Desear |
DESEAR
No
hay nada más simple y humano que desear. ¿Por qué, entonces, precisamente nuestros
deseos nos resultan inconfesables? ¿Por qué nos es tan difícil volcarlos en
palabras? Tan difícil que terminamos por tenerlos escondidos; construimos para
ellos, en alguna parte de nosotros, una cripta donde permanecen embalsamados,
en espera.
No
podemos volcar en el lenguaje nuestros deseos porque los hemos imaginado. La cripta
contiene en realidad solamente imágenes, como un libro de figuritas para chicos
que no saben todavía leer, como las images
d'Epinal de un pueblo analfabeto. El cuerpo de los deseos es una imagen. Y
lo que es inconfesable en el deseo es la imagen que nos hemos hecho.
Comunicarle
a alguien los propios deseos sin las
imágenes es brutal. Comunicar las propias imágenes sin los deseos es fastidioso
(como contar los sueños o los viajes). Pero fácil, en ambos casos. Comunicar
los deseos imaginados y las imágenes deseadas es la tarea más ardua. Por eso la
postergamos. Hasta el momento en que comenzamos a entender que permanecerá aplazada
para siempre. Y que ese deseo inconfesado somos nosotros mismos, para siempre
prisioneros en la cripta.
El
mesías viene por nuestros deseos. Él los separa de las imágenes para
cumplirlos. 0, sobre todo, para mostrarlos ya realizados. Aquello que hemos
imaginado, lo hemos obtenido ya. Permanecen -sin ser realizadas- las imágenes
de lo cumplido. Con los deseos cumplidos, él construye el infierno; con las
imágenes no realizadas, el limbo. Y con el deseo imaginado, con la pura
palabra, la felicidad del paraíso.
En Profanaciones.
Traducción de Flavia Costa y Edgardo Castro, Adriana Hidalgo editora, 2005
Foto: jmp
Giorgio Agamben (Roma, Italia, 22 de
abril de 1942)
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