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domingo, 12 de diciembre de 2021

DYLAN THOMAS La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque




UN TIEMPO HUBO 

¿Hubo un tiempo 
en que los danzarines con sus violines 
en los circos de niños olvidaban sus penas? 
Un tiempo hubo en que podían llorar sobre los libros 
pero el tiempo asentó su gusano en las huellas. 
Ellos no están a salvo bajo el arco del cielo. 
Lo más seguro en esta vida es lo que nunca se conoce; 
bajo los signos del espacio ellos, los que no tienen brazos 
tienen manos limpísimas y así como el fantasma sin corazón 
es el único ileso, así el ciego es quien ve mejor. 


SI LOS FAROLES BRILLARAN 

Si los faroles brillaran, el rostro santo se marchitaría 
preso en un octógono de insólita luz, 
y todos los muchachos del amor 
se cuidarían de perder la gracia. 
Los rasgos de sus íntimas tinieblas 
están hechos de carne, pero que venga el falso día 
y que los labios de ella pierdan sus ajados colores, 
que el traje de la momia muestre un antiguo pecho. 

Me han dicho que piense con el corazón 
pero el corazón, como el cerebro, conduce al desamparo; 
me han dicho que piense con el latido, 
que cambie el ritmo de la acción cuando el latido se acelere 
hasta que en un plano se confundan el campo y los tejados 
tan rápido me muevo por desafiar al tiempo, el caballero quieto 
cuya barba se agita en el viento de Egipto. 

He oído el contar de muchos años 
y muchos años tendrían que atestiguar un cambio. 

La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque 
aún no ha tocado el suelo.


ELEGÍA 

Demasiado altivo para morir, murió ciego y vencido 
del modo más sombrío, sin mirar hacia atrás, 
un hombre amable y frío en su mezquino orgullo 

el día más sombrío. Oh que siempre yazga 
luminoso por fin en la colina final llena de cruces, 
bajo la hierba, enamorado y que joven se vuelva 

entre los largos rebaños, y nunca yazga perdido o quieto 
en todos los innumerables días de su muerte aunque 
por sobre todo él suspiraba por el pecho materno 

que era descanso y polvo y en la tierra benévola 
la más oscura justicia de la muerte ciega y profana. 
Dejad que no encuentre otro descanso que ser hallado y protegido 

yo rezaba en el cuarto agazapado, junto a su cama ciega, 
en la casa ya muda, un minuto antes del mediodía 
y de la noche y de la luz. Los ríos de los muertos 

veteaban su pobre mano que sostenía yo mientras veía 
las raíces del mar a través de sus ojos sin vida. 
(Un viejo atormentado, tres cuartas partes ciego. 

No soy tan altivo para gritar que Él y él 
nunca nunca se irán de mi mente. 
Todos sus huesos lloraban y pobre en todo salvo en el dolor, 

aunque fuera inocente, él temía morir 
odiando a Dios, pero en verdad era simple: 
un viejo manso y valeroso en su quemante orgullo. 

Suyos eran los postes de la casa, poseía sus libros. 
Nunca había llorado, ni siquiera de niño 
y no lloraba ahora, salvo ante su secreta herida. 

Yo vi la última luz, que resbalaba de sus ojos. 
Aquí entre las luces del altivo cielo 
un viejo está conmigo dondequiera que voy 

camina en las praderas del ojo de su hijo 
sobre el que males infinitos cayeron como nieve. 
Él gritó ante su muerte, temiendo al fin el último sonido 

de las esferas, el mundo que se iba sin un suspiro 
demasiado altivo para llorar, demasiado débil para aguantar las lágrimas, 
y preso entre dos noches: la ceguera y la muerte. 

Oh, la herida más profunda de todas, era que debía morir 
en día tan sombrío. Oh, pudo al fin esconder 
las lágrimas fuera de sus ojos, demasiado altivo para llorar. 

Hasta que muera yo, él estará a mi lado).


En Poemas completos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1974 / Traducción, prólogo y notas de Elizabeth Azcona Cranwell /
Dylan Thomas (Uplands, Reino Unido, 27 de octubre de 1914 – Nueva York, EEUU, 9 de noviembre de 1953) Fotos: jmp

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