ACHE EFE
a Hugo Foguet
I
Es un amor que no puede ser contado.
Es el amado en el centro del poema quizás, y su poder extraño, ni siquiera sol, ni siquiera Ulises.
Extranjero canto, meridiana y noche, distante y claro, convocando.
Y yo nada, mis cabos sueltos, mi fuerte mirada ya sólo en el amado, en él disuelta, yo nada.
No es un amor de pequeñas algarabías. Es una luna en llamas –y tan sin peso yo en ella– y su cielo un serpentino mar impío que la refleja.
Es un amor que empezó oscuro como un presagio, el pico curvado del cazador en los sueños de los amantes y la voz oracular e íntima de las cosas sin nombre calcinándolos.
El amor de dos poetas, solos, en el centro del poema.
II
Por sobre todo estabas vivo cuando morías y yo te amaba.
Amé tu pecho seco y la avidez de tu boca y de tus palmas.
Recordé el coraje del volatinero al tensar la cuerda.
¿Qué es la muerte del amado?
Es el árbol
la ceniza
el gesto tierno
de lo cotidiano.
El capullo de la rosa china entre las aspas de un molino.
Radiación traviesa del poema en la piedra azul que lo refleja.
Alternancia de la luz y de las nubes.
Es aquello
que no debe ser nombrado.
La voz
sin pronunciarse.
El tajo
en el corazón.
El mío.
Soy yo la muerte del amado.
En Los intersticiales, El Imaginero, Buenos Aires, 1986 /
Inés Aráoz (San Miguel de Tucumán, Argentina, 9 de enero de 1945) / Foto: jmp
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