SECRETO
La
campana vacía
Los
pájaros muertos
En la
casa donde todo se aduerme
Las
nueve
La
tierra permanece inmóvil
Se
diría que alguien suspira
Los
árboles tienen el aire de sonreír
El
agua tiembla al extremo de cada hoja
Una
nube atraviesa la noche
Delante
de la puerta un hombre canta
La ventana se abre sin ruido
NOCTURNO
La calle está enteramente negra y la
estación no ha dejado huellas. Yo hubiera querido salir, y me retienen la
puerta. No obstante, allá arriba alguien vela aunque la lámpara está apagada.
Mientras que los faroles de gas ya no
son más que sombras, los carteles se persiguen a lo largo de las empalizadas.
Escucha: no se oye el paso de ningún caballo. Sin embargo, un jinete gigantesco
corre sobre una bailarina, y todo se pierde girando detrás de un terreno vago.
Sólo la noche conoce el lugar donde ellos se reúnen. Desde el amanecer,
revestirán, como siempre, sus colores brillantes. Ahora todo calla. El cielo
guiña ojos innumerables y la luna se esconde entre las chimeneas. Los gendarmes
mudos, y sin ver nada, mantienen el orden.
NÓMADE
La puerta no se abre
La
mano que pasa
A lo lejos un vaso que se
quiebra
La lámpara humea
Las
chispas que se encienden
El cielo es más seguro
Sobre los techos
Algunos
animales
sin su
sombra
Una mirada
Una mancha sombría
La
casa en la cual no se entra.
LA LLAVE DE VIDRIO
Huecos del muro, huecos de la chimenea
y de mi pipa. En el rincón dos bastones en X se baten. ¿Quién los tomará? No
hay nadie a la mesa, nadie sobre el lecho y los sillones están vacíos. Alguien
quiere salir. Pero no soy yo quien ha soplado la lámpara y no es mi paso el que
desciende la escalera. ¡Hay también, puede ser, un muerto en la casa!
MECANICA VERBAL Y DON DE SÍ
Ninguna palabra, sin duda, hubiera
podido expresar mejor su alegría. Él la dijo, y todos los que esperaban contra
el muro, temblaron. Había en el centro una gran nube -una enorme cabeza- y los
otros observaban fijamente los menores pasos marcados sobre el camino. No había
nada, sin embargo, y en el silencio las actitudes se volvían más difíciles. Un
tren pasó detrás de la barrera y envolvió en su niebla las líneas que sostenían
el paisaje de pie. Y todo desapareció entonces, mezclándose con el ruido
interrumpido de la lluvia, de la sangre perdida, del trueno de las palabras
maquinales del más importante de todos esos personajes.
TODAVÍA ANDAR
¿Si se levanta cuando yo pase cerca de
él, si llora cuando llegue la noche, si no grita? Habré creído verle y todo
estará terminado.
Muchas horas de camino en el sendero
donde la hierba ya no vive. He caminado largo tiempo y me he perdido. No osaba
volver sobre mis pasos ni llamar. Y sentía detrás de mí sus ojos que me
buscaban.
Una pequeña luz se ha encendido a lo
lejos ente los árboles. Una ventana donde no podré llamar. El fuego donde se me
rehúsa dejarme calentar. Y no tengo ni siquiera el derecho de detenerme. Un
muro enfrente de mí se ha puesto a retroceder.
Las campanas suenan en el campanario de
una aldea lejana y yo no sé qué hacer de mis manos. Avanzar, a pesar del viento
y la noche que sube lentamente. No tengo abrigo. En la sombra oigo el paso de
los caballos.
¿Dónde vas a conducirme? El albergue
está muy lejos para ir allá. Las gentes se van no sé adónde, y yo me pongo a
seguirlas. De pronto una mano de niño me ha hecho señal de quedarme. Sólo yo
estoy perdido aquí ante nosotros, ante vosotros todos, y ya no puede irme
jamás.
CADA UNO SU PARTE
Ha cazado a la luna y ha dejado la
noche. Una a una, las estrellas han caído en un hilillo de agua viva.
Detrás de los álamos blancos, un
extraño pescador espía impacientemente con un solo ojo abierto, oculto bajo su
ancho sombrero, y la línea de cordel se estremece. Nada pesca, pero va llenando
su bolsa de cuero con piezas de oro cuyo destello se apaga en el cesto cerrado.
Otro hombre espera a mayor distancia de
la orilla. Más modesto, pesca en el charco de lodo que ha dejado la lluvia.
Esta agua, venida del cielo, estaba llena de estrellas.
ESPÍRITU PESADO
Está extendido y duerme. Es un cuerpo
muerto. Un último rayo alumbra su rostro sereno en el que brillan dientes sin
resplandor. Las horas suenan suavemente en torno de su cabeza, y él no las
escucha. De tiempo en tiempo, un sueño pasa como una nube en que se mezclan los
grabados del fondo.
A la derecha danzan algunas llamas que
no suben muy alto, y si los brazos se levantaran tocarían el techo.
Hombres sin existencia real suspiran en
los rincones, y todos los libros entreabiertos han caído, uno a uno, sobre la
alfombra desteñida. El silencio. La calma. El sueño que desciende tan
dulcemente como la noche.
MÁS TARDE
El tiempo pasado en una habitación
donde todo es negro volverá más tarde. Entonces yo traeré una pequeña lámpara y
os alumbraré. Se precisarán los gestos confusos. Y podré dar a las palabras un
sentido que no tenían antes y contemplar un niño que duerme sonriendo.
¿Es posible que sigamos siendo nosotros
mismos al envejecer? Hay algunos fragmentos de ruinas que caen. No se
levantarán ya nunca más. Hay también algunas ventanas que se iluminan. Y ante
la puerta un hombre sólido y dulce que conoce su fuerza y espera: él mismo no
reconocería su propio rostro.
SALA DE ESPERA
Un beso de tus labios muertos y la partida
de este albergue donde he pasado completamente solo toda mi vida. Nada de
patio: enseguida la ruta y las viejas diligencias persistiendo entre el polvo
tranquilo y más fuerte que las espesas humaredas.
El viaje, las partidas y la calma. Se
llegará y se volverá a partir eternamente sobre las rutas, siempre las mismas a
pesar de su número.
Y los árboles, los postes telegráficos,
las casas, tomarán la forma de nuestra edad.
AIRE
Olvido
puerta cerrada
Sobre
la tierra inclinada
Un
árbol tiembla
Y
solo
un pájaro canta
Sobre el techo
No hay más luz
que el sol
Y los
signos que hacen tus dedos.
En
Antología poética de Pierre Reverdy,
Ediciones “Asia América”, Tokio, 1940 / Versión libre, selección y notas de
Jorge Carrera Andrade (Ecuador, 1903 – 1978)
Pierre
Reverdy (Narbona, Francia, 13 de septiembre de 1889 – Solesmes, 17 de junio de
1960) / Selección y fotos: jmp
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