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martes, 20 de julio de 2021

PIERRE REVERDY Un muerto en la casa


 

SECRETO

 

La campana vacía

Los pájaros muertos

En la casa donde todo se aduerme

Las nueve

 

La tierra permanece inmóvil

Se diría que alguien suspira

Los árboles tienen el aire de sonreír

El agua tiembla al extremo de cada hoja

Una nube atraviesa la noche

Delante de la puerta un hombre canta

 

                   La ventana se abre sin ruido

 

NOCTURNO

 

         La calle está enteramente negra y la estación no ha dejado huellas. Yo hubiera querido salir, y me retienen la puerta. No obstante, allá arriba alguien vela aunque la lámpara está apagada.

         Mientras que los faroles de gas ya no son más que sombras, los carteles se persiguen a lo largo de las empalizadas. Escucha: no se oye el paso de ningún caballo. Sin embargo, un jinete gigantesco corre sobre una bailarina, y todo se pierde girando detrás de un terreno vago. Sólo la noche conoce el lugar donde ellos se reúnen. Desde el amanecer, revestirán, como siempre, sus colores brillantes. Ahora todo calla. El cielo guiña ojos innumerables y la luna se esconde entre las chimeneas. Los gendarmes mudos, y sin ver nada, mantienen el orden.

 

 

NÓMADE

 

         La puerta no se abre

La mano que pasa

                   A lo lejos un vaso que se quiebra

         La lámpara humea

Las chispas que se encienden

                   El cielo es más seguro

                            Sobre los techos

 

Algunos animales

sin su sombra

 

                                      Una mirada

                            Una mancha sombría

 

La casa en la cual no se entra.

 

 

LA LLAVE DE VIDRIO

 

         Huecos del muro, huecos de la chimenea y de mi pipa. En el rincón dos bastones en X se baten. ¿Quién los tomará? No hay nadie a la mesa, nadie sobre el lecho y los sillones están vacíos. Alguien quiere salir. Pero no soy yo quien ha soplado la lámpara y no es mi paso el que desciende la escalera. ¡Hay también, puede ser, un muerto en la casa!

 

 

MECANICA VERBAL Y DON DE SÍ

 

         Ninguna palabra, sin duda, hubiera podido expresar mejor su alegría. Él la dijo, y todos los que esperaban contra el muro, temblaron. Había en el centro una gran nube -una enorme cabeza- y los otros observaban fijamente los menores pasos marcados sobre el camino. No había nada, sin embargo, y en el silencio las actitudes se volvían más difíciles. Un tren pasó detrás de la barrera y envolvió en su niebla las líneas que sostenían el paisaje de pie. Y todo desapareció entonces, mezclándose con el ruido interrumpido de la lluvia, de la sangre perdida, del trueno de las palabras maquinales del más importante de todos esos personajes.

 

 

TODAVÍA ANDAR

 

         ¿Si se levanta cuando yo pase cerca de él, si llora cuando llegue la noche, si no grita? Habré creído verle y todo estará terminado.

         Muchas horas de camino en el sendero donde la hierba ya no vive. He caminado largo tiempo y me he perdido. No osaba volver sobre mis pasos ni llamar. Y sentía detrás de mí sus ojos que me buscaban.

         Una pequeña luz se ha encendido a lo lejos ente los árboles. Una ventana donde no podré llamar. El fuego donde se me rehúsa dejarme calentar. Y no tengo ni siquiera el derecho de detenerme. Un muro enfrente de mí se ha puesto a retroceder.

         Las campanas suenan en el campanario de una aldea lejana y yo no sé qué hacer de mis manos. Avanzar, a pesar del viento y la noche que sube lentamente. No tengo abrigo. En la sombra oigo el paso de los caballos.

         ¿Dónde vas a conducirme? El albergue está muy lejos para ir allá. Las gentes se van no sé adónde, y yo me pongo a seguirlas. De pronto una mano de niño me ha hecho señal de quedarme. Sólo yo estoy perdido aquí ante nosotros, ante vosotros todos, y ya no puede irme jamás.

 

 

CADA UNO SU PARTE

 

         Ha cazado a la luna y ha dejado la noche. Una a una, las estrellas han caído en un hilillo de agua viva.

         Detrás de los álamos blancos, un extraño pescador espía impacientemente con un solo ojo abierto, oculto bajo su ancho sombrero, y la línea de cordel se estremece. Nada pesca, pero va llenando su bolsa de cuero con piezas de oro cuyo destello se apaga en el cesto cerrado.

         Otro hombre espera a mayor distancia de la orilla. Más modesto, pesca en el charco de lodo que ha dejado la lluvia. Esta agua, venida del cielo, estaba llena de estrellas.

 

 

ESPÍRITU PESADO

 

         Está extendido y duerme. Es un cuerpo muerto. Un último rayo alumbra su rostro sereno en el que brillan dientes sin resplandor. Las horas suenan suavemente en torno de su cabeza, y él no las escucha. De tiempo en tiempo, un sueño pasa como una nube en que se mezclan los grabados del fondo.

         A la derecha danzan algunas llamas que no suben muy alto, y si los brazos se levantaran tocarían el techo.

         Hombres sin existencia real suspiran en los rincones, y todos los libros entreabiertos han caído, uno a uno, sobre la alfombra desteñida. El silencio. La calma. El sueño que desciende tan dulcemente como la noche.

 

 

MÁS TARDE

 

         El tiempo pasado en una habitación donde todo es negro volverá más tarde. Entonces yo traeré una pequeña lámpara y os alumbraré. Se precisarán los gestos confusos. Y podré dar a las palabras un sentido que no tenían antes y contemplar un niño que duerme sonriendo.

         ¿Es posible que sigamos siendo nosotros mismos al envejecer? Hay algunos fragmentos de ruinas que caen. No se levantarán ya nunca más. Hay también algunas ventanas que se iluminan. Y ante la puerta un hombre sólido y dulce que conoce su fuerza y espera: él mismo no reconocería su propio rostro.

 

 

SALA DE ESPERA

 

         Un beso de tus labios muertos y la partida de este albergue donde he pasado completamente solo toda mi vida. Nada de patio: enseguida la ruta y las viejas diligencias persistiendo entre el polvo tranquilo y más fuerte que las espesas humaredas.

         El viaje, las partidas y la calma. Se llegará y se volverá a partir eternamente sobre las rutas, siempre las mismas a pesar de su número.

         Y los árboles, los postes telegráficos, las casas, tomarán la forma de nuestra edad.

 

 

AIRE

 

Olvido

         puerta cerrada

Sobre la tierra inclinada

Un árbol tiembla

                  Y solo

                   un pájaro canta

 

         Sobre el techo

         No hay más luz

                   que el sol

 

Y los signos que hacen tus dedos.

 

 

 

 

En Antología poética de Pierre Reverdy, Ediciones “Asia América”, Tokio, 1940 / Versión libre, selección y notas de Jorge Carrera Andrade (Ecuador, 1903 – 1978)

Pierre Reverdy (Narbona, Francia, 13 de septiembre de 1889 – Solesmes, 17 de junio de 1960) / Selección y fotos: jmp

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