I
COAGULACIÓN
CONJURO
A LA 1ª
CEREMONIA
Sí,
la
encontré desnuda y a la vez vestida con todos los trajes indescriptibles de la
turbulencia. Nada sutil que lo era todo
como un relámpago perpetuo invisible, me construía destruyéndome y los
presentimientos se adelgazaban estrepitosamente hasta rozar el fuego de
incesantes contracciones hacia una oscura fuga invertida.
CONJURO
A LA 2ª
CEREMONIA
Cuántas veces la abrazaba creyéndola
totalmente entregada. Siempre un nuevo engaño con un gran asombro por etapas,
cuyos fragmentos se soldaban en una sola exaltación para percibir los
implacables límites de la oscuridad.
CONJURO
A LA 3ª
CEREMONIA
Mientras la vehemencia flameaba como un
manojo de puñales, de nuestra epidermis se filtraban los amaneceres liberando
el Sol, que coincidía con el resplandor de nuestra resurrección. Llegaba así el
centro extrañamente ansioso del sigilo y mi espíritu atormentadamente angélico
rozaba las madrigueras salvajes de los instintos, persiguiendo el milagro, la
ausencia de todo sentido.
CONJURO
A LA 4ª
CEREMONIA
Yo percibía la energía de su combustión
avasallando las grietas de mis pensamientos, el filo de sus mandatos
desgarrando la pulpa estupefacta del cerebro, la miel de sus rizos avanzando sobre
mi almohada, la intimidad de sus horquillas conquistando palmo a palmo todos
mis enseres. Protegida por las llaves de fósforo y humo de los sentidos abría
de un solo golpe todas las puertas de la fatalidad.
CONJURO
A LA 5ª
CEREMONIA
Destruyendo la frivolidad de lo pasajero con
admirable decisión dejaba para los hombres la apariencia de las cosas. Así fue
como me enseñó a temer, a sufrir, a abominar. ¿Qué quedan de aquellas
inspiraciones de aire puro en las madrugadas de la primavera, de aquellos enajenantes
terrores nocturnos cuando los diablos se asomaban a los bordes de la infancia?
CONJURO
A LA 6ª
CEREMONIA
Ella y yo éramos dos ascetas de la
sensualidad. Ella tenía todas las formas del arcano así como la tromba contiene
las formas de todos los espacios. Nuestra depravación constituía nuestra máxima
virtud y nuestros crímenes sólo destruían lo necesario. Fanáticos de la sangre,
despreciábamos las ideas. Verticales sobre lo espontáneo nuestra pasión se
alzaba contra todas las leyes. Por eso no me detenía ante su imagen sino que la
penetraba y me dirigía a través de ella a la santidad.
En El paraíso desenterrado,
Ediciones de La Flor, Buenos Aires, 1972. Primera edición: 1966.
Juan José Ceselli (Buenos Aires, Argentina, 1909-1982),
poeta y traductor.
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