1
Llámame
Juan,
sálvame
de ser innumerable
como
las hojas y los días.
Mi
alma está pronta a desgajarse
en
fragmentos pegajosos.
Únelos
con el hilo de mi nombre,
sálvame
de hundirme en la entraña de las cosas,
de
ser el escorpión, la espina,
la
rosa intacta,
el
nudo que sangra en la madera,
el
aire, las piedras, los gusanos,
todas
las cosas que me llaman.
Pronuncia
el rito,
la
palabra que convoca,
que
designa,
que
dice: Este
entre
océanos de tiempo,
Este,
que no quiere hundirse todavía.
Garantízame,
repíteme,
invéntame,
llámame,
mírame,
perdido,
simplemente,
simplemente,
como
un niño entre voraces sombras.
2
Acaso
es tiempo de mirar a aquel que asoma
en
la plural profecía de los dientes:
hombre
último, raíz ensimismada
prometida
a la injuria de los tiempos.
Eterno,
sin embargo –relativamente eterno-,
Más
eternos que presunciones de alma.
Disperso,
polvo de los siglos, animará otras horas
cuando
ya no existan mi nombre y mi recuerdo.
Tranquilo
espera el derrumbe de los signos:
la
risa, el odio, las canciones,
el
miedo, la ira, la palabra.
Su
gesto natural de espera es la sonrisa.
Una
sonrisa es imagen de la muerte.
1953
A UN BENTEVEO
Ya
no somos enemigos,
renacemos
diversos,
pero
aún no quiero borrar de mi memoria
la
flor de sangre innumerable que encendí en tu pecho.
Tú
también me has muerto día a día.
Vivo
azufre del cielo,
amador
de la dulzura de la tierra,
te
veo con una uva sangrante en el pico,
bien
te veo,
torno
a sumergirme en la espesura,
el
acuario dónde inmóvil te aguardaba
con
la serena perfidia de un niño:
Caías
de pronto,
pez
y flecha,
(luz
verde destilaban las hojas,
quietud
dulcísima),
y
el rifle palpitaba junto a mi corazón,
la
muerte apretada entre mis brazos.
Cautelas
milenarias se estiraban en tu cuello,
seguros
vaticinios,
y
ya era tarde,
y
ya era
el
diamante de la explosión
y
el brusco derrumus,
girasol.
Sólo
tú y yo disputábamos el mundo.
No
descendí al hornero y la paloma,
desprecié
la calandria y la vocinglera urraca.
En
claras mañanas
y
en tardes de serenísima fluencia
nos
hemos acechado prudentes y sabios
y
así compartimos los únicos secretos que importan:
tú
me hiciste silencioso y duro
a
imagen de tu dura muerte.
Mas
porque siempre renacías, perentorio
fénix
milagroso,
tu
pico indagando las viñas,
un
higo morado encendiendo tu pupila,
tu
grito enalteciendo los más altos eucaliptus,
he
jugado en vano a hacerme inmortal
repitiendo
los tres cuchilladas de la hermosa burla.
Después
empezaste a vencerme
con
oscuras complicidades
y
distraídas sentencias que inspiras
más
peligrosa que rifle del nueve
y
matarte empezó a ser un acto impuro
o
un mezquino pretexto de siervos.
Sólo
entonces merecí tu desprecio:
de
noches me aterrabas el sueño
como
un brujo antiguo,
tus
uñas hirieron mi carne,
tus
ojos eran lunas,
tu
pico se hundió en mi corazón:
te
veo con mi corazón sangrante en el pico,
bien
te veo, bien te veo.
Ahora
tu voz es tan lejana que parece
fábula
de olvido.
Ahora
mientes si me nombras
y
acaso miento yo al nombrarte
en
la irreversible luz y el tiempo que fue otro.
Te
he dejado los montes y las tardes.
Te
he dejado las cerezas agridulces.
Te
he dejado el aire que era mío.
1956
En
Enriqueta Muñiz. Historia de una
investigación. Operación masacre de Rodolfo Walsh: una revolución de periodismo
(y amor), Planeta, Buenos Aires, primera edición, noviembre de 2019
Rodolfo
Walsh (Choele-Choel, hoy Lamarque, Río Negro, 9 de enero de 1927 - desaparecido
por la dictadura cívico-militar el 25 de marzo de 1977)
No conocía este lado de Rodolfo Walsh. Bellos poemas, contundentes... Nunca es tarde para conocer buenos poetas. Gracias!
ResponderEliminarGracias a vos Nono por tu comentario!
ResponderEliminarQué bueno José María!!! Gracias por estas publicaciones!
ResponderEliminarBellos poemas que tocan el alma!
ResponderEliminarBellos poemas que tocan el alma!
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