin pensar demasiado en lo que busca. 

¿Y qué fue de las abstracciones? 
¿Están haciendo falta en lo que escribo?
Nunca las quise cerca de mis versos,
tal vez sea momento de revisar mi decisión.
No sé, no sé.
¿Menos anécdotas y más consistencia? 
¿Quién lo dicta? ¿El canon? 
¿Más locura y encriptados signos 
a los que hay que escalar como a una montaña?
¿Llegaste arriba alguna vez?
¿Hiciste cumbre? 

Me gustan los poemas que hablan de teros 
o fugaces visiones de lagartijas en las piedras,
de papas o abejas como dice Anne Sexton en su carta a Sylvia, 
y también los que hablan de personas, si nombran a Sharon Olds,
César Vallejo o Thénon me siento en paz, 
sin temor ni penuria.

Toca dejar de escribir, quizás. 
No sé ¿cómo respondo a esto
si estoy escribiendo?

Toca detenerse y ver qué hay. 
Así lo siento.
Soltar lo que tan fuerte apretabas en tu mano.
Parar, parar, parar de hacer.
Ser 
sin 
hacer.

Toca partir de ese lugar, adiós.

Les dejo un nuevo adiós, los quise mucho
y a veces me hicieron doler, sin proponérselo 
o sí, eso no importa,
si fui causante de lo mismo en ustedes, perdón,
no fue consciente, no quise herir sabiendo que lo hacía.
Disfruté con ustedes este tránsito, no lo desaprovechen.
 
Ahora toca partir 
y sin reclamos 

Salgo de viaje, adiós, adiós, 
me voy de los lugares conocidos,
regreso a las invernadas,
toca partir, toca partir,
¿sabían?

*El cielo protector, Paul Bowles



En Regreso a las invernadas, FER (Fondo Editorial Rionegrino), 2022 / Selección de textos y fotos: jmp / 
Graciela Cros (Buenos Aires, 5 de julio de 1945) / Vive en San Carlos de Bariloche / 

martes, 8 de marzo de 2022

MARTÍN RODRÍGUEZ Poemas de Lampiño



Primera parte

(…)
.
y dijo lampiño: 
“la vaca sufre con la teta a la intemperie. 
quería ser una vaca sagrada de la india, 
o una luna llena iluminando 
un río, 
derramando leche antes del rocío… 
pero sueña su sueño fértil con los ojos abiertos 
para verlo nacer, y está bien, 
todos somos una vaca abandonada 
y perdemos la leche, 
todos somos una vaca 
con ganas de ser otra cosa, 
y nuestra propia teta llena 
desolada 
en medio del campo 
mirando la luna con envidia” 


.
decirlo desde el principio:
al final las guerras (las guerras familiares,
o las guerras de guerrilla)
de la casa hacen un templo
que pronto decide su expulsión
en consenso de espíritus:
lampiño queda fuera. y antes de irse promete
decir unas palabras, y va hasta el río
          de las palabras lujosas,
a la orilla donde duerme, su amigo,
          el cristiano layo,
a pescar algo menos vulgar que
          lo que tiene a mano,
y qué pesca?
nada (con mala leche empieza)
todo sigue ahí, intacto,
en su cabeza, sin significado. 


(…)
.
una ampolla tiene alas 
un cardo seco tiene alas, 
todo al final vuela, deja paso a la guerra
pero una mosca
es un ser interior
como el perro que chumba
pero la mosca zumba en su interior
ya profanado, de paso
en el camino hacia la escuela,
en una inmensidad desierta
el zumbido es la única música
los grillos
se callaron todos:
lampiño está hundido en el silencio
como una ampolla: el único zumbido.


Segunda parte

(…)
.
en un cementerio con flores artificiales: navegar
con los brazos y las piernas ortopédicas: navegar
con los dientes de leche: navegar
con el motor del nebulizador: navegar
en la cama: navegar
en charcos de la primera sangre: navegar
el sol como ilusión: navegar
en la corrupción de la herencia: navegar 


(…)
.
¿Había árboles afuera, lampiño? No, había tierra
¿Había un pueblo?
No, había tierra
¿Había gente, y animales?
No, había tierra
desierta
bíblica 



En Lampiño, Editorial Siesta, Buenos Aires, 2004 / Selección y fotos: jmp / 
Martín Rodríguez (Buenos Aires, 8 de abril de 1978) / 

domingo, 6 de marzo de 2022

RITA GONZÁLEZ HESAYNES Es la tierra que canta




CADA QUIEN OYE UNA CANCIÓN 

Es la tierra que canta. No hablo de los hombres, 
de los árboles. Ni siquiera de las tribus desbordantes 
de ácaros, del plancton que formó a humildes 
bocanadas el oxígeno. Antes de toda vida 
de carbono, cuando los viejos vientos 
azotaban la corteza poblada de volcanes 
y de océano, cantaba. Antes, aún, del aire 
esta piedra pulida por el tiempo, arrojada 
por la honda primaria de las gravitaciones, 
cantaba. Antes de que la Luna la observara 
de todas direcciones, de que los astros libres 
volaran a su encuentro y marcaran en cráteres 
el final de su viaje, cantaba. Antes de ser sí misma, 
cuando era polvo y gas girando frente al rostro 
crematorio del Sol, cantaba. Era apenas canción, 
y en esto igual a todos, un sonido improbable 
en medio del mayor de los desiertos, 
vibrando como un grillo 
en la mano impasible de la Nada. 



Gracias a los amigos de la revista Gambito de Papel que me han enviado el número 14 de septiembre de 2021 / Fotos: jmp / 
En revista Gambito de Papel, número 14, septiembre de 2021 / Editores: Daniel Schechtel, Jerónimo Corregido y Santiago Astrobbi Echavarri / 
Rita González Hesaynes (Azul, provincia de Buenos Aires, 1984) / Licenciada en letras / Reside en Berlín, Alemania /