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lunes, 11 de noviembre de 2019

MARÍA ROSA LOJO Ésas son cosas de Sartre



LA PENA

El hombre tiene una pena grande, domesticada como un animal, maciza. Es torpe, el pelo le tapa los ojos, y apenas puede mirar hacia adelante. En las noches de invierno se sienta con el hombre junto al fuego. Él la protege, la alienta, no la deja morir porque la pena se le confunde con su vida misma.

Por las mañanas le abre la puerta hacia el mundo y ella corre por calles implacables, de cara al viento, extremada y oscura en un deseo que no sabe su objeto.


MADRES E HIJOS

Algunos padres serán hijos de sus hijos en el Cielo. Los esperarán, absurdamente jóvenes, como lo eran cuando los despidieron a la puerta de casa para ir a una guerra o al viaje que los mataría. O cuando los besaron por última vez, en una cama de hospital, tragándose las lágrimas, pensando “qué será de ellos cuando yo me vaya”, mirando ansiosamente hacia el futuro en esos ojos asustados por el beso demasiado largo y demasiado intenso.

Pero ellas, sobre todo, no podrán entenderlo. Las que se fueron cuando eran casi niñas y los parieron con su propia muerte. Esos bebés, pequeños como muñecos, a los que abrazaron apenas un momento, llegarán con una fotografía, un retrato, un camafeo, entre las manos incrédulas. Viejos o viejas, encorvados, renqueantes, con dentaduras postizas, con dedos deformados por la artritis, las encontrarán por fin entre la multitud de madres muertas y se apretarán contra su pecho y buscarán el latido remoto de su corazón y el olor inconfundible que nunca más se repitió sobre la Tierra.


ÉSTE ES EL BOSQUE

Cuando llego, jadeante, mi padre está esperándome sentado sobre un tronco. El aire se había puesto oscuro y empañado un instante atrás, pero aquí, bajo los arcos verdes, la luz tiene un espesor de miel y sólo se respira un oxígeno burbujeante y diáfano.
Me siento junto a él. Está tan delgado como cuando murió, pero los ojos vivos contradicen su cuerpo.
–Papá, decíamos ayer que la vida es una herida absurda.
–Ésas son cosas de los tangos, hija. Aquí nadie vive en vano. Éste es el bosque.
–Pero decíamos que la vida es una pasión inútil.
–Ésas son cosas de Sartre. Aquí no hay pasiones, aquí nada es inútil, aquí cada vida sirve a su función. Éste es el bosque.
Y su brazo –apenas un hueso con las venas tatuadas— agrupa en un solo gesto los robles y los castañares, los pinos y los eucaliptos, los musgos y los líquenes, las espinas del toxo.
–Pero nacemos y morimos y es como si no hubiéramos vivido y somos apenas hojarasca que se pudre bajo los pies que pasan.
–Aquí nada se pierde y todo se transforma. Aquí nada muere. Somos la gente de la tierra, las criaturas del árbol, la semilla que florece sin fin. Éste es el bosque.



En El límite de la palabra, antología del microrrelato argentino contemporáneo,
Edición de Laura Pollastri, Menoscuarto, Buenos Aires, 2007
María Rosa Lojo (Buenos Aires, 1954)
Foto: Jmp

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